Ciento cuatro años en las entrañas del poder estadounidense. Goldman Sachs lleva un siglo incrustando a sus hombres en puestos claves de la Casa Blanca y de las instituciones decisivas de Washington. No es el banco más rico, pero quizá ningún otro grupo financiero simbolice mejor al capitalismo monopolista de Estado, la relación carnal entre el mundo de las finanzas y el poder político en EEUU. La presencia en el gabinete de Trump es abrumadora: nunca como hasta ahora, Goldman Sachs había proyectado una sombra tan intensa sobre la Casa Blanca.
El matrimonio de Goldman Sachs con el sanctasanctorum del poder norteamericano comenzó en 1913, cuando Henry Goldman -el hijo del fundador del banco en 1869, un judío alemán emigrado a América- participó e la creación de la Reserva Federal. Décadas después, el primer ejecutivo del banco, Sidney J. Weinberg -conocido como Mister Wall Street- ayudó a a F.D. Roosevelt en el Consejo de Producción de Guerra (uno de los embriones del complejo militar industrial) y luego a los gobiernos de Eisenhower y Johnson.
Con Johnson encontramos también al goldmaniano Henry H. Fowler como Secretario del Tesoro (1965-1969). Con Reagan, al copresidente de GS, John C. Whitehead (85-89) como subsecretario de Estado. Con Bill Clinton, Goldman Sachs coloca a otro copresidente, Robert E. Rubin como secretario del Tesoro (95-2000). Con Bush hijo (2002-10) tenemos doblete de hombres GS: Stephen Friedman se convierte en asesor económico del presidente, y luego en Gobernador de la Reserva Federal, y Henry Paulson como sec. del Tesoro.
Goldman está tan enclavado en el corazón de la clase dominante norteamericana, que en la práctica totalidad de los gobiernos de Washington, ha habido un hombre de GS en las entrañas de la Casa Blanca. Tanto en gobiernos republicanos como en demócratas; y sobretodo, en puestos de dirección económica. «La intensa presencia de Goldman Sachs en el gabinete de Trump tritura la idea de un presidente que va a hacer políticas demagógicas y populistas. «
No es la entidad más potente de Wall Street. Tiene el puesto número 32 por volumen, pero se disputa el puesto de liderazgo banca de inversión con JP Morgan, herederos del imperio Rockefeller. Este grupo financiero es un ejemplo paradigmático, una quintaesencia, del maridaje consanguíneo entre la clase dominante norteamericana y su aparato estatal. No son puertas giratorias, son hombres que ocupan despachos de un mismo edificio.
En el ideario popular norteamericano, nombrar Goldman Sachs es decir dinero, éxito y ambición sin escrúpulos. Si bien no son los únicos responsables de haber creado la burbuja de las las hipotecas basuras que llevaron al crash del 2008 -la autoría esta bien compartida entre toda la oligarquía norteamericana- los primeros estallidos los pillaron con las manos en la masa, intentando vender productos financieros basura cuando Wall Street y las inmobiliarias se venían abajo. “Un gran calamar vampiro envuelto en la cara de la humanidad, metiendo inexorablemente su embudo de sangre en cualquier cosa que huela a dinero”, dijo de Goldman la revista Rolling Stone.
Ironía o hipocresía, Donald Trump utilizó la imagen maquiavélica de Goldman Sachs para atacar a sus rivales en campaña. Contra Hillary Clinton -que había cobrado lucrativas cantidades como conferenciante a cargo de GS, banco que fue uno de sus principales financiadores de campaña- o contra Ted Cruz. De ambos dijo que «estaban bajo el control» del banco. Y en su última alocución a sus seguidores en campaña, el magnate dijo que entre los «culpables del empobrecimiento» de la mayoría, estaba Lloyd Blankfein, el jefazo de GS.
Todos estos discursos habían sido escritos por su principal consejero y asesor, entonces y ahora: Stephen Bannon. Además de ser el ‘ideólogo’ de la línea Trump y el principal impulsor de su discurso reaccionario, racista y xenófobo, Bannon ha sido… banquero de inversión con Goldman Sachs.
No es el único goldmaniano en el gobierno Trump. En realidad el nuevo gabinete está más poblada de ejecutivos de esta firma que ningúna otra Casa Blanca antes. Tenemos a Gary Cohn, hasta ahora número dos del banco, como jefe del Consejo Económico, el círculo que asesora al presidente en materia económica y que diseña las políticas financieras o tributarias. Encontramos a Steven Mnuchin (17 años en GS) como secretario del Tesoro, equivalente al ministro de Economía. En otros puestos importantes hallamos a Jay Clayton, ex-abogado de Goldman, elegido presidente de la SEC (el ente supervisor de la Bolsa de Nueva York) y a Dina Powell, del área de inversión filantrópica de GS -cargo que parece una broma, o un oxímoron-, como asesora de la presidencia. Y a muchos otros en puestos menores, pero influyentes.
La intensa presencia de Goldman Sachs en el gabinete de Donald Trump tritura la idea de un «presidente outsider» y «populista» que va a diseñar sus políticas mirando el barómetro de los ‘hillbillys’, la clase obrera blanca del Cinturón de Óxido de los Estados de los Grandes Lagos, cuyo voto fue decisivo en la noche electoral.
Nada de eso. La impronta de Goldman Sachs es el sello papal de Wall Street elevado a la enésima potencia. Vaticina bajadas de impuestos, exenciones fiscales, desregulaciones de todo tipo (financiera, energética, medioambiental) como las que acaba de aprobar Trump, y el mantra de que cuanto más ganen las empresas y aumenten los beneficios de las rentas más altas, más abundantes serán las migajas que caigan de la mesa de las corporaciones al plato de las clases medias y trabajadoras.
Que el sello de Goldman Sachs esté muy marcado en la era Trump no significa que el de otros sectores financieros y monopolistas no tengan también presencia. Asesorando a Trump está Stephen A. Schwarzman, presidente de Blackstone, que rivaliza con GS en ser el mayor fondo de inversión del mundo. También una nutrida representación del establishment financiero: JPMorgan y BlackRock; y monopolista, con General Motors, IBM, Boeing o Wal-Mart, entre otros.
«Lo que es bueno para Goldman Sachs y Wall Street es bueno para hacer América grande de nuevo», parece ser el eslogan completo del nuevo gobierno. Lo mismo que han venido diciendo siempre los distintos gobiernos norteamericanos, aunque esta vez de forma descarnada, sin velos de seda social a lo Yes We Can.
El tiburón blanco de Wall Street
En su libro ‘El banco. Cómo Goldman Sachs dirige el mundo’ (Editorial Deusto), Marc Roche, ex corresponsal de Le Monde en Londres asegura que hay tres claves que explican el enorme poder que ha acumulado este banco norteamericano.
La primera es su profunda imbricación con el poder político, con los aparatos del Estado.
De forma invariable, hombres de Goldman Sachs han formado parte de casi todos los gobiernos estadounidenses desde hace un siglo. Personas de la firma han sido secretarios del Tesoro durante los mandatos de Clinton y George W. Bush, pero también en los gabinetes de Obama: el GS Robert K.Steel fue su subsecretario del Tesoro hasta 2015; y también Larry Summers, jefe del Consejo Económico Nacional de Obama (2009-2010). Otro fue Gary Gensler, que además de ser el responsable de prohibir la regulación de los derivados financieros que hicieron estallar la crisis de 2008, asesoró a Obama y luego fue director financiero de campaña de Hillary Clinton, estando en la parrilla para ser su responsable del Tesoro. «No son puertas giratorias. Goldman Sachs es el perfecto ejemplo de capitalismo monopolista de Estado, la relación carnal entre las finanzas y el poder político en EEUU. «
La red de influencias de Goldman Sachs no se restringe al aparato estatal norteamericano, sino que su vinculación orgánica llega más allá del Atlántico. Romano Prodi, que fue primer ministro italiano dos veces y Presidente de la Comisión Europea (1999-2004) militó en Goldman 4 años. Los mismos que Mario Draghi, actual Presidente del Banco Central Europeo. Son hombres formados y troquelados por el hegemonismo norteamericano… y la tijera que los ha hecho a medida de los intereses de Washington se llama Goldman Sachs.
Roche insiste en que «su red de influencia es más poderosa que la de sus competidores y sus dirigentes, más brillantes. GS sabe muy bien cómo practicar el entrismo, como los trotskistas». El máximo dirigente de Goldman, Lloyd C. Blankfein, CEO -chief executive officer, director ejecutivo- de la firma, afirma sin embargo que esa relación carnal entre su banco y la política norteamericana es un acto de servicio al país. “La mayor parte se va a los 48 o 50 años, para entonces ya has ganado bastante”, dijo en una entrevista reciente en The New York Times, “y la expectativa es que te vuelques en la filantropía o en servir a la Administración”, asegura.
Una segunda clave de su éxito es la «cultura» ultracompetitiva que practica el banco a la hora de seleccionar y promocionar a sus cuadros directivos. O nadas o te ahogas: hay que dejarse la piel por hacer rica a la firma y a uno mismo, sin límites de ningún tipo. Es el banco de inversión más poderoso del planeta. Paga los mejores sueldos de Wall Street, pero con un precio: la mayor tasa de divorcios y jornadas de trabajo exhaustivas, sin más límite que el máximo beneficio y los estupefacientes.
«Hacemos el trabajo de Dios. No estoy dispuesto a poner límites a la ambición de mis ejecutivos», dice Blankfein. Se trabaja a destajo en un ambiente feroz, de máxima presión y exigencia, de contínua vigilancia entre tiburones. Todos deben demostrar -con resultados a toda costa- su ambición por alcanzar mayores metas y hacerse más ricos. Hay un contínuo caudal de gente que es invitada a largarse, un 10% al año. Es el calvinismo del s.XXI, fanáticos del máximo beneficio; la los valores de la burguesía monopolista destilados y en vena.
Una tercera clave, explica Roche, está en la gestión de la información. Disponer de un ejército de hombres que están o han pertenecido a altas instancias de los Estados, les permiten incidir de forma privilegiada en sus engranajes y disponer de información anticipada y privilegiada, algo que te permite anticipar los movimientos bursátiles y que te da un notable margen de seguridad en tus inversiones. «Goldman no es sólo un banco de inversión»; también, asegura Roche, “es una importante agencia de obtención de información». Algo que hacen todos los grupos monopolistas -como los ejecutivos de Morgan Stanley, Citigroup o JP Morgan- pero en lo que al parecer GS es un alumno especialmente aventajado, un tiburón blanco.
La banca nunca pierde, y menos Goldman Sachs. El año pasado sus cuenta de resultados se engrosaron un 22% respecto a 2015, y sus beneficios por acción escalaron un 34%. La subida se produjo a raíz de la noche electoral, gracias a la espectativa de que con tantos goldmanianos en el gobierno de Trump, 2017 va a ser un año de champán y oro para el banco.