Hace un año empezó el mandato de Barack Obama como presidente de los EEUU. La ilusión mundial generada por la salida de George Bush hizo creer (se quiso creer o se nos quiso hacer creer) que con Obama todo sería diferente. Premio Nóbel de la paz de por medio, es hora de hacer un «examen» sobre la administración Obama y su nueva política para Iberoamérica.
Al comienzo de su mandato en abril del 2009 Obama destacó en la V Cumbre de las Américas, al rometer iniciar una nueva era de relaciones con Latinoamérica y una alianza entre iguales. Poco tiempo antes, Obama había levanto las restricciones a los viajes y los envíos de remesas de los cubano-norteamericanos hacia la isla. Las expectativas fueron grandes, pero más allá de los gestos, si un año después comparamos la estrategia militar de Bush con la de Obama ¿ha cambiado en algo? Por ejemplo, los asesinatos planificados contra personas que Washington presume terroristas aumentaron durante el gobierno del presidente Barack Obama, según un informe hecho público por el periódico digital Democracy Now, citando datos del Washington Post. El cierre de la prisión de Guantánamo no es más que un gesto ya que en los últimos meses la Casa Blanca autorizó docenas de asesinatos de líderes de Al Qaeda y sus aliados al tiempo que el gabinete Obama ocultó la captura de prisioneros significativos. Obama ataca incluso en países donde las operaciones terrestres de EEUU no son oficialmente bienvenidas o son especialmente peligrosas, indica el citado informe del Washington Post. De acuerdo a medios norteamericanos como ABC News y Examiner.com, personal militar norteamericano ha trabajado en estrecha colaboración en misiones antiterroristas con fuerzas locales de Indonesia y Filipinas. Con el Premio Nóbel en las manos y mientras la Casa Blanca negaba su participación, el presidente Obama ordenó bombardear Yemen con misiles de crucero en diciembre pasado. Por todo ello tal vez es en el tramo de la política exterior donde se concentran los resultados más desalentadores de la administración Obama. El reverso del multilateralismo que ha empezado a aplicar con algunos, es una mayor agresividad en otras zonas del planeta. Estos rasgos de la estrategia del nuevo gobierno norteamericano se manifiestan virulentamente en Latinoamérica. Desde el inicio del mandato de Obama se han sucedido una serie de acontecimientos desastrosos para la región, entre ellos el golpe en Honduras, los cambios hacia la derecha de los gobiernos en Chile y Panamá, la entrada de las siete bases militares en Colombia o la política de acoso y derribo contra el gobierno Kirchner en Argentina, entre otros. Justamente algo que hace más peligroso al gobierno de Obama es el mayor uso de sus recursos diplomáticos y de propaganda creando una opinión ambigua. Los acontecimientos del golpe de Honduras son la mejor muestra de los cambios que trae Obama para la región. No puede achacársele apoyo directo a los golpistas y Washington no reconoce (aunque no condena) al gobierno golpista. Tensas semanas después, el golpe se salda con una elecciones en las que sólo se presentan candidatos golpistas y se “restablece” el orden constitucional. A diferencia de la administración Bush, que sin duda habría apoyado abiertamente a los golpistas, con Obama Washington mantiene un perfil conciliador mucho más efectivo ante la opinión pública. Honduras se ha convertido en el campo de pruebas en el que Washington experimenta nuevas formas de dominio para la región. Bases en Colombia Uno de los acontecimientos de mayor envergadura para Iberoamérica es el acuerdo de las bases militares entre EEUU y Colombia, un acuerdo conseguido por Obama, no por Bush. Como es sabido el retiro forzado del Comando Sur de la base de Manta en Ecuador llevo al Pentágono a buscar un relevo en la región. El nuevo acuerdo firmado con Colombia profundiza y diversifica la presencia militar norteamericana en la región y va mas allá de una simple estrategia local y coyuntural. Con la excusa del Plan Colombia el Pentágono utilizaba las instalaciones militares de Tres Esquinas y Larandia, además de por lo menos otras tres bases. Con el nuevo acuerdo EEUU tendrá acceso a por lo menos siete bases militares en Colombia: las bases aéreas de Apia, Malambo y Palanquero, y los puertos de Tumaco y Bahía Málaga sobre el Pacífico. Con la base de Palanquero (en el centro del país) el Comando Sur equilibra con creces la retirada de Manta, ya que cuenta con una pista 600 metros más larga, puede albergar 2 mil soldados y 100 aeronaves y permite operar a los gigantescos C-17 que no lo hacían en la base ecuatoriana. Para reforzar este avance militar los EEUU instalarán próximamente dos nuevas bases navales en Panamá. Esta sería la primera presencia militar norteamericana de gran escala en el país desde el cierre de las bases yanquis en 1999. Por tanto no estamos ante una simple respuesta a la pérdida de la base de Manta, sino ante una respuesta militar integral y estratégica. La nueva disposición de fuerzas norteamericanas permitirá profundizar en el control territorial sobre sus vecinos, tanto Venezuela y Ecuador como Perú y Brasil, e incrementar el control sobre el Pacífico. Los planes próximos Ante el avance en los últimos años de los gobiernos progresistas de la región, el objetivo de la Casa Blanca es reconfigurar el mapa de Iberoamérica cambiando la actual correlación de fuerzas. Para ello existen varias “jugadas” en movimiento, a la cuales hay que estar atentos en los próximos meses. Por una parte, fortalecer política y militarmente a sus países aliados. En este bloque encontramos a Perú y Colombia, ambos con gobiernos completamente entregados a Washington. Por otra parte, en los países que mantiene su influencia Washington promueve recambios de gobiernos socialdemócratas a gobiernos de derechas. Es el caso de Chile y Panamá. En el primer caso de la mano del empresario Sebastian Piñera y en el segundo del conservador Ricardo Martinelli. En este bloque de países alineados con el hegemonismo entre sus naturales aliados se encontrará también el recién impuesto Pepe Lobo de Honduras. Por último, pero más importante, Washington está promoviendo cambios de gobierno en la región. Cambios que pueden seguir el exitoso modelo del golpe de Estado en Honduras o mediante la vía de la desestabilización política, como se desarrolla actualmente en Argentina. Desde comienzo de año en Argentina se desarrolla una crisis política interna cuyo resultado es el desgaste del gobierno Kirchner y el avance de las fuerzas de derechas aliadas al imperialismo. La nueva estrategia de Obama para el Cono Sur parece encontrar en Argentina un objetivo estratégico cualitativo: desembarazarse de los Kirchner, de esta manera Washington no solo eliminaría un aliado relativamente estable de la Venezuela de Chávez, también conseguiría meter una cuña en Mercosur, afectando los intereses de Brasil. De la prensa… “El imperialismo norteamericano encara esta acción para superar una crisis de dominación, sobre una región tradicionalmente manejada como extensión de su propio territorio. La gestión de Bush estuvo signada por el fracaso del ALCA y la reaparición de revueltas populares antiimperialistas. Esta oleada también dio lugar a nuevos gobiernos enfrentados con el Departamento de Estado. Obama busca revertir esta pérdida de influencia estadounidense, que se verifica mucho más en el hemisferio sur que en Centroamérica. Estados Unidos busca también recuperar el terreno perdido a manos del capital europeo, desde el fuerte ingreso de España a sectores claves de las finanzas y los servicios latinoamericanos. Europa no disputa preeminencia militar, ni gran liderazgo político en la zona, pero alienta acuerdos de libre comercio para favorecer a sus propias compañías. Habrá que ver si el duro efecto de la crisis actual sobre las firmas españolas, les permite preservar su presencia como segundos inversores externos de la región. La llegada de China a una zona históricamente alejada de su radio de acción representa un desafío mucho más serio para Estados Unidos. La potencia oriental se ha convertido en gran demandante de petróleo, soja y cobre y su intercambio con Latinoamérica saltó de 10.000 millones de dólares (2000) a 140.000 millones (2008). Además, la economía china inunda de productos a sus nuevos socios y ha logrado convertir a Brasil en un cliente de primer orden. El intercambio entre ambos países tiende a superar el comercio brasileño-estadounidense y un deslizamiento del mismo tipo, comienza a observarse en Perú, Chile y Argentina.”(Del industrialismo a la exportación básica en Latinoamérica, Claudio Katz, Argenpress, 6 de febrero de 2010)“… La mayoría del público estadounidense piensa que el gobierno de Obama estaba en contra del golpe (en Honduras); pero al llegar noviembre del año pasado aparecieron numerosos informes y hasta críticas editoriales que Obama cedió a la presión republicana y no hizo lo suficiente. Pero esa era una mala interpretación de lo que sucedió en verdad: la presión Republicana simplemente cambio la estrategia mediática del gobierno, no su estrategia política. Los que siguieron los hechos de cerca desde el comienzo entendían que la estrategia política era trabar y limitar cualquier esfuerzo para restituir al presidente democrático y al mismo tiempo fingir que el retorno a la democracia era el objetivo. Los gobiernos de América Latina entendían esta estrategia, incluyendo el influyente Brasil. Esto es importante porque demuestra que el Departamento de Estado estaba dispuesto a pagar un gran precio político para ayudar a la derecha en Honduras. De esta manera, el Departamento de Estado demostró a la gran mayoría de los gobiernos de Latinoamérica que su política en el hemisferio es idéntica a la del gobierno de Bush, lo que no es una conclusión muy apetecible desde el punto de vista de la diplomacia. (… ) Lógicamente, los aliados más confiables del gobierno de Obama en el hemisferio, aunque él mismo no es de derecha, son gobiernos derechistas como Colombia o Panamá. Esto resalta la continuidad de una política de control. La victoria de la derecha en Chile la semana pasada (la primera vez que la derecha ha ganado una elección en medio siglo) fue una importante victoria para el gobierno de los Estados Unidos. La posible derrota del Partido de los Trabajadores de Lula da Silva en las próximas elecciones presidenciales en Brasil significaría una victoria aún más importante para el Departamento de Estado. A pesar que funcionarios estadounidenses bajo las administraciones de Bush y Obama han mantenido una postura amistosa hacia Brasil, es obvio que le guardan profundo rencor a los cambios en la política exterior de Brasil, puesto que han alineado al país con otros gobiernos sociales democráticos, así como también a sus posiciones independientes en torno al Medio Oriente, Irán y otros lugares. De hecho, los Estados Unidos se ha entrometido en la política brasileña recientemente. Por ejemplo, el año 2005 se organizó una conferencia para promover un cambio legal que le haría más difícil a legisladores cambiarse de partidos políticos. Esto habría fortalecido a la oposición al gobierno del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula ya que el PT impone disciplina partidaria mientras muchos partidos opositores no lo hacen. Esta intervención por el gobierno de los Estados Unidos sólo fue descubierta el año pasado tras una solicitud a través de la Ley de Libre Información (Freedom of Information Act) hecha en Washington. Hay muchas más intervenciones ocurriendo ahora a lo largo del continente que aún no conocemos. Los Estados Unidos ha estado involucrado en la política de Chile desde los 60s, mucho antes que organizaran el golpe contra la democracia chilena en 1973.”(El juego de EEUU en América Latina, Mark Weisbrot, 10 de febrero de 2010)“(…) En América Latina el lugar que sigue ardiendo es la región andina y Colombia. ¿Qué ofrece de nuevo Obama en ese país? Podría decirse que ni siquiera los gestos que prodiga en otros escenarios. En Colombia el militarismo crece, la presencia militar estadunidense está escalando hasta niveles prácticamente irreversibles y lo hace bajo la administración de Obama. Para este reposicionamiento la Casa Blanca no dudó en reforzar su alianza con la ultraderecha colombiana, con el presidente Álvaro Uribe y el ex ministro de Defensa, Manuel Santos, ambos cercanos a los paramilitares. Incluso los más ultras aprendieron el lenguaje políticamente correcto que exigen los nuevos tiempos. El general Freddy Padilla, ministro de Defensa, es ejemplo de los nuevos modales, cuando asegura que “no se permite la creación de bases militares de Estados Unidos” y que “no se afectará a terceros estados”. Va más lejos; dice que el nuevo convenio que se negocia respeta la soberanía de Colombia, que no se permitirá el tránsito de tropas extranjeras sino la cooperación a través del préstamo de instalaciones colombianas a los estadunidenses. La “nueva era” que prometió Obama puede quedar sólo en palabras si la realidad sigue siendo de control imperial y de injerencia abierta.”(El estilo Obama y América Latina, Raúl Zibechi. La Jornada, 3 de agosto 2009)