En un encuentro histórico, el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, y el líder supremo de Corea del Norte, Kim Jong-un se han dado la mano a ambos lados de la frontera. Ambos países han sostenido una cumbre bilateral en Panmunjom para poner fin a una guerra de siete décadas, comprometiéndose a buscar la “desnuclearización completa” de la península.
«Me alegro de verle», dijo un sonriente Kim Jong-un a su homólogo surcoreano, Moon Jae-in, mientras se acercaba con paso firme a la línea divisoria que lleva separando a las dos Coreas desde hace 70 años: la llamada “zona desmilitarizada” más militarizada del mundo. El histórico encuentro, celebrado en Panmunjom, ha estado cargado de simbolismo y cordialidad, una escenificación de la voluntad del Norte y el Sur por avanzar hacia la paz, en la perspectiva de una eventual reunificación.
«No puedo expresar mi emoción de que nos encontremos aquí, en un lugar tan histórico», dijo Kim mientras estrechaba un firme apretón de manos con Moon. Acto seguido, en una especie de coreografía diplomática, el surcoreano invitó al del Norte a transpasar el paralelo 38, convirtiéndose Kim Jong-un en el primer líder norcoreano que pisa el Sur desde el final de la guerra civil en 1953. Entonces Moon Jae-in hizo una broma, y dirigiéndose a su invitado dijo: «Has venido al sur y me pregunto cuándo iré yo al norte». Riendo, Kim agarró la mano de Moon instándole a dar un paso hacia atrás, lo que oficialmente transportó a Moon al lado norteño.
Son mucho más que palabras, guiños o gestos. Es un hito histórico, fruto de cuatro meses en los que la distensión y el deshielo han avanzado a un ritmo inaudito. Y eso que el 2017 fue tremendamente sombrío en la península coreana, marcado por la sexta prueba nuclear realizada por el régimen norcoreano y el lanzamiento de una docena de misiles. Pero desde principios de años el tono entre Seúl y Pyongyang ha dado un giro radical hacia el entendimiento. La participación de una delegación conjunta de los dos países bajo la bandera de la unificación en los Juegos Olímpicos de invierno de la localidad surcoreana de Pieonchang -con la invitación de la hermana del líder norcoreano, Kim Yo-Jong, a las ceremonias de apertura y clausura, donde fue tratada con más honores que el propio vicepresidente norteamericano, Mike Pence, o que la propia hija de Trump- potenció enormemente el impulso de concordia. También la visita sorpresa de Kim Jong-un a Pekín, donde Xi Jinping dió todo su respaldo diplomático al nuevo giro de las relaciones intercoreanas.
En una histórica comparecencia conjunta ante la prensa, ambos mandatarios se han comprometido a cooperar para poner fin a una guerra de siete décadas este año y buscar la “desnuclearización completa” de la península. “No habrá más guerra en la península. Con esta declaración abrimos una nueva era”, dijo el presidente surcoreano en un discurso junto a Kim Jong-un al término de la cumbre, ante las cámaras de televisión de ambos países. “Digo ante el presidente Moon Jae-in y los periodistas que están aquí, que sostendré buenas discusiones con el presidente Moon con una actitud franca, sincera y honesta y lograré un buen resultado”, incidió.
Formalmente, ambos países siguen en guerra, contenidos por un precario armisticio firmado en 1953 entre el ejército norcoreano, China y Estados Unidos que nunca fue sustituido por un tratado de paz definitivo. Ahora, segín reza el texto suscrito por Seúl y Pyongyang, las dos Coreas “declaran el final de los 65 años transcurridos desde el armisticio” y apuestan por sustituir éste por “un tratado de paz” antes de final de años. Buscando desde ahí un «desarme gradual»: las dos partes “reafirmaron su objetivo mutuo de una península coreana libre de armas nucleares mediante una desnuclearización completa”.
Para lograr este objetivo, ambos países deberán sortear o capear las maniobras norteamericanas. La administración Trump, aunque de cara a la galería internacional no puede sino dar la bienvenida a la distensión en la península, mantiene una actitud cauta, cuando no oculta. Aunque el presidente norteamericano ha aceptado la propuesta norcoreana de celebrar un próximo encuentro entre Kim y Trump, la fecha y el tono todavía están configurándose, y ni siquiera es seguro. La Casa Blanca ha dicho que stá estudiando «3 ó 4 fechas» (en princio para mayo o junio) y «5 localidades» para esa hipotética entrevista. «Podría ocurrir que me vaya (de la entrevista) rápidamente, con respeto, pero podría pasar. Podría ser que el encuentro nunca se lleve a cabo. Pero ahora mismo puedo decir que quieren que nos veamos», ha declarado Trump.
Más allá de los intereses tácticos de la administración norteamericana, que quizá esté interesada en un momentáneo deshielo con Pyongyang para poder concentrarse en otros focos mundiales, a la superpotencia norteamericana no le interesa en absoluto la pacificación de la península norcoreana, y ni mucho menos su eventual desmilitarización o la reunificación de las dos Coreas. Tal cosa es anatema para los planes del Pentágono, que tiene en el azuzamiento del conflicto intercoreano un extremadamente útil mecanismo para concentrar fuerzas militares en el Mar Amarillo y estrechar el cerco bélico contra su mayor rival geoestratégico: China.