La retirada de las tropas rusas de las inmediaciones de la capital, Kiev, está dejando imágenes de horror. En Bucha, un suburbio de Irpin sin infraestructuras militares ni especial importancia estratégica, cientos de civiles habían sido ejecutados y sus cuerpos yacían abandonados en medio de las calles o en sus viviendas. Una matanza de civiles de manera premeditada que se suma a los cientos de crímenes de guerra cometidos por las tropas de Putin en los primeros compases de la invasión.
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El 16 de marzo de 1968, las tropas norteamericanas en misión de búsqueda y captura de vietcongs llegaron a la aldea campesina de My Lay. A lo largo de varias horas, los soldados violaron a las mujeres y a las niñas, mataron al ganado y prendieron fuego a las casas hasta dejar el poblado arrasado por completo. Para terminar, reunieron a los supervivientes en una acequia y exterminaron a varios cientos de civiles inocentes, niños incluidos. Las imágenes de esta masacre -apenas un botón de muestra de los horrores de la superpotencia norteamericana- siguen siendo hasta hoy tristes iconos de la guerra de Vietnam.
Cuando el pasado 2 de abril de 2022, las columnas de blindados ucranianas entraron en Bucha, un suburbio de más de 35.000 habitantes anexa a Irpin, a 20 Km al noroeste de Kiev, descubrieron otro ‘My Lai’. Uno de los muchos que la Rusia de Vladimir Putin está perpetrando en esta guerra imperialista.
Las calles, bloqueadas por tanques y vehículos militares rusos, estaban repletas de cadáveres de civiles. Los testimonios de los habitantes supervivientes cuentan que fueron asesinados por las fuerzas invasoras sin provocación alguna.
«Un vecino de Bucha nos llevó a una casa en cuyo jardín había tres hombres muertos. Nos contó que los soldados rusos les mataron por encender un fuego para cocinar», dice el fotoperiodista Santiago Palacios desde el lugar. Hasta ahora han sido identificados 410 civiles asesinados por las tropas de Moscú.
Periodistas de Agence France-Presse (AFP) han visto decenas de cadáveres, todos vestidos de civil, yaciendo inertes en una sola calle de Bucha. También se encontró el cuerpo de un fotógrafo ucraniano desaparecido, Maksim Levin, en una localidad cercana. «Tres de ellos estaban todavía cerca de sus bicicletas, después de haber dado su último paseo, mientras que otros habían caído junto a coches acribillados y aplastados. Uno de los cadáveres tenía las manos atadas a la espalda con un paño blanco», dicen los reporteros franceses.
Mientras se liberaba la ciudad, Halyna Tovkach, una mujer de 55 años, explicó a The Guardian que estaba buscando el cuerpo de su marido, Oleg, de 62 años. Fue asesinado por soldados rusos junto con sus vecinos, dos niños pequeños y su madre, cuando intentaban escapar de la ciudad el 5 de marzo. Entre los cadáveres también se ha encontrado a Olha Sukhenko, alcaldesa del cercano pueblo de Motyzhin, al este de Kiev, y toda su familia.
Los ejecutados son “familias enteras de niños, mujeres, abuelas y hombres”, dice el alcalde de Bucha, Anatoli Fedoruk, que asegura que entre los ejecutores rusos también habían tropas chechenas, conocidas por su extrema crueldad. Según el edil, los vecinos de Bucha han estado desde el principio de la invasión atrapados entre la ofensiva rusa y los contrataques de los defensores de Kiev. Se quedaron sin vías de salida, porque los puentes de alrededor habían sido volados, y las carreteras estaban bajo fuego constante. Muchos de los hogares estaban sin agua, electricidad o calefacción.
Las señales de ensañamiento y ejecuciones sumarias -cuerpos maniatados, con disparos en la nuca o en la boca, otros con quemaduras o desmembrados- se cuentan por cientos, e incluso están en las paredes. Los soldados rusos habían estado en Bucha una semana y habían dejado un mensaje escrito en una pared. «Esto os pasa por querer entrar en la OTAN”, dice un superviviente al fotoperiodista español Santi Palacios
Como la de MyLai, la masacre de Bucha es apenas una muestra de las atrocidades que cometen los ejércitos imperialistas. En sus cinco semanas de guerra, las tropas del Kremlin han perpetrado toda clase de horrores. Han disparado contra hospitales materno-infantiles (10 marzo) en un asedio de Mariúpol donde están llevando a cabo una nueva versión de la «doctrina Grozni» -intensos bombardeos contra una ciudad, especialmente sobre objetivos civiles, para someterla por el miedo y la desesperación- que ya llevaron a cabo en Chechenia o en Alepo. Han bombardeado, también en Mariúpol (25 marzo), un teatro donde se refugiaba la población civil, ignorando la palabra «NIÑOS» escrita con grandes caracteres a ambos lados del edificio, matado a más 300 civiles. Han disparado sobre civiles que hacían cola para comprar pan en Chernígov (16 marzo). O como los muchos ataques documentados de la artillería rusa sobre corredores humanitarios.
Todo lo anterior está verificado. En el transcurso de una guerra, es preciso ser cauto para distinguir los hechos de la propaganda. Pero los abominables crímenes de guerra -que ya sabemos que han cometido las tropas de Putin- dan credibilidad a las afirmaciones del fiscal general de Ucrania, cuando denuncia que el Ejército ruso utiliza a niños como “escudos humanos” mientras se repliega de los alrededores de la capital ucraniana y en otros lugares. La fiscalía asegura que las tropas de Putin han colocado autocares de niños delante de los tanques en el pueblo de Novyi Bykiv, cerca de la ciudad cercada de Chernihiv, a 160 kilómetros al norte de Kiev.
Como las atrocidades cometidas por el ejército norteamericano en Vietnam, Irak o Afganistán, este es el rastro de asesinatos, horror y crueldad que deja a su paso el ejército ruso, heredero de las criminales tradiciones del socialimperialismo soviético y -solo por detrás de EEUU- la máquina militar con más sangre y muerte a sus espaldas del planeta.