SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La Zona Atlántica de Libre Comercio, en marcha

La Unión Europea y los Estados Unidos «pondrán en marcha los procedimientos internos necesarios para abrir negociaciones en torno a una Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión», según reza el comunicado del presidente Barack Obama, el presidente del Consejo Europeo Herman van Rompuy y el presidente de la Comisión José Manuel Durao Barroso, emitido el miércoles día 13, pocas horas después de que Obama, en su discurso sobre el Estado de la Unión en el Congreso norteamericano, anunciase con breves palabras el lanzamiento de la iniciativa, justificándola en el hecho de que «un comercio libre y justo a través del Atlántico ayuda a (crear) millones de bien pagados puestos de trabajo americanos «.

La iniciativa puede cambiar el tono pesimista del discurso que los medios económicos, políticos e intelectuales de los Estados Unidos mantienen sobre el futuro de Europa. El paradigma de esta actitud es el «guru» Nouriel Roubini, y no le va a la zaga el premio Nóbel de Economía Paul Krugman. En la misma onda se encuentran los detractores de la unión monetaria europea, uno de los cuales, Martin Feldstein, economista de Harvard, piensa que tal unión «es una extraña mezcla de internacionalismo pro-europeo y el triunfo de unos intereses nacionales estrechos», y atribuye la crisis de Europa a la adopción del euro por el núcleo duro de la Unión.

Pensar que Europa, sumida en una crisis económica interminable, puede contribuir a dar trabajo a los parados norteamericanos es un acto de fe del presidente Obama que, de cumplirse, puede hacer que ese país entre en «un cambio de ciclo», con el que sueñan los norteamericanos desde el mandato del presidente Reagan.

La iniciativa sobre Europa fue anunciada por Obama justo después del anuncio de que su administración «se propone completar las negociaciones sobre una Asociación Trans-Pacífica». Así, pues, en un párrafo muy corto Obama ofreció garantías de que los Estados Unidos no se disponen a dar el «pivotazo» que mucho en Europa temían, de unos Estados Unidos desinteresados de un Continente en decadencia, para volcarse económica y estratégicamente en favor de las vibrantes economías de Oriente y otras potencias emergentes.

El comunicado lleva el alcance del acuerdo más allá de las solas relaciones económicas transatlánticas. También «contribuirá al desarrollo de reglas mundiales que refuercen el sistema del comercio multilateral», añade su texto.

La relación trasatlántica, dijo el presidente Barroso en la presentación del comunicado, «es la más importante del mundo, y representa la mitad de la producción mundial, y casi un billón de dólares en el intercambio de bienes y servicios, y ayuda a (crear) millones de puestos de trabajo a ambos lados del Atlántico».

La decisión se basa en el Informe del Grupo de Alto Nivel sobre Empleo y Crecimiento, del 11 de febrero del 2013, que recomienda la eliminación, reducción o prevención de las barreras al comercio de bienes, servicios e inversiones, tales como tarifas y cuotas, así como la compatibilización de reglamentos y estándares, la eliminación de barreras no tarifarias y «el logro de objetivos económicos globales compartidos».

De cara a otros bloques económicos

Se estima que la zona de libre comercio que se propone puede dar lugar a un aumento del 0,5% del PIB combinado de los dos bloques. Su tarifa media ponderada es de 3%, aunque hay sectores protegidos por altas barreras, como la agricultura. El comercio bilateral UE-EEUU alcanza los €445.000 millones. Europa exporta a ese país 260.000 millones e importa de él por valor de €185.000 millones (2011).

La mayor virtualidad del acuerdo está en su capacidad de obligar a los otros bloques económicos a abrirse a la competencia. Es previsible que las negociaciones que la UE tiene pendientes con Mercosur y otras áreas económicas (India, Canadá, etc.) se desarrollen según las previsiones del nuevo ordenamiento global que se busca.

El hecho de que Obama haya copatrocinado la iniciativa indica confianza en que Europa podrá superar su crisis. La revista Politico atribuía al presidente, en el verano pasado, una «casi obsesión» sobre el triste estado de las cosas en el continente, y de ahí su continuos consejos en favor de la reactivación económica de Europa mediante la acción de los gobiernos, lo que le ponía en riesgo de colisión con los países del norte del continente, obsesionados por la redención a través de la austeridad y el aumento de la productividad.

Otros daban por muerta la alianza estratégica entre los Estados Unidos y Europa como consecuencia de la crisis. El profesor de Princeton Aaron L. Friedberg, lo veía así en enero de este año: «los líderes americanos están preocupados una vez más por la debilidad de Europa, pero al contrario que en el Guerra Fría, ya no ven al Continente como su primer foco de atención… Si la crisis actual acaba con una implosión económica, Europa puede arrastrar a otros con ella» (Survival, dic. 2012-ene. 2013).

Sin embargo, la adopción de un terreno común para la liberalización del comercio satisface a ambas partes, obviando la necesidad de resolver conflictos doctrinales. Este encuentro de voluntades fue ultimado durante la visita del vicepresidente Biden a Berlín, el 1 de febrero. La canciller Merkel no ha tenido rubor en atribuirse el éxito: «Debo reconocerle al presidente – dijo al final de la visita de Biden- el haber colocado, él también, este asunto en su orden del día».

Un área colateral de cooperación entre la UE y los EEUU deberá ser la adopción de una posición común para hacer frente a la manipulación de las monedas, que permite que determinados países mantengan las suyas devaluadas y acumulen divisas extranjeras, a un ritmo de $1 billón al año. De ese modo, los países emisores de monedas sobrevaluadas (la eurozona, los EEUU, México, Brasil, etc.) pierden competitividad y, por consiguiente, puestos de trabajo, y sufren importantes déficits comerciales.

Esta cuestión fue claramente insinuada por Karel de Gucht, el comisario europeo de Comercio y corresponsable del informe, cuando a primeros de noviembre pasado contempló el inminente acuerdo a la luz del aumento del protagonismo comercial de los países emergentes.

El acuerdo, sin embargo, no resuelve todas las incógnitas de las relaciones EEUU-UE. Una que queda todavía por despejar es hasta qué punto Washington y Bruselas, y las otras capitales europeas, están dispuestas a dejar que su prolongada alianza de seguridad, que dura desde los años cuarenta del siglo pasado, se deslice a la inanidad o la inoperancia.