«La crisis de la deuda griega es la prueba más seria hasta la fecha para el euro. El pasado jueves se llegó al acuerdo de que Grecia podría solicitar créditos del Fondo Monetario Internacional y de sus socios europeos, si llega a necesitarlo».
Esto odría tranquilizar a los mercados durante un tiempo. Pero no aborda el problema subyacente. Los creadores del euro eran como los padres que preparan un matrimonio concertado. Sabían que estaban uniendo países con economías y culturas políticas muy distintas. Pero esperaban que, con el tiempo, los nuevos socios crecerían juntos y formarían una unión genuina. Lo que la crisis griega muestra es que el matrimonio concertado europeo está en serios apuros. Los socios no han crecido juntos. También resulta obvio ahora que países como Grecia, España y Portugal luchan por competir con la economía alemana, mucho más productiva. Al formar parte de una unión monetaria, no pueden devaluar su divisa para salir de la crisis. La única alternativa que se les presenta es un largo y doloroso periodo de austeridad para reducir costes mediante recortes salariales y del nivel de vida. (FINANCIAL TIMES) RIA-NOVOSTI.- Finalmente, Grecia evitará su naufragio financiero, pero el pago por este rescate será una observancia más estricta de las directrices marcadas desde Alemania. Los resultados de estas reuniones deberían ser analizados como se analizan los icebergs. Y es sabido que estas erráticas montañas de hielo flotantes ocultan mucha más materia de la que dejan ver. El pacto para solventar los problemas griegos podría ser sólo un preludio y no el aparente final feliz de esta historia. Un examen más atento, reposado, bajo la superficie de este mar de negociaciones, nos deja al descubierto serias alteraciones en todas las estructuras y en el modo de vida de la eurozona, de toda la Unión Europea. Es posible que el rescate de Grecia deje la puerta abierta para expulsar en un futuro y sin grandes dificultades a los que infrinjan las normas financieras impuestas por el sistema de la moneda única europea. Reino Unido. Financial Times La lucrativa boda fallida del euro Gideon Rachman En alguna parte del desván tengo un cuadro casero con las 12 viejas divisas europeas que confeccioné, en un momento de nostalgia, justo antes de que quedaran obsoletas con la entrada del euro el 31 de diciembre de 2001. Los viejos billetes muestran ilustraciones de personas y lugares reales; el dracma griego lleva la imagen de las ruinas de Olimpia, el franco francés un retrato de Paul Cézanne. Los euros que los reemplazaron están decorados con edificios que parecen vagamente europeos pero que no corresponden, en realidad, a ningún sitio en concreto. Siempre pensé que los diseños imaginarios en los billetes de euro daban cierta idea de la frágil identidad que sostiene a la divisa única europea. Si los europeos ni siquiera podían identificar símbolos y héroes compartidos, ¿serían realmente capaces de ponerse de acuerdo sobre las políticas y sacrificios comunes cuando la situación empeorase? La crisis de la deuda griega es la prueba más seria hasta la fecha para el euro. El pasado jueves se llegó al acuerdo de que Grecia podría solicitar créditos del Fondo Monetario Internacional y de sus socios europeos, si llega a necesitarlo. Esto podría tranquilizar a los mercados durante un tiempo. Pero no aborda el problema subyacente. Los creadores del euro eran como los padres que preparan un matrimonio concertado. Sabían que estaban uniendo países con economías y culturas políticas muy distintas. Pero esperaban que, con el tiempo, los nuevos socios crecerían juntos y formarían una unión genuina. De hecho, la UE contaba con tres formas de convergencia: económica, política y popular. Cuando se lanzó el euro, se dijo que el aumento del comercio y la inversión entre los países de la eurozona daría lugar a una economía europea verdaderamente unificada, en la que los distintos niveles nacionales de productividad y consumo llegarían a convergir. También se asumía –o tal vez sólo se esperase– que el euro generaría convergencia política. Una vez que los europeos usaran los mismos billetes y monedas, se darían cuenta de cuánto tenían en común, desarrollarían lealtades compartidas y estrecharían su unión política. Finalmente, los padres de la divisa única esperaban un tercer tipo de convergencia, entre la élite y la opinión pública. Sabían que en determinados países clave, especialmente Alemania, la población no compartía el entusiasmo de la élite política por la creación del euro. Pero esperaban que, con el tiempo, abrazara la nueva divisa única europea. Lo que la crisis griega muestra es que el matrimonio concertado europeo está en serios apuros. Los socios no han crecido juntos. Durante mucho tiempo, países como Grecia y Portugal se beneficiaron de la ilusión de la convergencia económica gracias a los bajos tipos de interés y a la estabilidad que aportó el euro. Cuando la economía europea estaba creciendo, los mercados creyeron en la fantasía de que había pocas diferencias entre la deuda griega y la alemana. Pero esa situación ha cambiado –y Grecia tiene que pagar una significativa prima sobre sus créditos–. También resulta obvio ahora que países como Grecia, España y Portugal luchan por competir con la economía alemana, mucho más productiva. Al formar parte de una unión monetaria, no pueden devaluar su divisa para salir de la crisis. La única alternativa que se les presenta es un largo y doloroso periodo de austeridad para reducir costes mediante recortes salariales y del nivel de vida. Esta falta de convergencia económica ha revelado la carencia de convergencia política en torno a una identidad europea compartida. Alemania, la mayor economía de Europa, muestra una sorprendente falta de afinidad con los griegos. La postura alemana parece ser que las economías europeas más débiles están pagando el precio por no ser tan trabajadoras ni estar tan cualificadas como los alemanes –y ahora deben entrar en vereda o abandonar el euro–. Hacen caso omiso de las sugerencias de que la adicción a las exportaciones y el bajo consumo de Alemania podrían tener parte de responsabilidad en la crisis de la eurozona. Algunos políticos griegos han respondido a la presión alemana con referencias airadas a la brutal ocupación nazi de su país durante la Segunda Guerra Mundial. Para que luego hablen de la solidaridad europea. La dura postura alemana muestra que la tercera convergencia –entre la élite y la opinión pública– tampoco se ha producido. La población alemana sigue recelando de las consecuencias de la unión monetaria. Temen que se pida a los alemanes que mantengan el esquema al que se han acostumbrado los irresponsables políticos y los pensionistas griegos. Ante la proximidad de las cruciales elecciones regionales del mes de mayo, Angela Merkel, la canciller alemana, se esfuerza por demostrar lo dura que está siendo con Grecia. Cuando se lanzó el euro, los líderes políticos alemanes solían exponer, con evidente entusiasmo, que la unión monetaria terminaría haciendo necesaria una unión política. La crisis de Grecia era precisamente el tipo de acontecimiento que se esperaba que acelerara el ritmo. Pero, ahora que afronta una crucial crisis, el Gobierno de Merkel está evitando las declaraciones displicentes sobre una unión política –prefiriendo en su lugar imponer una dura medicina económica a los reticentes griegos–. El euro se asemaja cada vez menos a una unión indisoluble, y más a un infeliz matrimonio entre socios incompatibles. Tal vez debería rescatar esas viejas divisas europeas del desván. Podrían estar menos obsoletas de lo que pensaba. FINANCIAL TIMES. 30-3-2010 Rusia. Ria Novosti El rescate de Grecia marca la nueva política de la UE Andrei Fediashin Es curioso, pero las cumbres de la Unión Europea últimamente mantienen una extraña tendencia: se buscan acuerdos con un planteamiento inicial determinado para terminar en unas fórmulas de compromiso muy alejadas de las intenciones iniciales. La última conferencia celebrada en Bruselas durante los pasados 25 y 26 de marzo es un claro ejemplo de esto. Finalmente, Grecia evitará su naufragio financiero, pero el pago por este rescate será una observancia más estricta de las directrices marcadas desde Alemania, su principal benefactor. Muy probablemente, la marejada de la crisis y los problemas griegos van a obligar a Europa a revisar todo su sistema financiero y de auditoría y, seguramente, a introducir enmiendas en el Tratado de Lisboa, documento que cumple las funciones de Carta Magna para el funcionamiento y la cohesión en la Unión Europea. Los resultados de estas reuniones deberían ser analizados como se analizan los icebergs. Y es sabido que estas erráticas montañas de hielo flotantes ocultan mucha más materia de la que dejan ver. El pacto para solventar los problemas griegos podría ser sólo un preludio y no el aparente final feliz de esta historia. Un examen más atento, reposado, bajo la superficie de este mar de negociaciones, nos deja al descubierto serias alteraciones en todas las estructuras y en el modo de vida de la eurozona, de toda la Unión Europea. Es posible que el rescate de Grecia deje la puerta abierta para expulsar en un futuro y sin grandes dificultades a los que infrinjan las normas financieras impuestas por el sistema de la moneda única europea. Los resultados oficiales de la cumbre son los siguientes: 16 países miembros de la UE acordaron prestar al país helénico un apoyo combinado con el Fondo Monetario Internacional. La UE aportará un 65% del préstamo y el resto corresponderá al FMI. Aunque en el comunicado final no se especifican cifras exactas, se supone que el montante final será de unos 20 ó 30 mil millones de euros. En 2010, Grecia, que tiene una deuda externa de € 300.000 millones, debe próximamente efectuar un pago de € 53.000 millones, de los cuales € 23.000 millones son de intereses, a liquidar entre abril y mayo del año en curso. Así las cosas, el iceberg que ha desgajado la última cumbre en Bruselas lleva consigo no ya el destino de Grecia, sino toda la futura política de la Unión Europea. El presidente en ejercicio de la UE, Herman van Rompuy, tiene ahora la misión de formar un grupo de trabajo que elabore directivas orientadas a una mayor disciplina financiera, rigor estadístico y a la reducción de los riesgos presupuestarios y económicos. La cumbre decidió fortalecer el papel de la Comisión Europea en la gestión económica. El término gestión apareció porque los británicos fueron los primeros en captar el objeto principal de la reunión y exigieron enmendar el texto del documento. De esta forma, el término inicial gobierno económico fue sustituido por gestión económica en respuesta a las objeciones de los representantes de Gran Bretaña. Los británicos suelen ser siempre muy susceptibles a las decisiones franco-alemanas. Y a partir de aquí empezaron a deslizarse las consecuencias derivadas del rescate de la economía griega. La Unión Europea introducirá los siguientes cambios en su política económica: una disciplina financiera y presupuestaria mucho más rigurosa, una mejor coordinación de la política económica en el espacio comunitario y una auditoría estricta de las estadísticas financieras. Antes de la cumbre, la canciller de Alemania, Angela Merkel, no se cansaba de repetir en sus discursos que la UE debería hacer varios cambios y que, probablemente, se debería introducir alguna enmienda en el Tratado de Lisboa. Hubo ciertos estremecimientos ante tales perspectivas y es comprensible, teniendo en cuenta los escollos y dificultades habidas en el proceso de ratificación de este tratado que entró en vigor hace varios meses. La jugada de la canciller alemana ofreciendo su conformidad con el presidente francés, Nicholas Sarkozy, respecto a la necesidad de rescatar Grecia, con tal habilidad política que al francés no le quedó otro remedio que aceptar las condiciones alemanas. Este caso demuestra bien a las claras que quién manda en la Eurozona, manda también en la UE. La contribución de cada país comunitario al rescate de Grecia será proporcional a su cuota en el capital del Banco Central Europeo (BCE). Alemania tiene la mayor cuota, seguida de Francia. La población en Alemania está en contra de salvar a los insolventes griegos. Por esta razón, Merkel insistió en que la decisión respecto al préstamo sea tomada por todos los países de la Eurozona por unanimidad, de acuerdo con las recomendaciones del BCE, la Comisión Europea y el Eurogrupo. Con este paso, Berlín, de hecho, le da la vuelta a la situación y se asegura el derecho de veto, si lo considera oportuno. A cambio de esta flexibilidad y a instancias de Merkel, el grupo de trabajo de Herman van Rompuy debe prever la posibilidad de excluir en el futuro a los infractores económicos de la Eurozona para evitar que se repitan tragedias como la griega. A juzgar por todo, la Unión Europea va a cambiar las normas y los principios de comportamiento de sus miembros. Y Alemania, finalmente, llevará la voz cantante. RIA NOVOSTI. 31-3-2010