Lo que fue concebido originalmente como una petición de ayuda a la UE, como un llamamiento a la solidaridad entre socios, ha acabado convertido finalmente en una merienda de lobos. Las dificultades de Grecia para refinanciar una deuda pública que supera el 124% de su PIB han encontrado respuesta en la cumbre de jefes de Estado y de gobierno de la Unión Europea de la pasada semana. La última entrega, por el momento, del «dossier Grecia» ha puesto de manifiesto, radical y colectivamente, la implacable exigencia de las burguesías monopolistas más fuertes de Europa, encabezadas por la alemana, de que las poblaciones de los países más débiles recorten, a través de distintas vías, un 25% sus salarios.
A unos les tocará recortar el 20, a otros el 35%. Pero el diktat impuesto por Berlín –y finalmente aceptado por París– es concluyente: las poblaciones de los países con economías más débiles, dependientes y endeudadas deben aceptar un recorte del 25% en sus salarios para hacer frente al pago de la deuda que mantienen principalmente con la gran banca alemana y francesa. Grecia representa sólo el eslabón más débil por donde se ha roto la cadena, pero el proyecto de Merkel para el resto de economías débiles del Este y del sur de Europa es el mismo. Cuando las barbas de tu vecino veas pelar,… El mensaje emitido esta pasada semana desde Bruselas no necesita ser descodificado: “los españoles también han de comprender que deben ceder un 25% de sus salarios”. Rebajas de salarios de los funcionarios de hasta un 15%, subidas de impuestos, retraso en la edad de jubilación, recortes del gasto público en servicios sociales, sanidad, educación… Ninguna de las drásticas medidas del plan de ajuste del gobierno griego les ha parecido bastante con tal de garantizar que la población griega pague los cada vez mayores intereses de la deuda que demandan los grandes poderes financieros europeos. Y si con esto no llegara todavía, en Berlín ya se ha blandido la amenaza de dejarla caer hasta el infierno, de expulsarla del euro. En esto consiste para las principales potencias europeas el compromiso con sus ‘socios’ de la UE. En su diccionario, solidaridad es sinónimo de lentejas: o las tomas o las dejas. Arriba y abajo “¡Mamá, ya vivo en palacio!”. “Pero hijo, ¿de qué te ocupas en palacio? ¿Con qué sueldo, para hacer qué, qué has tenido que dar a cambio?”. Hasta en dos ocasiones, en 1986 con la entrada en el Mercado Común y en 1999 con la entrada en el euro, a españoles, portugueses, griegos o irlandeses –por no hablar ya de los países del Este de Europa– se nos ha ‘vendido’ una auténtica ficción en la que hemos estado viviendo todos estos años. Con la UE y la moneda común, se nos dijo, podríamos ‘modernizar’ el país, acabaríamos con nuestro ‘retraso secular’, nos podríamos ‘equiparar’ con nuestros acomodados vecinos europeos, compartiendo con ellos los privilegios de una casa común. Ahora, el estallido de la crisis ha sacado abiertamente a la luz cómo en el interior de palacio conviven –y no precisamente en una relación de igualdad y armonía– los de arriba y los de abajo, los señores y los siervos, los amos y los criados. Y la ficción de todos estos años lleva camino de convertirse a pasos agigantados en una historia de terror. La resolución del caso griego está poniendo de manifiesto como nunca antes las relaciones de tipo semi-colonial a las que ha sometido el tándem franco-alemán a las economías de la periferia europea. En el caso de Grecia lo estamos viendo estos días. Pero el caso español, por el mismo volumen de nuestra economía, cuatro veces superior, es espectacular. En estos 15 años, la vinculación de la economía española con la de las grandes potencias europeas, la ha hecho cada vez más dependiente del capital extranjero, obligada a competir mediante una especialización empobrecedora en bienes y servicios de escasa calidad y bajo precio. Y con la necesidad de recurrir sistemática y brutalmente al endeudamiento exterior para poder mantener su ritmo de crecimiento. Como dijo una vez un alto ejecutivo de un gran banco alemán: “los españoles no sólo compran nuestros coches, sino que además les prestamos el dinero para comprarlos”. Ese es el núcleo inalterable que desde siempre ha sometido a las economías semicoloniales y dependientes de las grandes potencias capitalistas. Sólo le faltó añadir que también enviaban, a través de los fondos estructurales y de cohesión, el dinero necesario para construir las autovías por las que circulaban. Dinero que se ha revelado como un gran negocio. Según las mismas cuentas de Bruselas, por cada euro aportado a España por los fondos europeos, los países centrales de la UE han obtenido cuatro euros en forma de superávit comercial con España. Y eso sin contar con los intereses de la deuda pública y privada. Las condiciones impuestas para la entrada en la UE y el euro condenaron a la economía nacional a ser una economía de baja productividad, basada en el uso más barato posible de la mano de obra y por lo tanto de escasa innovación y bajo valor añadido; cada vez más dependiente del exterior y por ello altamente endeudada; una economía crecientemente desindustrializada como consecuencia de la supeditación a los intereses de un capital extranjero (predominantemente franco-alemán) que se hizo con muchas de las grandes corporaciones empresariales más importantes. Dos caminos para España Ahora, una vez que las economías de los países periféricos de la UE han sido virtualmente “arrasadas” por la hegemonía financiera, industrial y comercial franco-alemana, el camino de una recuperación por sus propios medios ha quedado cegado, a menos que rompan con la dependencia política que las encadena. Y sus exigencias, como única receta para la que no admiten otra alternativa que la expulsión de euro, es la que han expuesto para Grecia esta pasada semana. Ustedes deben empobrecerse un 25% para que nosotros podamos seguir manteniendo nuestra condición de grandes potencias. Los países más débiles y pequeños como Letonia o Irlanda ya han empezado a marchar por ese camino. La ofensiva para que Grecia les siga está siendo, como vemos estos días, feroz. Y España y Portugal son los siguientes que, en su calendario, deben fijar fecha y hora para empezar a recorrerlo. Durante años, sólo unas pocas voces, entre ellas la de nuestro partido, hemos estado alertando cómo detrás de esta ficción de “una casa común europea” igual para todos y de la que todos podían por igual disfrutar de sus privilegios, se escondía la ‘Europa alemana’. El viejo proyecto de la burguesía monopolista alemana de una Europa sometida a su dominio, sólo que esta vez hábilmente remozado con la participación francesa y la adopción de unos métodos en apariencia más ‘dulcificados’, menos brutales que en los dos intentos anteriores. Las consecuencias de este camino de desarrollo empiezan ahora a hacerse visible para todos. Lo que, a su vez, nos coloca a todos en la encrucijada que ya señalaron con clarividencia los regeneracionistas de principios del siglo XX: “Se presentan para España dos caminos: o recibir, aceptar humildemente agradecida, el capital extranjero, más o menos disimulado y suave, y por ende el dinero extranjero, la técnica extranjera, y que sean los embajadores extranjeros los que gobiernen con su baraja de ministros, ministrables y presidentes, con sus cortesanos adictos y sus generales afectos y sus magistrados agradables y sus periodistas y sus intelectuales a sueldo, o España tiene que buscar ardientemente en el camino del trabajo, del estudio, de la austeridad y del deber, la reconquista de su casi perdida independencia política….”. Una encrucijada que nos obliga a cada uno de nosotros a tomar partido, también hoy, sobre qué camino tomar. Y que exige al mismo tiempo dotarnos de la fuerza política necesaria para empezar a trabajar por imponer ese otro camino que nos permita recuperar nuestra “casi perdida independencia política”, única forma de no vernos obligados a aceptar que no hay más salida a la crisis que ceder un 25% de nuestros salarios y nuestras rentas a un puñado de banqueros y monopolistas, españoles o extranjeros.