Laberinto o cadena

No hay tregua para los paí­ses a los que el mundo anglosajón ha calificado despectivamente como cerdos; PIGS. No hay semana en la que no veamos agravarse las dificultades económicas para Portugal, Irlanda, Grecia y España. En esta última, la amenaza del segundo rescate griego ha aupado la prima de riesgo hacia sus máximos históricos, y el vendaval no cesa.

La economía esañola parece irremediablemente sometida a una compleja concatenación de “turbulencias económicas”, un auténtico laberinto con una única e inevitable puerta de salida: aceptar los planes de ajuste dictados por el FMI y la Comisión Europea, que suponen una drástica rebaja de rentas y salarios para el 90% de la población. Pero la realidad es otra muy distinta. No es un laberinto, sino una cadena. No estamos sufriendo los efectos de una “crisis mundial”. No existe tal cosa. Amplísimas zonas del planeta crecen, y algunas lo hacen a un ritmo inusitado; China, India, Brasil, …, pero también vastas zonas de Iberoamérica y de Asia. Sólo una parte del mundo está en crisis: EE UU y los países que dependemos de la superpotencia. Y ¿por qué? Repasemos la cuenta, preguntemos y apuntemos con el dedo; nosotros hemos de pagarla. La última andanada contra la economía griega ha provocado que la prima de riesgo española escalara hasta los 285 puntos básicos. Por cada cien puntos básicos se dejan de crear 160.000 puestos de trabajo y el Estado tiene que pagar intereses adicionales por valor de 12.400 millones de euros al año. Son medio millón de puestos de trabajo destruidos, y 35.340 millones de euros extras que cobrarán los grandes bancos propietarios de los títulos de deuda española. Una suma mayor que el presupuesto de todas las prestaciones por desempleo pagadas en 2010 a cinco millones de parados. Y ¿quién nos cobra esta factura? Este enorme botín acaba en las cuentas de resultados de los grandes bancos extranjeros, propietarios del 56% de la deuda pública española. Los mismos grandes bancos que son accionistas de Standard & Poor’s, Moody’s o Fitch; es decir, de las agencias norteamericanas que califican la solvencia de cada país y lanzan las señales a los “mercados” para cebarse con la deuda de determinados países. Sin embargo, la deuda española supone un 60,1% del PIB, mientras que la de Alemania alcanza el 83,2% de su PIB y la de Francia el 81,7 %. ¿Qué factura nos están haciendo pagar entonces las agencias norteamericanas? La factura del declive En el origen de la crisis del campo capitaneado por el hegemonismo norteamericano están las crecientes dificultades de una superpotencia en declive que para mantener su gigantesco aparato de dominio político y militar está sometiendo a los países dependientes a un saqueo asfixiante. Este, y no otro, es el centro emisor de las facturas que nos están obligando a pagar. La economía norteamericana está en un retroceso inevitable y acelerado frente a la emergencia de otras zonas del mundo que se escapan a su control. Si en 2007, EEUU acaparaba el 25,2% del PIB mundial, el año pasado ese porcentaje descendió hasta el 23,6%. Y las proyecciones del FMI anuncian que la caída llegará al 21,9% en el 2015. EEUU ha dejado de apropiarse directamente de 1,22 billones de dólares de la riqueza mundial, una cifra casi equivalente al PIB español, y el retroceso se acelera. Sin embargo, necesita movilizar cada vez más recursos para mantener su hegemonía. En la última década, el gasto militar norteamericano se ha incrementado un 85%, un ritmo superior al de la Guerra Fría. Los imperativos que exige mantener su estatus de superpotencia han transformado a EEUU en el país más endeudado del mundo. Su deuda real -según estimaciones de renombrados ejecutivos norteamericanos- se eleva a 100 billones de dólares, un 689,6% de su PIB y un 152% del PIB mundial. ¿Cómo financia EEUU este ingente déficit? Obligando al conjunto del planeta a incrementar los tributos que forzosamente debemos pagar para mantener su hegemonía. Un saqueo financiero impuesto desde Washington al conjunto de países dependientes, este es el origen de todo. La cadena Los efectos de la crisis -cabe decir las consecuencias del saqueo- son en realidad una fiel radiografía de la cadena imperialista, del lugar que ocupa cada país en lo que Lenin calificó con precisión como el conjunto de relaciones de alianza y dependencia que unen entre sí a los Estados capitalistas. Cadena que hace que también los países formal y jurídicamente independientes estén en realidad envueltos en las redes de dependencia económica, política y militar de las grandes potencias que se reparten el mundo “según su capital y según su fuerza”. Si el capital de la superpotencia, está abocado a un inevitable, progresivo y acelerado retroceso, ésta sólo tiene el recurso de su fuerza, de su dominio político y militar, para mantenerse a la cabeza. Y, sin lugar a dudas, está dispuesta a utilizarlo. Brzezinski, el que fuera Consejero de Seguridad Nacional con el presidente Carter y hoy asesor de Obama, explicó en su libro de imprescindible lectura, “El gran tablero mundial” publicado en 1998, qué debe hacer EEUU para mantener su hegemonía en un mundo en el que nuevos desafíos la hacen peligrar, y decía así: “En pocas palabras, la geoestrategia euroasiática de los Estados Unidos debe incluir un control resuelto de los Estados (…). Para usar una terminología propia de la era más brutal de los antiguos imperios, los tres grandes imperativos de la geoestrategia imperial son los de impedir choques entre los vasallos y mantener su dependencia en términos de seguridad, mantener a los tributarios obedientes y protegidos e impedir la unión de los bárbaros.” Dependiendo de la diferente colocación de cada país en dicha cadena, le corresponde una determinada cuota de tributos, incluso unos métodos diferentes de recaudación. Las diferencias hay que buscarlas en el grado de sumisión de las élites políticas y económicas de los países, en, como dice Brzezinski, el “control resuelto que EEUU ejerce sobre estos Estados”, en las redes de intervención que el hegemonismo norteamericano tiene sobre sus aparatos de Estado. Vasallos como Portugal, Irlanda, Grecia o España sufrimos el saqueo a las bravas, a través de los planes de ajuste dictados por el FMI. Cada uno de los recortes impuestos en España ha venido precedido por un mandato directo de los centros de poder mundial. Obama llamó a intempestivas horas de la noche a Zapatero para imponer el primer paquete de recortes y su diplomacia hizo público que éste y no otro, era el trato que merecía España. Desde entonces, cada medida ha seguido el dictado impuesto desde el exterior. Alemania o Francia, socios preferentes, “tributarios”, en la calificación de Brzezinski dado que sus élites dominantes tienen capacidad y voluntad para defender sus intereses. Estos actúan en realidad como recaudadores del imperio; imponiendo a los “vasallos” el aumento de la presión tributaria. En cuanto a sus tributos, el pago se realiza a través de métodos diferentes en los que domina el control norteamericano sobre el sistema monetario y financiero mundial, que obliga a Berlín y París, entre otras, a invertir en dólares buena parte de su capital. La ecuación que nos ocultan es sencilla: a mayor intervención norteamericana, mayor grado de saqueo; a más autonomía e independencia respecto a EEUU, más crecimiento. Porque los países que están creciendo, en especial, las potencias emergentes que aglutinan al 40% de la humanidad, y que sostienen el 80% del crecimiento mundial, pueden hacerlo porque han conquistado su independencia política o un grado de autonomía respecto a los dictados de Washington que les permite establecer una política económica independiente. Se trata de un amplio abanico de países, que no sólo incluye a gigantes como China, India o Brasil. También a países hasta hace muy poco marginales, como Turquía, o al conjunto de Hispanoamérica, gracias a los avances del movimiento antihegemonista en la zona. En todos los casos, el espectacular crecimiento se ha debido a la aplicación de una política de redistribución de la riqueza, contraria a los planes de ajustes, recortes sociales y rebaja salarial, que el FMI y Bruselas imponen en los países intervenidos. Políticas dirigidas a elevar el nivel de vida de la población -elevación de los salarios, reducción de la pobreza, incremento de las ayudas sociales…-. Estimulando con ello la demanda interna, que se ha convertido en el principal motor económico. ¿Quién ha dicho que en España no pueda tomarse este camino? Conseguir la fuerza política necesaria para imponer un programa de redistribución de la riqueza es la puerta de salida a lo que nos presentan como laberinto irresoluble y que en realidad se trata de una cadena que es posible romper.