Nos encontramos ante un cambio de época y la orquesta de los palacios sigue con la misma partitura. El grupo de la mudanza, cada vez más numeroso, exige que no se le trate como una cifra, una manada. Intentan cambiar la actual política por otra diferente pensando que, si esto está mal, hay que derribarlo, sin pensar qué va a hacerse de nuevo. Hay un impetuoso deseo de desprenderse de los trastos y muebles viejos; como en el tango callejero de Gardel, se enfrentan maquiavelos y estafaos. «Vivimos revolcados / en un merengue / y en un mismo lodo / todos manoseados».
España está convulsa y los sociólogos aseguran que estamos ante la rebelión de los nietos. La llegada a la vida pública de la tercera generación de españoles descendientes de los que vivieron o murieron en la guerra de 1936 ha provocado la ruptura en el relato dominante acerca de la Segunda República. Francisco de Quevedo nos avisó de que el que es noble sólo por la virtud de sus mayores, dé gracias a que los mayores no pueden desmentir a los vivos. «Cuando cite sus abuelos, si pudieran hablar, tantos mentises oyera, como abuelos blasona». La Guerra Civil la han contado de todas las maneras; la han idealizado, según creencias, y aún tiran de ella para hacer propuestas. No hay manera de enterrarla.
Los viejos mantienen con su exigua pensión a sus hijos parados, trabajan como canguros de sus nietos; no ven a éstos como la aureola de su vejez, sino como un trabajo no remunerado. Los nietos de las abuelas que tanto amé se han echado a las calles. Los angelitos se han encabronado, los niños de los niños de la guerra aprendieron a odiar a los gordos y a detectar a los de la nueva casta.
Sin embargo, no han inventado la pólvora. La República que se ofrece es la del Frente Popular de 1936. Amando de Miguel, en su brillante libro El cambio que viene, describe el malestar en la calle, alentado por la impericia de los gobernantes y el ansia de espectáculo de la televisión y las algaradas que extreman el voluntarismo con eslóganes importados.
Las teorías de los sociólogos se confirman en los sondeos. El mapa político ha saltado por los aires, el bipartidismo sigue hundiéndose. Los de Podemos están preparando la marcha de la alegría, según unos; o la del cambio, según otros, para el día 31 de enero. Vendrán charters de las islas, trenes de Andalucía, médicos y enfermos, profesores y alumnos, abuelos y nietos. Esperanza Aguirre ha calificado esa manifestación como la Marcha sobre Roma, aunque hasta el momento no se hayan visto escuadristas con piedras o lanzas de hierro.
Si yo fuera Pablo Iglesias, saldría corriendo. Es muy fuerte eso de que le pongan el país en las manos a un partido nonato, que no ha nacido en un parto normal. Es muy fuerte que te echen encima un Estado porque se han roto las conexiones emocionales entre siglas y ciudadanos y éstos han pasado de consumidores a protagonistas. Los otros partidos no saben de qué vestirse.