DESDE EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS

Las mochilas transparentes de Parkland

Uno de los símbolos más potentes del imaginario identitario de los Estados Unidos es el del vaquero solitario y lacónico quien fundido con el paisaje y armado con un revólver Colt va forjando la idiosincracia de un país a la vez que hace justicia personal. Se convertía, además, gracias a la poderosa narrativa cinematográfica del western, en mucho más que una tipología costumbrista del siglo XIX y XX norteamericano. El cowboy llegó a ser un arquetipo de una fortísima evocación patriótica ligado a la libertad del individuo por encima del Estado con derecho a defenderse con las armas contra todo lo que suponga un ataque contra su dignidad personal o su propiedad privada y dueño de la producción de la tierra y con el control personal de la frontera.

La firmeza llena de aristas de John Wayne en The Searches (Centauros del desierto) o la serenidad casi aristocrática de Gary Cooper en High Noon (Solo ante el peligro) son patrimonio de la Humanidad. Pero esta virilidad contenida y justiciera del vaquero solitario ha derivado con los años en una imagen sórdida: el imprevisible shooter urbano que tira a matar dentro de escuelas, iglesias o conciertos, cobrándose víctimas por decenas en un acceso de ira o de locura. Entre estos dos personajes tan opuestos y a la vez tan representativos de la sociedad norteamericana sólo una cosa media en común: el derecho irrenunciable a las armas de fuego.

Tres de los tiroteos más sanguinarios en los Estados Unidos han ocurrido en menos de un año. En noviembre del 2017 veintiséis personas fueron asesinadas durante una misa en Texas, justo un mes después de que un hombre armado acabara con la vida de cincuenta y ocho personas en un concierto en Las Vegas e hiriera a más de quinientas. El pasado febrero el instituto de educación secundaria Parkland de Florida fue el escenario de la matanza que se cobró la vida de diecisiete adolescentes. Desde 1949 no asiste la sociedad norteamericana a una oleada de violencia como ésta, perpetrada a manos de individuos sin ninguna agenda política o reivindicación concreta y cuyo perfil abarca todas las razas y status socioeconómico. Los incontables estudios sociológicos de prevención y de análisis eluden siempre la medida que cortaría el problema de raíz: el control de las armas de fuego.

Y es que el tema es muy complejo. El control de las armas va siempre unido a otra clase de reivindicaciones políticas y no está relacionado necesariamente con la derecha ni con el militarismo. En el Estado de Montana, por ejemplo, el candidato demócrata tiene que hacer explícita defensa del NRA (La Asociación Nacional del Rifle) si quiere ganar las elecciones, aun cuando el resto de su programa sea abiertamente liberal. Esta organización cuenta al menos con cinco millones de miembros (entre ellos se cuentan nueve presidentes) y fue fundada en 1871 siendo muy influyente en la política del país. Su slogan “It is not about guns, it is about freedom” no puede ser más elocuente de cómo se va unida al imaginario identitario norteamericano.

La tenencia de armas es un laberinto al que ningún candidato quiere arriesgarse. Prohibirlas completamente puede ser interpretado como antipatriotismo (pecado capital en estos momentos). ¿Entonces, qué hacer? ¿prohibir ciertas armas o prohibírselas a ciertas personas? ¿y dependiendo de qué criterio? ¿permitir armas de defensa contra las armas de ataque tal como proponía Trump? ¿tener una base de datos actualizada y hacer un seguimiento riguroso de aquellos que las poseen? Esas medidas entrarían en contradicción con las libertades individuales, fuertemente asentadas en Estados Unidos. Con este panorama tan desalentador cualquier iniciativa se pierde en meandros legales y en medidas políticamente inviables.

Sin embargo tras la estela de movimientos masivos y de base como el “Women´s March” o el “Stand with Standing Rock”, la sociedad norteamericana ha vuelto a tomar las calles. Durante el “Día del Presidente” a pocos días después de la masacre del instituto de Parkland en Florida los estudiantes se movilizaron rápidamente bajo el lema “Teens for Gun Reform” (jóvenes por la reforma sobre la ley de tenencia de armas) para hacer responsables directos de las víctimas al Presidente Trump y a la NRA (la Asociación Nacional del Rifle) y manifestarse en Washington. Lo que se consideró una respuesta putual sin mayores consecuencias comenzó a convertirse en un movimiento incontrolable que emergía en todas partes del país, cuando se convocó el pasado 24 de marzo una marcha nacional “March for our lives” que exigiía una reforma gubernamental y una acción sobre el control de armas. El resultado fue que alrededor de un millón doscientas mil personas salieron a manifestarse con más de 450 marchas alrededor del país y que ha sido considerada la mayor movilización desde la guerra del Vietnam. La falta de politización y lo genuino de la protesta ha unido a los adolescentes y a sus familiares de varias generaciones en esta lucha: aquellos que durante los años 60 y 70 salieron a defender los derechos civiles y que se han sentido movidos por la misma urgencia de cambio.

Entre las irrisorias medidas que ha impuesto el gobierno está el uso obligatorio de mochilas transparentes en prevención de la tenencia de armas dentro del recinto del instituto o el simbólico donativo de la Asociación Nacional del Rifle (NRA) para las víctimas de la masacre. Esta medida se ha visto como una provocación. Así pues los estudiantes de Parkland han reaccionado de nuevo con un acto de subversión que se ha hecho viral en las redes sociales: han colgado de sus mochilas una etiqueta con la cifra 1.05$, que es a lo que toca por cada estudiante de Florida tras la donación del NRA como ayuda a las víctimas y con slogans tales como “probablemente mi mochila vale más para el Estado de lo que yo valgo” haciendo explícito el ínfimo valor monetario de la vida humana y también estudiantes masculinos han llenado sus mochilas de tampones y compresas, poniendo así en entredicho los roles de masculinidad tan relacionados con la violencia.

Cuestionar el derecho a las armas es cuestionar el individualismo norteamericano y el símbolo supremo del Estado. Este movimiento no sólo es una reivindicación política concreta sino la exigencia del pueblo norteamericano a un reajuste de las libertades públicas y privadas y a la necesidad una nueva narrativa identitaria. Y esto desde la base misma de la sociedad civil, con un diestro uso de las redes sociales, con líderes y portavoces populares, un adueñamiento de los espacios políticos, un diálogo intergeneracional fecundo y una retórica visual que actúa a varios niveles de semantización.

Las mochilas transparentes de los estudiantes de Parkland esconden armas secretas más eficaces que el mítico Colt. Porque estos jóvenes cowboys tienen todo un país que conquistar y son los más rápidos del Oeste.