Las gigantescas movilizaciones contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco (¡Vascos Sí, ETA No!) supondrían el nacimiento de la rebelión democrática y marcarían un antes y un después en la lucha contra ETA.
El 10 de julio de 1997 ETA secuestraba a Miguel Ángel Blanco, el joven (29 años) concejal del PP de la localidad vizcaína de Ermua. La banda terrorista dio un ultimátum de 48 horas al gobierno para acercar a todos los presos etarras al País Vasco o asesinarían a Miguel Ángel.
Ermua, Euskadi y numerosas ciudades de toda España se llenarón de concentraciones y veladas pidiendo su libertad. El 12 de julio, ni una hora después de expirar el plazo, ETA lo asesinaba de dos disparos en la cabeza, maniatado y de rodillas, en un descampado del municipio guipuzcoano de Lasarte.
El asesinato levantó una ola de indignación. Los gritos de “Asesinos, asesinos” y “Sin pistolas no sois nadie” atronaron las calles del País Vasco. Las gigantescas movilizaciones contra el asesinato de Miguel Ángel Blanco (¡Vascos Sí, ETA No!) supondrían el nacimiento de la rebelión democrática y marcarían un antes y un después en la lucha contra ETA.
Un grupo de intelectuales vascos de izquierdas, publicó un manifiesto denunciando que “se ha organizado y extendido en Euskadi un movimiento fascista que pretende secuestrar la democracia y atenta contra nuestros derechos y libertades más esenciales”. Y llamando a “luchar pacífica y contundentemente contra ETA y quienes amparan, promueven y se benefician de su proyecto totalitario”.
La creación de un movimiento antifascista, representado en Euskadi por organizaciones como Foro de Ermua, Basta Ya, Covite, AVT o Fundación Libertad, fue determinante.
Entonces se empezó a derrotar a ETA.
El paso decisivo lo daría el movimiento ganando la batalla de la calle por la libertad, enfrentándose a los pistoleros de ETA y a quienes, como Arzallus e Ibarretxe, querían utilizar el terror para imponer el totalitarismo etnicista sobre la población vasca.
Ahora, una gran parte de los medios atribuyen la derrota de ETA a la actuación policial y judicial o a la colaboración internacional, pero con ser importantes, el hecho decisivo de esta victoria contra el terror fue la irrupción de la rebelión democrática. Hasta entonces los demás factores habían debilitado a la banda, pero no eran capaces de combatir y romper el “humus social” que sostenía y amparaba el terror.
Fue necesario desplegar un combate a todas las ideas que justificaban el terror, criminalizaban a las víctimas y sembraban la ambigüedad y la equidistancia. Y señalar como responsables del terror no solo a ETA o HB, sino sobre todo a los dirigentes peneuvistas que, como Arzallus, entonces presidente del PNV, e Ibarretxe, presidente del gobierno vasco, encarnaban el nazifascismo étnico.
El papel decisivo de la izquierda comunista
En ese combate la izquierda comunista, representada por Unificación Comunista de España, jugó un papel decisivo, cuando las posiciones dominantes en la llamada izquierda revolucionaria eran la ambigüedad y la equidistancia, o directamente la justificación de ETA y la colaboración con el gobierno dominado por la línea nazifascista. Como hacía la Ezker Batua (Izquierda Unida) de Javier Madrazo integrado en el gobierno de Ibarretxe como Consejero de Vivienda.
Los comunistas de UCE contribuyeron decisivamente a denunciar el terrorismo como fascismo, señalando como principales responsables del terror a los dirigentes de la línea nazifascista dominante en el PNV. Y su estrategia de utilizar el terrorismo para amedrentar y paralizar a la sociedad vasca e imponer sus objetivos políticos.
Editoriales del periódico De Verdad, como la de marzo de 2001, “Denunciar y aislar al nazifascismo de Arzallus”, o los “Cuatro pilares de la Sabiduría de Arzallus” contribuyeron a desenmascarar y revelar la verdadera naturaleza de esos dirigentes.
Pero tanto o más que las denuncias contribuyeron los militantes, afiliados, amigos y simpatizantes de UCE al aparecer con la bandera roja en las movilizaciones de la rebelión democrática como un referente en la lucha contra ETA. Junto a los sectores de la sociedad vasca (y española, pero sobre todo vasca), ciudadanos de a pie, concejales y cargos públicos de todos los partidos democráticos, intelectuales, familiares, amigos y asociaciones de las víctimas, pacifistas, cristianos, socialistas… salieron a arrebatar la calle a los pistoleros y al nacionalismo étnico, jugándose cada día la vida.
La organización de UCE en Euskadi, con el apoyo de militantes y simpatizantes de toda España, desplegó en todos estos años una intensa labor de denuncia y propaganda, distribuyendo cientos de miles de periódicos, carteles y folletos. Participando en las movilizaciones de la rebelión democrática. Y manteniendo una constante presencia en la calle, con mesas de propaganda y repartos…, en unas condiciones extraordinariamente difíciles, enfrentando amenazas, agresiones y ataques de los proetarras.
UCE encaró entonces el mismo reto que hoy tiene la izquierda revolucionaria en Cataluña ante el órdago independentista de los Puigdemont y Mas. Salir a la calle con la bandera roja para proclamar que la defensa de la unidad del pueblo trabajador de las nacionalidades y regiones de España es revolucionaria.
Entrega de las armas y disolución ya
Después de Miguel Ángel Blanco ETA aún asesinaría a 67 personas, antes de declarar el cese definitivo de la “violencia” (es decir de los atentados terroristas) el 20 de octubre de 2011.
Desde entonces la banda sigue sin entregar las armas y sin anunciar su disolución definitiva, pidiendo perdón y ofreciendo reparación a las víctimas.
Al contrario, aún siguen tratando de sacar réditos políticos de su organización criminal. Con la colaboración de los llamados “mediadores internacionales” siguen montando operaciones políticas como la de la falsa entrega de las armas. Ocultan los datos que permitan aclarar los 300 asesinatos aún pendientes. Buscan establecer un relato de los casi 50 años de terrorismo activo que oculte su naturaleza fascista y los servicios prestados al nacionalismo étnico y a los defensores de la fragmentación, incluidas las potencias extrajeras. Y poner este relato al servicio de sus herederos, Otegui y Bildu que pretenden seguir con sus viejos planes de nacionalismo excluyente emulando “la vía catalana” a la independencia.