Cinco años después de que una cadena de escándalos provocara su renuncia a la corona y, en consecuencia, a la jefatura del Estado, el exrey Juan Carlos I y, por extensión, la monarquía en España han pasado a estar en la diana. Se han abierto distintos procesos, que podrían sumirle en un infierno judicial, no pasa día sin que la prensa amplifique el escándalo con revelaciones de nuevas corruptelas y su exilio dorado en Abbu Dabhi hipoteca al rey actual, Felipe VI, encadenado por la incógnita de un futuro incierto que podría hacer tambalear la monarquía en España.
Sin embargo, la misma prensa que amplifica y difunde día a día los detalles de las corruptelas juancarlistas, calla y oculta la cuestión esencial. Si la monarquía española está en la diana, sometida a un pim, pam, pum degradante, es porque alguien la ha puesto allí.
Los amoríos de Juan Carlos y sus negocios turbios, eran cosa bien sabida, aunque faltaran los detalles. Y de ello ya se había hablado en cierta prensa, aunque fuera con sordina. En cambio, a lo que asistimos ahora es a una verdadera cacería. ¿Quién la ha ordenado? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Qué intereses la respaldan y qué se pretende obtener? ¿Qué actitud debemos adoptar ante ello?
Lo primero que hay que dejar claro, para que no haya la menor confusión, es que, como todo español, Juan Carlos debe afrontar ante la justicia por todos los delitos que haya cometido y sean demostrados. La corrupción, y más si la protagoniza el jefe del Estado, cuya conducta tiene que ser absolutamente ejemplar, es un hecho muy grave, es un atentado contra los intereses del pueblo y contra los intereses del país. Y lo dicho para Juan Carlos valdría igual para Felipe VI, si se viera incurso en algún delito.
Pero, al margen de esto, interesa y mucho saber y explicar por dónde vienes los tiros (nunca mejor dicho) en esta cacería, porque lo que está en juego no es solo la situación procesal de una o varias personas, por importantes que sean, sino que el caso va mucho más allá y afecta muy gravemente al prestigio, la reputación y la soberanía del país y el futuro de los españoles. Cuando un escándalo de corrupción (por algo que es un clásico en toda democracia; la financiación ilegal del partido) tumbó al canciller Kohl, el “héroe” de la reunificación alemana, el padre del euro y el promotor de un ejército europeo independiente, lo que se estaba echando por tierra no era solo a un político corrupto, sino toda una política y una línea de actuación… que habían entrado seriamente en colisión con los intereses de EEUU.
Cabe recordar, para quien aún lo ignore, que Juan Carlos llegó a la jefatura del estado, tras la muerte de Franco, con el apoyo y el estímulo de EEUU, y tras demostrar (con la entrega del Sáhara a Marruecos) su voluntad de pleitesía al Imperio. Durante prácticamente todo su reinado, Juan Carlos garantizó la fidelidad de España a los compromisos militares con Washington. Apoyó nuestro ingreso en la OTAN. Avaló la participación española en las aventuras militares del imperio para las que fue requerido. Y presumió de su amistad y lealtad con varios presidentes de EEUU. Todo esto le garantizó durante casi tres décadas el aplauso internacional y el silencio sobre ciertas actividades, que ya se conocían, pero sobre las que se imponía un severo mutismo.
Pero con la llegada de la crisis de 2007, la actitud de EEUU con muchos de sus aliados y servidores comenzó a cambiar. Las crecientes necesidades financieras de un Imperio, que se vio por unos momentos al borde del colapso total, hicieron emerger garras de hierro donde antes, a veces, había guantes de seda. Países como España entraron en una fase de auténtica “depredación”, las empresas del Ibex pasaron a ser, de hecho, “empresas americanas” por su accionariado, que vía dividendos, canaliza cada año decenas de miles de millones a los “fondos de inversión” americanos. Las multinacionales y los gigantes tecnológicos americanos han entrado a saco y copado el mercado, sin pagar impuestos y pagando salarios de miseria, gracias a una “oportuna” reforma laboral. Y, para facilitar todo este gigantesco trasvase, para facilitar la adquisición a bajo coste de acciones y empresas, para copar el mercado como auténticos gángsters, la vía más familiar a Wall Street es degradar a un país, Es como cuando se deja degradar a un barrio para comprar las casa más baratas y luego edificar allí una zona residencial.
Son muchos los mecanismos que utiliza EEUU para degradar a países, estados y gobiernos, a fin de acentuar su control y su saqueo. Pero cuando decide hacerlo, no se para en barras. Ni siquiera los “servicios prestados” le han valido a Juan Carlos para evitar que se desencadene sobre él una verdadera “tormenta de mierda”. No hay que olvidar que Juan Carlos, para muchos españoles, pero sobre todo a nivel internacional, era el símbolo de la nueva España democrática, moderna, próspera y cosmopolita. Al revelarse ahora como un corrupto, mujeriego, ladrón y tramposo, se empaña de forma irreversible aquella imagen, se elimina el prestigio, se ponen en duda todos esos epítetos y se consigue degradar al país en su conjunto, para saquearlo mejor.
En cuanto a la autoría de la cacería pocas dudas pueden caber: ¿quién sino EEUU puede hacer coincidir en el tiempo las revelaciones de la prensa inglesa, el levantamiento del secreto bancario en Suiza y las confesiones de un comisario de las cloacas del Estado? Pensar que todo esto son coincidencias, es de una ingenuidad rayana en la idiotez. Nadie sino EEUU tiene ese poder… y ese interés.
¿Y qué hacer ahora? ¿Salir en defensa de Juan Carlos como hacen los Felipe González, Alfonso Guerra, Juan Luis Cebrián y compañía, recordando sus “méritos”? En absoluto. No se trata de salvar al personaje. Lo que es necesario es adoptar medidas para garantizar la soberanía y la independencia de España y para impedir que continúe y se acreciente el brutal saqueo que se está produciendo ya y que está, efectivamente, empobreciendo y degradando el país.