Las ondas sísmicas políticas más fuertes de la contraofensiva ucraniana se han dejado sentir en Rusia, donde esta derrota ha hecho aflorar tensiones hasta ahora latentes. Encabezados por cinco ediles de San Petersburgo, hasta 85 concejales de tres ciudades rusas han firmado una declaración contra Putin, exigiendo no sólo su renuncia sino su juicio político por traición a los intereses de Rusia. «Estamos en contra de matar ucranianos, desmilitarizar Ucrania es absurdo y encima ha pasado lo contrario, ahora tiene más armas», dicen. La Duma Estatal se plantea formar un comité que ofrezca explicaciones a la población sobre la situación actual y llamar a declarar al ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, una iniciativa que sería normal en cualquier país pero que es casi sediciosa en un Estado tan autoritario.
Entre los que han levantado la voz cuestionando el curso de la guerra no todos son lo mismo. Están aquellos que -como Dmitri Paliuga, diputado municipal (concejal) por San Petersburgo- llaman a parar una invasión criminal… y están aquellos que cuestionan que exigen recrudecer la carnicería, enviando al frente toda la carne de cañón posible.
Entre los segundos, tenemos al sector más socialfascista y brezneviano de la burguesía imperialista rusa, encabezada por ultranacionalistas y el Partido «Comunista» de la Federación de Rusia- que exigen la «movilización general» (es decir, el reclutamiento obligatorio de jóvenes y ciudadanos en edad de servicio militar) para evitar, sea como sea, la humillación de que Rusia pierda la guerra. El Kremlin no quiere llegar a eso, consciente de que, aunque conservan el apoyo de una parte opinión pública ante una «operación militar especial» para «desnazificar Ucrania» donde solo combaten militares profesionales y mercenarios, la mayoría se le pondría rápidamente en contra ante un toque de corneta general y reclutamientos forzosos.
Debilitamiento diplomático, turbulencias externas
El revés en Ucrania ha debilitado también a Rusia en el plano diplomático. En la reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái celebrada en Uzbekistán -un país exsoviético con relaciones contradictorias con Moscú, y cada vez mejores con Pekín- se ha podido ver al presidente chino Xi Jinping, mostrando cordialidad con Moscú, pero quizá menos cercanía que hace unos meses. Hasta el propio Putin ha tenido que reconocer las “preocupaciones” que se han generado en China por la guerra de Ucrania. Y hay que recordar que China, a pesar de guardar su asociación estratégica con Moscú, nunca ha reconocido a Crimea como parte de Rusia, ni ha respaldado a Putin en esta invasión
En la misma cumbre, otra importante potencia emergente, India -que hasta ahora ha nadado entre dos aguas, absteniéndose de votar en la ONU resoluciones de condena a la invasión- le ha transmitido a Putin que «no es época de guerras», y ha apoyado que el presidente ucraniano pueda dirigirse por vídeo a la Asamblea General, en un gesto que muestra el distanciamiento de Nueva Delhi.
El revés en Ucrania ha debilitado también a Rusia en el plano diplomático.
Pero además tenemos la reactivación de tensiones en el espacio ex-soviético: las renovadas hostilidades entre Azerbaiyán y Armenia (naciones apoyadas por Turquía y Rusia, respectivamente), y los choques fronterizos entre Tayikistán y Kirguistán. Movimientos que acentúan los problemas de Moscú en un momento donde la guerra en Ucrania se le complica.