Con “No mires arriba”, Adam McKay ha conseguido lo que parecía imposible: convertir una película eminentemente política en el fenómeno de masas de estas navidades. Un mes después de su estreno ya lideraba la taquilla en casi un centenar de países, convirtiéndose en la segunda película más vista en la historia de un gigante como Netflix. Un fenómeno que se ha trasladado a las redes sociales, movilizando acalorados debates entre partidarios y detractores acérrimos.
El banderín de enganche de “No mires arriba” es un elenco de estrellas como Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence o Meryl Streep. Y enarbola un ritmo frenético para engancharnos durante sus más de dos horas de metraje.
¿Pero qué temas políticos aborda? ¿Y qué visión nos ofrece del mundo actual?
En su origen, “No mires arriba” estaba concebida como un dardo que desmontara las fake news de los negacionistas del cambio climático. Utilizando como excusa argumental la llegada de un cometa cuyo impacto contra la Tierra amenaza con barrer todo rastro de vida.
Pero entonces irrumpió la pandemia… e importantes sectores de las élites norteamericanas, con la Casa Blanca, entonces ocupada por Trump a la cabeza, se convirtieron en desaforados negacionistas, enarbolando la bandera de una falsa libertad.
Fue cuando McKay tomó la decisión que marcó el resultado final de la película: “tuve que hacerlo todo un poco más loco. Creo que la realidad nos rebasó”.
“No mires arriba” se convirtió en una sátira ya desbocada, una historia bufa que arremete contra todo y no deja títere con cabeza.
Es en este terreno donde McKay cosecha sus principales aciertos.
Señalando a unas élites que utilizan la mentira, las fake news, como arma de intoxicación masiva. Hasta el punto de encuadrar a millones de personas en una locura desquiciada consistente en negar la realidad incómoda bajo el simple método de no mirarla: “No mires arriba”.
Poniendo en la diana a una plutocracia de grandes magnates que solo buscan obtener millonarias ganancias de una tragedia, poniendo en peligro a toda la humanidad.
Advirtiéndonos que cuanto más poder tienen, más mezquinos y ruines son. Personificándolo en el general de cinco estrellas del Pentágono que estafa a los protagonistas cobrándoles por algo que en realidad es gratis.
Destripando a unos medios de comunicación cuya misión es descerebrar a la sociedad, convirtiéndolo todo en un espectáculo banal, una ceremonia de la confusión donde ya es imposible distinguir la verdad de la mentira.
“No mires arriba” ha demostrado que una sátira política puede convertirse en un éxito de masas
O radiografiando a una extrema derecha -con una presidenta magistralmente interpretada por Meryl Streep, que es un alter ego de Trump- desvergonzadamente reaccionaria, y que incluso cuando quieren presentarse como “amigos de los trabajadores” no pueden evitar destilar un rancio y apolillado clasismo.
¿Grotescos o criminales?
Pero la sátira acaba devorada en sus excesos, convirtiéndose en su contrario. El empeño por ridiculizar a los que mandan -políticos, militares, conglomerados económicos, medios de comunicación…- se estira tanto que se reduce a una caricatura grotesca.
La visión que “No mires arriba” nos ofrece sobre las élites que mandan en la superpotencia norteamericana es la de un grupo de peligrosos descerebrados, ávidos de poder y capaces de traicionar a cualquiera, pero que no saben muy bien lo que hacen, se mueven por impulsos y ocurrencias, conduciendo con su inutilidad al mundo al abismo.
¿Esta es una visión “radical”, o por el contrario protege al poder que aparentemente destroza?
No están todos los que son. Al retratar al poder económico solo aparecen los magnates de internet, y no los grandes bancos que son el corazón de quienes mandan en Wall Street.
Al presentar a los que mandan como una caricatura grotesca desaparece su carácter criminal
Pero sobre todo nos hurta su peor cara. Al presentarlos como una caricatura grotesca desaparece su carácter criminal. No son negacionistas de la pandemia por “estupidez anticientífica”, sino por someter de forma criminal la salud a sus ganancias, exigiendo que la gente siga trabajando para ellos a costa de poner en peligro sus vidas.
Y, al mirar hacia abajo, “No mires arriba” tampoco encuentra nada. Al presentarnos al pueblo norteamericano como un rebaño fácilmente manipulable y que solo se mueve por motivos mezquinos.
Al valorar “No mires arriba” conviene separar los aciertos de los errores. Si mandan los segundos, la visión del mundo postpandemia que nos llevemos seguirá siendo una fake news.