En sus apenas 130 días de gobierno, el ultraderechista Javier Milei ha tiene en su haber varios hitos, muchos de ellos nefastos, pero no todos. Su motosierra ha despertado al león… de la lucha y la movilización popular, en una escala incluso mayor que la que se vivió con las potentes protestas contra los ajustes y el corralito de los primeros 2000.
Los brutales recortes contra las universidades públicas, de más de un 70% de su presupuesto, han tocado una fibra extraordinariamente sensible de la sociedad argentina, que tiene en su educación superior -muy valorada por los argentinos y en toda Latinoamérica por su excelencia, su gratuidad, y por ser un «ascensor social»- un acalorado motivo de orgullo nacional.
Las protestas contra los ajustes universitarios han provocado lo que muchos aseguran que es «la mayor movilización de la historia de Argentina», golpeando duramente a un gobierno ultraderechista, dedicado a satisfacer los planes de ajuste y entrega dictados desde Washington y el FMI.
No es la primera movilización contra la motosierra del ultraderechista. En apenas cuatro meses, Milei ha despedido a decenas de miles de funcionarios; ha bajado drásticamente salarios y pensiones; ha dejado sin subsidios a familias vulnerables o a enfermos terminales; ha paralizado la obra pública, ha atacado los derechos y las libertades, intentando restingir el derecho de protesta y manifestación; y ha intentado dotarse de un poder omnímodo para gobernar por decreto, esquivando el control de una Asamblea Nacional donde tiene una débil representación. En cada una de esos ataques, casi desde el primer día, ha recibido una sonora y creciente respuesta de una izquierda, de unos sindicatos y de unas organizaciones sociales decididas a no tolerar ni un paso atrás.
Pero lo de la Universidad Pública es diferente. Las imágenes de las facultades a oscuras -porque no pueden pagar la factura de la luz- donde las clases se tienen que impartir en el exterior, o donde no funcionan los ascensores, donde los centros apenan tienen dinero para funcionar hasta julio, y donde ni estudiantes ni profesores saben si habrá clases en el segundo semestre, han soliviantado a un enorme y muy trasversal espectro de argentinos, desde peronistas e izquierda, hasta votantes radicales y macristas -aliados del ultra- e incluso a mileístas arrepentidos.
En Argentina, un país que ha encadenado una crisis económica tras otra, la educación pública, gratuíta y de calidad es percibida como una «joya de la corona» nacional, a la altura de la selección albiceleste. A ella se aferran las clases más humildes y trabajadoras. Son incontables las historias de argentinos a los que el paso por las facultades les ha servido de escalera social. «Yo, el hijo de un maquinista y una limpiadora soy el primer egresado de mi familia», «mi hijo el ingeniero», dicen a menudo.
Los ataques de Milei (graduado en una privada) contra la Universidad Pública no sólo han sido brutales hachazos presupuestarios, sino -cómo no- violentas diatribas verbales, acusando a los a los profesores de «adoctrinar y lavar el cerebro de estudiantes» atrapados, según su delirio, «en las garras del socialismo».
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En Argentina, un país que ha encadenado una crisis económica tras otra, la educación pública, gratuíta y de calidad es percibida como una «joya de la corona» nacional
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«Como un mundial por la educación pública»
Los organizadores afirman que solo en la ciudad de Buenos Aires marcharon 800.000 personas en la Plaza de Mayo y el Congreso, lo que desbordó todos los operativos antipiquetes del gobierno, y las múltples imágenes tomadas a vista de dron atestiguan esa cifra. En el resto de capitales del país, igual asistencia récord. Sumándolo todo, son un millón largo de manifestantes , quizá dos.
La característica de la protesta es su carácter transversal heterogéneo. travesó generaciones, pertenencias sociales y partidarias. Reveló hasta que punto la educación pública, y especialmente la Universidad Pública es un valor identitario para la sociedad argentina, un elemento irrenunciable de la «argentinidad».
Desde luego la presencia de la izquierda, del peronismo o de las centrales sindicales, que han encabezado estos meses la lucha contra Milei, se hizo notar. Pero no eran ni mucho menos hegemónicos. Los estudiantes universitarios eran incontables, pero junto a ellos estaban sus padres y hasta sus abuelos, familias enteras portando pancartas personales e intransferibles. «Ingeniero civil. Primera generación profesional familiar. Hubiese sido la segunda si mi viejo no hubiera sido detenido y desaparecido estudiando ciencias económicas», rezaba el cartel de un señor con barba cana, chaleco de lana y casco de obras, rodeado de estudiantes. «UBA [Universidad de Buenos Aires] orgullo nacional», portaba otro. «Crié una hija sola. Hoy es abogada gracias a la educación pública», dice en una cartulina escrita con un apresurado rotulador una señora con arrugas en los ojos y callos en las manos.
Los carteles de los jóvenes eran mucho más ácidos. «La Universidad esde los trabajadores, y al que no le guste ¡se jode, se jode!…», corean. «Cuando se lee poco, se dispara mucho», «No somos casta, somos pibes con sueños», «Milei, se te ve la casta», dicen sus pancartas. «Los hijos de obreros también queremos estudiar», porta bien en alto Fiamma, estudiante de segundo año de Medicina, de 22 años. «No quiero ser la primera y última generación de mi familia que llegue a la facultad. Mi mamá está orgullosa, ella no pudo terminar ni el secundario», dice al micro de Página 12.
Al paso de los bloques de jóvenes por las amplias avenidas, los empleados del McDonalds salían a las puertas del establecimiento a aplaudirles. O, los albañiles en lo alto de un edificio en obras les saludaban, puño en alto.
«Lo que sucedió en cada rincón del país sólo sucede cuando algo mueve las placas tectónicas de una sociedad. Hoy fue la reacción de un pueblo que si hay algo que tiene claro, algo que ni la más encendida retórica libertina ni su innegable talento para el insulto puede oscurecer, es que la educación pública es un derecho inalienable», afirma Juan Grabois, abogado y docente de la UBA, peronista y dirigente del Frente de Todos.
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