El primer intento por hacer efectivo un govern independentista tras los comicios del 14 de febrero ha fracasado. El responsable no ha sido el Tribunal Constitucional ni ningún otro órgano del Estado… sino Puigdemont. La abstención de Junts per Catalunya ha hecho descarrilar el primer intento de investidura de Pere Aragonés, líder de ERC.
Se ofrece como explicación la soterrada lucha por el poder entre ERC y Junts, y las resistencias de Puigdemont a entregar la hegemonía del independentismo. Pero hay una razón mucho más profunda en las disputas entre las élites del procés: la maldición del 27%. Ese fue el porcentaje del censo que supusieron los votos a los partidos del procés en las pasadas autonómicas. Las grietas y problemas en las alturas del procés están provocados por el rechazo a la fragmentación cada vez más amplio en la sociedad catalana.
El reloj ha empezado a correr. El candidato de ERC, Pere Aragonés, no obtuvo los votos necesarios para ser investido president. Si el 26 de mayo no se ha llegado a una investidura efectiva, se celebrarán, en julio, nuevas elecciones en Cataluña.
Lo que muchos daban por hecho no se ha producido: ERC y Junts, las dos fuerzas mayoritarias del independentismo, han sido incapaces de llegar a un acuerdo. Y con su abstención, Junts, impidió la investidura de un president de ERC.
Se nos quiere vender una especie de “Juego de Tronos” donde los dos “príncipes del procés”, uno de ERC y otro de Junts, dirimen entre ellos una batalla por el control del independentismo.
Esta es solo una parte de la verdad. Y sabemos que una verdad a medias es una mentira.
La ex Convergencia, cuyo bastón de mando ha sido transferido a Junts, se resiste a perder su histórico control sobre la presidencia de la Generalitat. Obtuvo menos votos que ERC el 14-F, pero ahora maniobra para seguir siendo, a pesar de los votos, el “pal de paller” de la política catalana.
Intentando imponer a ERC condiciones inaceptables.
Como la sumisión de la presidencia de la Generalitat al Consell de la República, la entidad con sede en Waterloo bajo control exclusivo de Puigdemont. Pretendiendo rebajar la presidencia de la Generalitat, que ellos han dejado de controlar, al papel de “gestor del día a día”, y encumbrando a un organismo ajeno a cualquier control democrático como centro rector de la política catalana.
Incluso en un periódico independentista como Ara se ha publicado una ácida crítica al intento de Puigdemont de proclamarse “presidente legítimo perpetuo”, al margen de lo que los votos dicten.
Son una minoría en Cataluña, esta es la razón del retroceso del procés y de las disputas -cada vez más abiertas- entre sus élites
Al mismo tiempo, Junts, esgrime una “unidad independentista en el Congreso” que en realidad supone someter a los 13 diputados de ERC a los cuatro que el partido de Puigdemont posee. Bloqueando la continuidad del apoyo al gobierno de Pedro Sánchez.
Estos hechos existen, y marcan una disputa cada vez más aguda en las mismas entrañas de las élites del procés. Pero no podemos entenderlos sin tener en cuenta lo que la sociedad catalana dictaminó el 14-F.
Relegando a Puigdemont, que en 2015 ganó las elecciones, al tercer escalón, tras el PSC y ERC. El “inquilino de Waterloo” compareció con un discurso agresivo, apelando a “hacer valer el 1-O” y a “volver a la unilateralidad”. Y fue ampliamente rechazado.
En las urnas los partidos del procés solo representaron al 27,1% del censo. En 2017 eran el 37,8%. Su retroceso es evidente. Y el campo de los que en Cataluña rechazan el camino que proponen se amplía.
No se puede construir un gobierno estable con el apoyo de solo uno de cada cuatro catalanes. Son una minoría en Cataluña, esta es la razón del retroceso del procés y de las disputas cada vez más abiertas en las élites que lo controlan.