Ola de protestas en Irán

La ‘revuelta del velo’ sacude los cimientos del régimen de los ayatolás

Este movimiento de lucha y rechazo al dominio de los ayatolás, encabezado por las mujeres pero al que se han sumado muchos otros sectores, nace de las entrañas de las clases populares iraníes, hastiadas de un insoportable y corrupto régimen de terror y represión teocrática

La muerte bajo custodia policial de la joven Mahsa Amini ha sido el detonante para la mayor ola de protestas que se en los últimos años se ha visto en Irán. Manifestaciones en más de 20 ciudades, movilizaciones de miles de ciudadanos, paros y huelgas en la enseñanza, cortes de carretera, y el apoyo de artistas, intelectuales y hasta de la selección iraní de fútbol. Una lucha que va más allá de la exigencia de derechos y libertades contra la asfixiante teocracia, y que sacude los cimientos del opresivo régimen de los ayatolás.

El 14 de septiembre, la joven kurda Mahsa Amini, de 22 años, fue abordada mientras caminaba por Teherán por una patrulla de la ‘Policía de la Moral’. Su delito: mostrar demasiado cabello bajo el velo. Fue detenida y trasladada a un centro policial, del que ya nunca salió con vida. La versión oficial dice que murió por un infarto, y fuentes de la familia hablan de maltrato y torturas. Sea como sea, es la gota que colmó el vaso de una inquisitorial ‘Policía de la Moral’ conocida en Irán por la arbitrariedad de sus detenciones y a menudo, por la violencia de sus arrestos. Una Policía que rara vez actúa contra las mujeres de los centros comerciales de lujo, en los barrios ricos del norte de la capital.

Como un perforador, la muerte de Mahsa Amini ha hecho brotar el enorme pozo de petróleo de ira y cólera popular, especialmente entre unas mujeres que llevan desde 1979 sometidas a una opresiva y fundamentalista vigilancia -en sus vestimentas, en su forma de actuar y relacionarse- por parte del régimen clerical. Un cuerpo represivo especial – la Policía de la Moral- se centra en controlar que las mujeres vistan con ropa holgada, que el largo de los pantalones sea el suficiente y que no lleven demasiado maquillaje. Y sobre todo, que un velo cubra sus cabellos, obligatorio desde los 7 años desde que se sale de casa, sin excepciones. Incumplirlo puede suponer detenciones, dos meses en prisión y hasta 74 latigazos. En las zonas rurales, donde no hay escapatoria, la imposición se cumple a rajatabla. Pero en las grandes ciudades, donde la Policía de la Moral no llega a todos lados, las mujeres lo desafían tanto como pueden.

Desde la llegada al poder del actual presidente -el ultraconservador Ibrahim Raisi- en 2021, los controles de la Policía de la Moral se han hecho aún más agobiantes, sistemáticos y represivos. Raisi impulsa medidas como cámaras de seguridad para monitorear a las mujeres, delatores en en edificios residenciales para comprobar la indumentaria de los habitantes en áreas comunes o penas de prisión para todo el que cuestione o critique el uso obligatorio del velo en las redes sociales. Detrás de este endurecimiento de la represión fundamentalista está la lucha de poderes entre las distintas facciones de los ayatolás, y la incertidumbre que genera la futura transición de poder del Líder Supremo. El actual, Ali Jamenei (83), está muy anciano, y hay mucho miedo entre los ultraconservadores a que a su muerte se abran espacios de apertura que les arrebaten el control.

Desde la llegada al poder del actual presidente -el ultraconservador Ibrahim Raisi- en 2021, los controles de la Policía de la Moral se han hecho aún más agobiantes, sistemáticos y represivos

Una incontenible ola de rebelión

De Irán llegan cientos de imágenes de mujeres de todas las edades quemando el velo, cortándose el cabello, entonando en farsi canciones como «Bella Ciao» o «El Pueblo Unido Jamás Será Vencido», o «Mujeres, vida, libertad», o manifestándose al grito de «Mujeres, vida, libertad» en las calles de Teherán, Yazd y Tabriz, entre otras 20 ciudades. No están solas: les acompañan miles de compañeros gritando lo mismo: estudiantes y profesores, obreros, taxistas y comerciantes. También multitud de famosos, artistas y cantantes como Mona Borzoui, detenida tras recitar en las redes una poesía en favor de las protestas. Hasta la selección iraní de fútbol, en un partido amistoso contra Nigeria en Viena, portaba camisetas negras con el escudo tapado en apoyo a la lucha de los manifestantes.

La represión continúa, y es sangrienta. Van más de 83 muertos en las protestas, asesinados por unas fuerzas represivas que usan (según afirma la ONU) munición letal, y ya van más de 1.500 detenidos, entre ellos una treintena de periodistas. Pero las protestas se han radicalizado, y han llegado a prender fuego a dos comisarías y varios vehículos policiales.

El régimen acusa a las protestas de estar incitadas por el «enemigo extranjero» con la intervención de embajadas y servicios de inteligencia de otros países. Pero -aunque innegablemente EEUU tratará de aprovechar las protestas en beneficio propio- este movimiento de lucha y rechazo nace de las entrañas de las clases populares, hastiadas de un insoportable y corrupto régimen de terror y represión teocrática, que mantiene a más de la mitad de la población empobrecida para que unos pocos se enriquezcan en nombre de la Revolución Islámica.

El régimen acusa a las protestas de estar incitadas por el «enemigo extranjero». Pero -aunque innegablemente EEUU tratará de aprovechar las protestas- este movimiento de lucha y rechazo nace de las entrañas de las clases populares

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Las condiciones materiales de vida en Irán

Una olla a presión, no sólo por la dictadura teocrática

La actual ola de protestas en Irán tiene como catalizador la rebelión ante un régimen teocrático y opresivo que se ceba con las mujeres. Pero las causas de la creciente furia popular contra el régimen de los ayatolás son mucho más profundas, y aunque el aspecto religioso o de género esté en primer plano… su componente esencial es de clase.

Manifestación obrera en Teherán contra la subida de precios

En Irán, la renta per cápita sólo ha crecido menos de un 1% en los 43 años transcurridos desde la Revolución de 1979. Al menos la mitad de su población de 84 millones de personas vive bajo el umbral de la pobreza. Debido a las sanciones occidentales, el iraní medio se ha empobrecido un 13% en la última década. Sobre ese sustrato de carestía estructural, una tasa de inflación como la actual -de alrededor del 40%, aunque algunos la estiman superior al 50%, una tasa once veces superior a su país vecino, Irak- actúa como una cerilla en un bidón de gasolina

Las consecuencias de la guerra de Ucrania y de las sanciones occidentales también han agravado una espiral inflacionaria que ya venía de lejos. El precio del pan se ha incrementado un 50%, el aceite un 35%, el azúcar un 72%, el billete de bus o de metro un 30%. La escalada de los precios de los alquileres ha llegado a tal nivel que el 35% de la población de las grandes ciudades se ha visto obligada a mudarse a la periferia, a suburbios muy pobremente equipados.

Una inflación cercana al 50% en un país con la mitad de la población bajo el umbral de la pobreza. ¿Cómo no va a estallar esta olla a presión?

La conflictividad social en Irán no deja de incrementarse. Según informa la revista Viento Sur, «las huelgas y las manifestaciones están formalmente prohibidas desde la guerra entre Irán e Irak (1980-1988); y las protestas sociales son ferozmente reprimidas. Sin embargo, entre el 1 de mayo de 2021 y el 1 de mayo de 2022, se registraron 4.122 huelgas y protestas de trabajadores, profesores, funcionarios, pensionistas, trabajadores de hospitales, etc… Una de estas huelgas fue de más de 100.000 trabajadores y trabajadoras del sector petrolero y petroquímico. Duró dos meses y sólo terminó cuando se cumplieron la mayoría de sus exigencias».

Las sanciones de EEUU -que se incrementaron durante la administración Trump, pero que Biden ha mantenido- actúan sobre esta olla a presión de desigualdad y pobreza. Pero su causa fundamental está en la propia clase dominante iraní.

Bajo los ropajes teocráticos del fundamentalismo chií, el régimen de los ayatolás se halla controlado por una auténtica burguesía burocrática que somete a su pueblo a una explotación salvaje y a una tenebrosa opresión religiosa y policiaca. Una burguesía burocrática nucleada en torno a los clérigos y al CGRI (Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica).

Todos los resortes del Estado, pero también de las distintas ramas de la industria, el comercio y las actividades económicas, están controladas por una ultra-corrupta y clientelar élite de Guardianes de la Revolución, cuyo capital colectivo se estima en más de 100.000 millones de dólares. El 1% más rico de la sociedad iraní concentra el 16% de la riqueza del país, tanto como el 40% más pobre.

Es contra esta clase dominante parasitaria y opresiva contra la que hoy se levanta el pueblo de Irán. No sólo sus valientes mujeres, sino el conjunto de sectores populares y trabajadoras.