Crecen las presiones para una escalada en la guerra

La tentación vive en Afganistán

Para los jefes militares, aplicar con éxito una estrategia de “contrainsurgencia total” en Afganistán, exige que Obama ponga a su disposición miles de nuevos soldados, más recursos militares, económicos y de inteligencia

A principios de los 60, la administración Johnson hizo suya una doctrina, conocida como de la «escalada», según la cual, era tanto lo que EEUU se jugaba en Vietnam, que no debí­a escatimar el enví­o ilimitado de nuevas tropas y más recursos. Casi medio siglo después, crecen en EEUU las voces de quienes exigen a Obama el inicio de una «escalada» en Afganistán. Si Vietnam acabó en una derrota que marcó el inicio del declive estratégico de la superpotencia yanqui, Afganistán, dependiendo de cómo Obama sepa gestionarlo, podrí­a llegar a convertirse en la tumba definitiva de su orden unipolar.

El jefe del comando militar de Afganistán, el general McCrysthal, fue claro y concluyente en su intervención ante el Senado norteamericano este asado verano: para aplicar con éxito una estrategia de “contrainsurgencia total” en Afganistán, Obama debe poner a su disposición miles de nuevos soldados, más recursos militares, económicos y de inteligencia. Inmediatamente, tras él, se alineaban en bloque los republicanos, los lobbistas del complejo militar-industrial y una parte no despreciable de la administración y el propio gobierno de Obama. Argumentan para ello que si EEUU, tras verse obligado a retirarse de Irak, no se emplea a fondo en Afganistán, su “guerra contra el terrorismo internacional”, decretada por unanimidad tras los atentados del 11-S, se habrá saldado con una catastrófica debacle militar de la que Washington tardará décadas en recuperarse, si es que lo hace. La realidad que se esconde, sin embargo, detrás de estos argumentos es otra muy distinta. Las fisuras y contradicciones que recorren al stablishment norteamericano con respecto a la guerra en Afganistán –y que explican a su vez las indecisiones de Obama– se pueden resumir en un punto. Qué es más rentable desde los intereses estratégicos de la superpotencia: si consolidar una fuerte presencia política y militar en la región de Agfpak (Afganistá-Pakistán), que le sirva como plataforma desde la que poder intervenir directamente en las repúblicas del Asia central, donde se concentran los intereses y las debilidades de sus dos principales rivales, China y Rusia; o, por el contrario, mantener una presencia militar limitada que permita “empujar” la presencia de Al Qaeda y los talibanes hacia las fronteras interiores de Asia Central, expandiendo así hacia China y Rusia la gran carga de inestabilidad y las múltiples potencialidades de conflicto que acompañan al fundamentalismo islámico. En contra de la primera opción trabajan tanto la desastrosa experiencia de Irak –donde un proyecto similar para el control del Gran Oriente Medio se ha saldado con una dolorosa derrota–, como la creciente desafección de una gran parte de la opinión pública norteamericana hacia los costes de una mayor implicación en la guerra de Afganistán. Obama no fue votado por su electorado para iniciar la escalada en una guerra, Afganistán, sino para poner fin a otra, Irak. A favor de ella están la capacidad de presión del Pentágono y el complejo militar-industrial –y que no se reducen únicamente a la clase política, sino a importantes sectores de la opinión pública– y las fuertes corrientes que en el seno de los demócratas, empezando por el propio gobierno, se alinean con ellos. Emprender o no una escalada militar en Afganistán se está convirtiendo así, ocho meses después de su toma de posesión, en la gran disyuntiva que muy posiblemente va a definir la presidencia de Obama en el futuro, mucho más, desde luego, que sus reformas internas. Una disyuntiva endiablada, puesto que en realidad Obama sólo tiene malas opciones en Afganistán. Si opta por la escalada militar, puede fácilmente acabar, a la vuelta de dos o tres años, en un empantanamiento igual, o peor, al de Irak. Si se decide por una intervención limitada, facilitando la expansión de los talibanes y el fundamentalismo en la región puede volverse a encontrar, como ya le ocurrió a EEUU en el pasado, con que el monstruo al que ha alimentado para hostigar y debilitar a sus rivales, se le vuelva en contra y amenace algunos de sus intereses fundamentales.