“Aquí no había opositores, había separatistas… La unidad es algo sagrado. Dividir el territorio, como dos naciones, eso no se acepta. Confundían autonomía con independencia”. Con estas contundentes palabras reaccionaba el presidente boliviano, Evo Morales, ante el movimiento independentista impulsado por las rica burguesía de Santa Cruz.
Dos días después de que Kosovo declara su “independencia”, bajo el amparo de las tropas de la OTAN y para convertirse en la mayor base norteamericana del mundo, la Corte Electoral de Santa Cruz anunciaba la convocatoria de un referéndum independentista. Era el 1-O boliviano.
Se inventaron una “Nación Camba”, a la que disfrazaron con unas inexistentes “diferencias etnoculturales” que la separaban del resto de Bolivia. Pero no eran “un pueblo oprimido”, sino las burguesías de las regiones de Santa Cruz, Beni, Pando, Tarija y Chuquisaca, las más ricas en petróleo y gas, que defendían sus históricos privilegios frente a un gobierno que impulsaba una política de redistribución de la riqueza.
El gobierno boliviano denunció el carácter reaccionario de las oligarquías locales, pero sobre todo señaló que detrás de todos los proyectos independentistas estaba EEUU. Philip Goldberg era embajador norteamericano en Kosovo en 2006, y pilotó la “independencia” del país para convertirlo en un protectorado yanqui en los Balcanes. Dos años después, estaba en Bolivia para promover los movimientos independentistas. Tal y como denuncia el vicepresidente boliviano, Álvaro García Linera, “a solo tres meses de la llegada del embajador Goldberg se comenzó a sufrir un exacerbado proceso de racismo y de autonomías separatistas”. Anunciando que “jamás permitiremos la independencia (…) desde el compromiso moral con la patria, con su historia, sus muertos, defenderemos cada milímetro de la unidad nacional”.
La firme defensa de la unidad, frente a la división empuñada por EEUU y las oligarquías locales, fue reiterada por Evo Morales: “Acá se está hablando de una división, de una separación de la patria (…) La patria no se vende, la patria no se divide (…) eso es una traición a la patria (…) seguir pensando en vender la patria o dividir la patria es como descuartizar a nuestra madre y la madre es sagrada en la familia”.
El mundo hispano tiene memoria del cuchillo norteamericano, que segregó Panamá de Colombia, o fragmentó América Central en Estados lo suficientemente grandes para ser enormes plantaciones de la United Fruit Company, y lo suficientemente pequeños para poder ser fácilmente manejados por el imperio. En toda la Patria Grande se sabe que solo unidos los pueblos tenemos fuerza, y que quienes impulsan la fragmentación son en realidad “patriotas panameños” al servicio del poderoso vecino del Norte.