SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Las ví­as terceras

Sucedió en 1975, meses antes de la muerte del general Franco. Los líderes de los principales partidos políticos catalanes, aún ilegales, aún en la clandestinidad en el caso de los comunistas, se presentaron en sociedad mediante un ciclo de conferencias que llevaba por título Les terceres vies a Europa. Un éxito rotundo. La expresión “tercera via” entró con muy buen pie en la Catalunya expectante –la Catalunya mayoritaria en aquellos momentos, que nadie se engañe, ni invente fábulas–; la Catalunya que no quería ni búnker, ni revolución.

Abril-junio de 1975. Franco aún vivía y todo el sur de Europa era –como ahora– un hervidero. Una inestable hilera de piezas del dominó. Ahora crujen los engranajes financieros y las deudas acumuladas. Entonces caducaban las dictaduras y Estados Unidos temía un Mediterráneo con muchos sindicatos comunistas. Estaba en juego el flanco sur de la OTAN.

Las conferencias de la tercera vía fueron una estratagema de la Iglesia católica, inteligentemente autorizada por Rodolfo Martín Villa, gobernador civil de Barcelona. La universidad y el área industrial barcelonesa ya estaban fuera del control de la dictadura y la misión de Martín Villa era tomar nota y evitar un gran estallido. Tenía que ir soltando vapor. El ciclo de conferencias fue organizado por el ICESB (Institut Catòlic d’Estudis Socials de Barcelona) y el colegio de abogados prestó su sede.

Catalunya, siempre por delante. También ahora. Catalunya, paradójica. También ahora. Jordi Pujol se hizo el sueco, defendiendo un socialismo a la escandinava, con libertad de empresa, buenos servicios sociales y altos impuestos. Ramon Trias Fargas pronunció un liberalismo con acento inglés. Josep Pallach era socialdemócrata alemán, anticomunista y amigo catalán del SPD. Si no hubiese muerto año y medio después, la historia del país seguramente habría sido distinta. Joan Reventós era un poco francés y un poco yugoslavo con su gran defensa del socialismo autogestionario. Josep Solé i Barberà, el rostro público del PSUC –Gregorio López Raimundo aún era clandestino– defendió el compromiso histórico a la italiana (con Jordi Pujol, preferentemente). Y Anton Cañellas también hablaba italiano con sus amigos romanos de la fundación Alcide de Gasperi (Democracia Cristiana). No estuvo Esquerra Republicana. Ni tampoco el PSOE, cuya federación catalana, apenas reconstruida, era minúscula. De haber acudido, el ponente del PSOE habría defendido –agárrate Bono, agárrate Leguina– el “derecho de autodeterminación de las nacionalidades”, recién aprobado por Felipe González y Alfonso Guerra en el congreso de Suresnes (octubre de 1974).

Cayeron muy bien aquellas terceras vías y al cabo de unos meses el ciclo de conferencias se repetía en las principales ciudades. De arriba a abajo. Y de abajo a arriba. Así es Catalunya.

Ahora, en un contexto totalmente distinto, regresa la tercera vía catalana y en los periódicos se habla mucho de ella, aunque sólo sea un mero enunciado. Se habla mucho de la tercera vía porque siendo inconcreta, se entiende muy bien su significado. Como en 1975. Dibujar una línea de síntesis que evite el choque frontal y descarnado con los engranajes –potentes, muy potentes– del Estado español. El deseo de evitar la fractura de la sociedad catalana como consecuencia de ese choque metálico. Eso es la tercera vía. Esa es la música y todo el mundo la entiende. No es un programa en el sentido estricto de la palabra. Es una actitud. Una actitud seguramente compartida por muchas de las personas –la mayoría– que participaron en la cadena humana del Onze de Setembre. Una gigantesca demostración cívica catalana que tendrá consecuencias en la política española. Las tendrá, con toda seguridad, pero en distintas fases. Ya las está teniendo. Primera fase: cerrazón, endurecimiento. Consigna estas semanas en Madrid, en el Partido Popular y también en el PSOE, especialmente en el sector amnésico de Suresnes y en la facción neorrústica: “Hay que poner pie en pared”. También lo dicen en Sevilla. Y, ojo, con la boca pequeña, también en Bilbao. Poner pie en pared.

En 1975 se entendió muy bien en Barcelona lo que significaba tercera vía. Evitar el drama. Leyendo con atención la encuesta que hoy publica La Vanguardia vemos que hay un amplio deseo de hallar una vía intermedia entre la actual situación y la ruptura. Digámoslo todo: la mayoría también cree que el Gobierno español no va a facilitar esa salida. Esa es la contradicción, por ahora, irresoluble.

La tercera vía disgusta profundamente al Madrid central y centralista porque ahora hay ganas de choque. “Hay que poner pie en pared”. La tercera vía irrita –Rajoy la acaba de desdeñar–, porque la expresión tiene prestigio, es envolvente y ensancha la posición catalana. Como en 1975, la terza via es un italianismo. Es ocupar varias posiciones simultáneamente. Es la antítesis de la unicidad. En Catalunya, algunos no lo entienden. O no les interesa, porque ven peligrar sus fantasías: esa inevitable atracción por el choque frontal.