En Grecia, la monarquía fue abolida por referéndum en 1974. Pero existen “familias reales”, dinastías que conforman una casta política hereditaria.
Tres de ellas, los Karamanlis, los Papandreu y los Mitsotakis han gobernado, desde la restauración democrática en 1974, durante 27 años, el 60% del tiempo.
Kyriakos Mitsotakis, el nuevo primer ministro griego, es un producto químicamente puro de estas estirpes de poder. Su padre fue primer ministro, su hermana ministra de Exteriores y Cultura, su sobrino es alcalde de Atenas…
Mantiene estrechas con los grandes centros de poder mundiales. Se formó en Harvad y Stanford, la fábrica de cuadros del imperio, y trabajó en el Chase Manhattan Bank, el buque insignia de los Rockefeller. También está “apadrinado” por Manfred Weber, uno de los más exaltados representantes de la CSU bávara, el sector más ultramontano de la burguesía alemana.
Cuando los sondeos daban por segura la victoria de Mitsotakis la bolsa de Atenas se disparó hasta alcanzar el máximo de los últimos cuatro años. Y la prensa norteamericana y alemana le han dado su apoyo explícito.
No es extraño. Mitsotakis es “uno de los suyos”. Como ministro de la Reforma Administrativa, de 2012 a 2014, ejecutó a instancias de la troika un despido masivo de funcionarios. Y ahora anuncia una rebaja del impuesto de sociedades -que a pesar de ser publicitada como “apoyo a las pymes” beneficiará especialmente a bancos y monopolios-, y un programa de privatización para “atraer capital extranjero”.
Ahora el ya primer ministro ha tenido la desfachatez de presentarse como “azote de la corrupción”… pero fue juzgado por recibir sobornos de la multinacional alemana Siemens siendo ministro.
Los errores en la gestión de los incendios que asolaron la región de Atica el año pasado provocaron una furiosa campaña de los grandes medios contra Tsipras… Los mismos que silenciaron convenientemente los sobornos pagados a Mitsotakis por el capital alemán.
Mitsotakis propone ahora “negociar un aplazamiento de los objetivos de déficit con Bruselas”. Seguro que las autoridades alemanas, que negaron a Syriza la más mínima concesión, aceptan ahora la petición de Mitsotakis.