Apaguemos por un momento los focos sobre los rescates multimillonarios, los sueldos opulentos y las pensiones privadas que generan alarma social. Hoy se publicarán las cifras del paro registrado correspondientes a mayo: no serán precisamente alentadoras, a pesar de que no incorporan a aquellos que, desmoralizados, ni siquiera se apuntan ya en los servicios públicos de empleo. El viernes se conocieron las que proporciona la oficina de estadísticas de la Comisión Europea: el desempleo está en su máximo histórico en la zona euro desde que existen series históricas, y España aporta a ese dato el 24,3% de su población activa sin trabajo.
Esta es la otra cara de la crisis económica, la más lacerante y mayoritaria. De los 11 millones de clientes de Bankia, muchos de ellos estarán sin duda en paro, así como algunos de los cientos de miles de ciudadanos que a partir de julio pasado compraron acciones de la cuarta entidad financiera española. Hoy se analizarán también con más detalle los datos de los parados que han dejado de cobrar el seguro de desempleo por ser de larga duración y el número de hogares en los que no entra ningún sueldo. Pero ya existen otros indicadores que demuestran que la sociedad española se ha instalado en nuevas condiciones de existencia, cambios muy notorios en los hábitos y costumbres como consecuencia de la merma de su renta disponible, de las escasas expectativas de mejora (movilidad social) y del pesimismo sobre su futuro.