El hegemonismo norteamericano persigue, desde hace muchos años y por todos los medios, un cambio de régimen en Venezuela. Sus tramas desestabilizadoras contra este país han dado un salto cualitativo en su agresividad con la llegada de Trump a la Casa Blanca, y sobre todo con una «autoproclamación» de Juan Guaidó que no es otra cosa que un golpe de Estado ‘made in USA’. Washington, con la colaboración de los gobiernos derechistas de Colombia y Brasil -junto al resto de los presidentes cómplices del Grupo de Lima o de la OEA- estrechan el cerco militar contra Venezuela, y evalúan pasar al plano de la intervención bélica para hacer caer al gobierno bolivariano.
La capacidad de intervención de la superpotencia norteamericana y la gravedad de una amenaza militar que pone a Venezuela al borde de un enfrentamiento civil de irreparables consecuencias no puede ser despreciado. Los EEUU son la mayor fuente de guerra, opresión, tiranía y miseria del planeta y han demostrado sobradamente de qué son capaces para llevar adelante sus planes. Siria, Libia o Irak son apenas los ejemplos más recientes, pero la ristra de crímenes, ruinas y cadáveres es interminable.
Ahora bien, a pesar de su enorme y temible poder, Washington y la administración Trump no lo tienen nada fácil para triunfar en Venezuela. Su extremadamente agresiva ofensiva se enfrenta a un número creciente de dificultades.
Si bien EEUU ha logrado -a través de un intenso ‘bullying’ diplomático– que una gran parte de los países de su órbita de dominio pasen a aceptar a Juan Guaidó como «presidente encargado» de Venezuela, muchos de esos aliados, entre ellos los países europeos como España, rechazan tajantemente la posibilidad de una intervención militar que aboque al país caribeño a una cruenta guerra civil. Y -bajo la bandera legal de la ONU- la UE y Rusia han comenzado a enviar ayuda humanitaria (alimentos y suministros médicos) a Venezuela, rompiendo en los hechos el bloqueo norteamericano.
Cabe recordar también que una mayoría de países del concierto internacional, que concentran cerca del 75% de la población mundial, o siguen reconociendo al gobierno de Maduro o se muestran respetuosamente neutrales ante lo que consideran un problema interno. El mundo -cada vez más multipolar y cada vez más alejado del unilateralismo norteamericano- no ha secundado mayoritariamente la asonada de Guaidó dictada desde la Casa Blanca.
Pero las principales resistencias y dificultades a los planes golpistas de Trump en Venezuela no se encuentran en el plano internacional, sino justamente en el interior de ese país. Y tampoco vienen de que la mayor parte de Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) -tanto su cúpula, como sus oficiales, como su tropa- parezcan mantenerse del lado del gobierno bolivariano. No; la fortaleza principal está en el pueblo venezolano.
Unas clases populares a las que la intervención del hegemonismo y la derecha venezolana han inoculado el virus de la polarización y la división, y que albergan en su seno toda una gama variada de posiciones políticas acerca del gobierno de Maduro, pero cuya mayoría social rechaza inequívocamente los planes golpistas y bélicos de Guaidó y Trump. Si no fuera así, como nos quieren hacer creer los principales altavoces mediáticos, el gobierno bolivariano hace tiempo que habría sido incapaz de sostenerse.
La principal resistencia a la intervención norteamericana no está en los cuarteles, sino en las ciudades y aldeas, en sus calles y plazas, en las avenidas y en las esquinas. La mayor muralla que ha de atravesar EEUU para hacerse con el control de Venezuela es la gente.
Sí, es cierto que los severos errores de Maduro, junto a la propaganda sediciosa de la derecha oligárquica, han creado un caldo de cultivo para el descontento de amplias capas de la sociedad venezolana. Pero no es menos cierto que el chavismo sigue teniendo una gigantesca y organizada base social (de no menos de 7 millones de personas) dispuesta a pelear en cada rincón del país ante una eventual intervención militar.
Una década de Chávez en la que se creó riqueza para redistribuirla en beneficio del pueblo, en especial entre las clases más desfavorecidas. Unos años en los que la pobreza se rebajó en un 50% y el hambre o el analfabetismo fueron combatidos con firmeza; en los que las pensiones, antes reservadas a unos pocos, se generalizaron; en los que se triplicó el número de médicos por habitante y donde la atención médica llegó «barrios adentro»; en los que la inversión educativa se puso a la cabeza del mundo; en los que se construyeron un millón de viviendas sociales; en los que se crearon 50.000 cooperativas populares, que hicieron descender en un 25% el desempleo; en los que se crearon órganos de poder popular para que la gente pudiera gestionar directamente sus barrios o comunidades… ¿Alguien puede extrañarse de que -a pesar de los errores de Maduro y las dificultades- una gran parte de los venezolanos, sobre todo los de las clases populares más humildes, defiendan la herencia chavista?
Los medios de comunicación occidentales nos muestran profusamente las movilizaciones de la oposición, pero ocultan que paralelamente se producen masivas marchas de apoyo al gobierno bolivariano por las amplias avenidas de Caracas, como la del pasado 23 de febrero. Nos sacan las imágenes de los descontentos y opositores a Maduro, pero nos sustraen las voces de los millones de venezolanos, que -aunque críticos con el gobierno- se oponen a un proceso contrarrevolucionario que significaría destruir los gigantescos logros sociales de la revolución bolivariana conquistados durante la década de Hugo Chávez.
Desprecian a los “nadies”, pero lo son todo. Ya lo hicieron en el golpe de Estado de 2002. Mientras las élites proyanquis celebraban en los platós de televisión el triunfo de una asonada militar que había tomado prisionero a Hugo Chávez, cientos de miles de venezolanos, bajando en una incontenible marea desde los barrios más humildes de Caracas, rodeaban el palacio donde tenían retenido al presidente. Decía Galeano que los nadies cuestan menos que la bala que los mata. Pero aquel día no había balas para tantos miles de personas. Así atragantaron los nadies, el pueblo de Venezuela, la celebración en Televisa y en la Casa Blanca.
La situación en Venezuela es extremadamente volátil y explosiva. Es imposible prever cuál será el desenlace. Pero nadie debería despreciar la capacidad del pueblo venezolano y de su izquierda revolucionaria para hacer fracasar los planes de la superpotencia norteamericana.