Si preguntáramos cuales fueron los territorios pioneros en el desarrollo de la industria en España, casi todos mencionarían a Cataluña o País Vasco, y a muy pocos se les ocurriría siquiera tener en cuenta a Andalucía.
Sin embargo, lo que los datos y la realidad histórica nos dicen es todo lo contrario. Andalucía fue durante buena parte del siglo XIX, cuando se empezó a desarrollar la industria moderna en nuestro país, la segunda región más industrializada de España, compitiendo con Cataluña y superando en muchos casos al País Vasco.
La idea de una Andalucía indolente, ensimismada y atrasada, condenada a ser un reducto agrario o exportadora de materias primas incompatible con la gran industria, y que carece de la laboriosidad y espíritu emprendedor de otras regiones más avanzadas, no es un tópico, es una mentira, una de las fake news más interesadamente difundidas.
Vamos a desmontarla con hechos y datos, accesibles, pero que son sistemáticamente ocultados para intoxicarnos con una falsa visión de Andalucía que oculta los verdaderos problemas y los auténticos culpables.
Cuando Andalucía industrializó España
Algunos de los viajeros que llegan a la ciudad de Málaga durante el siglo XIX se sentían decepcionados. Esperaban encontrar un reducto romántico y folclórico, pero lo que divisaban era un paisaje de chimeneas y factorías industriales. Su idealizada Al -Andalus detenida en el tiempo, en realidad se parecía más al Manchester de la revolución industrial.
Pero algunos lectores de hoy manifestarán la misma sorpresa que los viajeros decimonónicos cuando descubran que, durante buena parte del siglo XIX, especialmente de 1830 a 1870, Málaga fue la segunda ciudad industrial española, solo por detrás de Barcelona y muy por delante, por ejemplo, de Bilbao. Su desarrollo no estaba limitado a la transformación de productos agrarios (vino, azúcar…), sino que se concentraba en las industrias entonces punteras, la siderometalurgia (en Málaga se instalarán los primeros altos hornos de España), el textil o la química. Sus impulsores son los nódulos de una dinámica burguesía comercial que apuesta por el desarrollo de la industria. Son los Larios (que ahora solo conocemos por una marca de ginebra, pero que impulsaron en el siglo XIX factorías siderúrgicas, fábricas textiles…) a los que se suman otros como los Heredia o los Loring.
Esta visión de una Andalucía dinámica, moderna, competitiva, y que jugó un papel clave en la primera oleada de industrialización de España, está borrada de nuestra memoria.
Pero sucedió. Y es que, frente a la falsa idea de una Andalucía incapaz de sumarse al tren de la modernidad por el lastre de un atraso secular e intransformable, la realidad es que, en las décadas centrales del XIX, cuando España emprende el camino de la industrialización, Andalucía disfruta de condiciones favorables para situarse a la cabeza. Desde un alto crecimiento demográfico, superior a la media española, a sus enormes recursos mineros. Pasando por la acumulación de capitales procedentes de la agricultura, o la existencia de una burguesía comercial avanzada, que por ejemplo introduce a través de Cádiz las primeras máquinas de vapor en España, y dispuesta a invertir en la industria.
Esto va a traducirse en un papel de vanguardia de Andalucía en el desarrollo industrial. Existen sectores de transformación agrícola importantes, desde los vinos de Jerez a la industria azucarera o el inicio de la conversión del aceite en producto de consumo. Pero donde Andalucía es vanguardia en estas décadas claves del XIX es en los sectores industriales entonces más cualitativos.
Con el desarrollo de un poderoso sector minero, basado en las ingentes riquezas del subsuelo andaluz. De 1861 a 1910 la minería andaluza suministró la tercera parte de la producción mundial de hierro y cobre para obtener azufre, o la octava parte de la de plomo. Y en 1913 el 66% del mineral de cobre producido en el mundo provenía de Huelva. Las minas andaluzas empleaban a 50.000 mineros y a 7.000 obreros en la transformación industrial del mineral.
No es cierto que este importante sector minero no hubiera podido nacer sin el capital extranjero. Las minas de plomo son impulsadas, hasta 1868, por capital y tecnología autóctona, por parte de una burguesía comercial ya volcada en la industria que es capaz de erigir fundiciones modernas, introducir máquinas de vapor y hornos ingleses. Lo mismo sucede con las primeras décadas de la minería del cobre.
El desarrollo de la minería andaluza no solo no nace con vistas únicamente a la exportación del material, sino que viene impulsada por la demanda de una siderurgía andaluza que de 1833 a 1866 es la más importante de España. En una fecha tan temprana -en comparación con otros territorios españoles- como 1826 se levanta en Málaga la Fábrica de la Concepción, con los primeros altos hornos del país. A ella se unieron otras, como “La Constancia”, hasta el punto de que en 1844 se ha estimado que el 72% de toda la fundición de España se realizaba en Málaga.
Aunque Málaga es su principal foco, el impulso de la siderurgia andaluza (líder en España durante décadas, con un País Vasco paralizado por las guerras carlistas) se desarrolla también en Sevilla, con la fundición “San Antonio” en El Pedroso, o en Almería.
Cuando hablamos del desarrollo en España del sector textil, emblema de la primera revolución industrial, solo se menciona a Cataluña. Pero también aquí Andalucía jugó un papel clave durante buena parte del siglo XIX. En Málaga se establecen en las décadas de 1840 y 1850 dos fábricas de tejidos a gran escala (como “La Industria Malagueña”, considerada “la segunda industria algodonera a la inglesa”, es decir concebida como una industria moderna). No son pequeños talleres, son ya grandes factorías, que concentran en 1856 el 70% de la producción. Y que en 1879 han duplicado su tamaño, pasando de 14.000 husos a 31.655.
También existen otros importantes focos textiles en Cádiz, con la “Empresa Gaditana de Hilados y Tejidos de Algodón al Vapor” o en Antequera.
Además de estos, en Andalucía se desarrollan durante el siglo XIX otros importantes sectores industriales. Desde una industria tabaquera que solo en la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla concentraba el 29% de toda la producción española, a una industria química de peso en Málaga o la industria naval gaditana, con los astilleros de Puerto Real y Cádiz.
Este es un breve repaso a las aportaciones andaluzas al desarrollo industrial de España, que de conjunto nos ofrecen una visión radicalmente enfrentada a la mirada despreciativa o condescendiente dominante en muchos ámbitos.
Las razones ocultas de una decadencia impuesta
Hoy se tiende a minusvalorar o directamente a negar este primer impulso industrial andaluz. Alegando que buena parte de estas industrias, al entrar en el siglo XX habían desaparecido o se encontraban en decadencia. Y no falta quien atribuye este “fracaso industrial andaluz” a la imposibilidad de que algunos elementos avanzados pudieran impulsar, en una sociedad mayoritariamente atrasada, proyectos modernizadores.
Vamos a despejar en primer lugar las ideas que no se corresponden con la realidad. Como la de una Andalucía más enclaustrada en los barrotes del antiguo régimen frente a, por ejemplo, una Cataluña más conectada con los nuevos tiempos.
La realidad es que a lo largo de del siglo XIX, Andalucía es uno de los territorios más avanzados de España, no solo en el desarrollo de importantes sectores económicos, como hemos demostrado, sino también en el ámbito político.
Cádiz es el gran centro del impulso del liberalismo más progresista, como sede de las Cortes que alumbran la Constitución de 1812, y como origen del golpe de Riego en 1823. La vitalidad política va a expresarse en el gran número de figuras andaluzas que juegan un papel clave en la política española. Y será otra vez desde Cádiz que se lanzará a toda España el manifiesto que impulsa la revolución de 1868.
La efervescencia política andaluza estalla también entre las clases populares, no solo con las movilizaciones de jornaleros sino también con la lucha del proletariado industrial.
No es, pues, en la “modorra” política donde hay que buscar las razones de “la decadencia andaluza”.
Están en otros motivos, convenientemente ocultados. Como la toma de control del capital extranjero sobre las principales fuentes de riqueza, para explotarlas en beneficio de potencias foráneas.
Las “autoridades españolas”, en vez de proteger el desarrollo de la industria nacional, ampararon a los capitales que venían de Londres o París. En 1868 las explotaciones mineras se privatizan, dando todas las facilidades a las concesiones extranjeras. Cuatro años después el Estado español vendió el emblemático yacimiento de Riotinto a la británica Riotinto Co. Ltd, propiciando que desplazara a los capitales locales que lo habían impulsado. Al entrar en el siglo XX, los yacimientos andaluces más rentables ya estaban bajo control extranjero. No es un proceso “natural”, ni fruto de “la debilidad del capital andaluz”. Sino una imposición.
Lo mismo le sucede a la industria siderúrgica andaluza. Las medidas adoptadas por gobiernos españoles no solo no van a favorecerla, sino que le colocan las máximas dificultades posibles. Uno de los mayores especialistas en historia económica de España, el catalán Gabriel Tortella, denuncia la increíble decisión de liberar del pago de aranceles a todas las importaciones ferroviarias. Poniendo de manifiesto como “la no exención hubiera estimulado la siderurgia nacional”, frente al catastrófico resultado de unas vías férreas españolas que utilizaron principalmente el hierro vendido por ingleses o franceses.
Las decisiones políticas contribuyeron a hundir la siderurgia andaluza. El capital andaluz impulsó la línea de ferrocarril Córdoba-Málaga para abastecer de carbón cordobés la industria malagueña. Pero se prefirió construir primero la línea Madrid-Aranjuez, solo para que los monarcas disfrutaran de sus residencias, o priorizaron la conexión de Córdoba con Madrid, en un diseño radial que no tenía en cuenta las necesidades industriales. Cuando por fin se construyó la línea Córdoba-Málaga ya era demasiado tarde, y la siderurgia andaluza había sido desplazada por sus competidores.
Es la voluntad política
No fue “el endémico atraso” el que hundió algunas de las industrias andaluzas más florecientes durante el siglo XIX, sino la voluntad política, o mejor dicho la falta de ella.
Si la siderurgia vasca acabó desplazando a la andaluza, es porque disfrutó de la protección de Inglaterra, que vendía el carbón a las factorías de Euskadi y compraba el hierro que producían. Y porque contó con el amparo del Estado, que sí construyó las líneas de ferrocarril que su desarrollo necesitaba, y que en el caso andaluz se negaron.
A pesar de todos estos obstáculos, la industria andaluza mantiene hasta 1930 un lugar importante en el conjunto de la industria española. Será a partir de entonces cuando emprende una caída en picado. En 1960 ha descendido siete puntos. Y en 2006 pasa a significar apenas un 8% del total de la industria española, una cifra que es menos de la mitad de lo que correspondería por la población de Andalucía.
Lo que sucede en estos dos momentos está determinado no por la “debilidad interna” andaluza, sino por terremotos políticos. Entre 1930 y 1960 la dictadura fascista prioriza otros focos industriales, relegando a Andalucía. Y a partir de los años ochenta, la entrada en el Mercado Común, y el brutal proceso de desindustrialización que nos exigen las grandes burguesías europeas, golpeará la industria andaluza.
Esta es la historia de Andalucía. Y de ella se extraen valiosas lecciones para el presente. La primera es la de triturar la fake news de una Andalucía condenada al atraso. Por el contrario, la realidad nos muestra unas enormes potencialidades, que ofrecen ejemplos de éxito cuando se tiene voluntad de aprovecharlas. La segunda es, precisamente, que todo depende de la voluntad política, para potenciar su desarrollo o para imponer una desindustrialización forzosa que solo conduce a que las enormes riquezas que alberga acaben en manos de otros.