En los últimos meses, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso ha adquirido una notoriedad a veces incluso mayor que la del propio Pablo Casado. No pocas voces en la izquierda se dedican a ridiculizar sus declaraciones, pintándolas como fruto de la improvisación o producto de una persona a la que le viene grande el cargo.
Pero como ocurre en el caso de la valoración que se hace de Donald Trump, estas deformaciones acerca del personaje nos impiden comprender qué línea política y qué intereses de clase hay detrás. Qué obtuso es pensar que la persona que el Partido Popular ha puesto al frente de la Comunidad de Madrid -el principal escenario político y principal motor económico del país- es una «IDA». Más allá de lo afortunadas o desafortunadas que sean sus intervenciones o declaraciones, Ayuso sabe muy bien a quién defiende.
Una presidencia -sea de EEUU, de España o de la Comunidad de Madrid- nunca es una persona, sino un equipo, un staff de cuadros. Alrededor de Isabel Díaz Ayuso encontramos a cuadros como Javier Fernández-Lasquetty, actualmente consejero de Hacienda, pero que -como la propia Ayuso- comenzó su andadura en política bajo la tutela de Esperanza Aguirre. Lasquetty, un ultra-liberal en lo económico, es conocido por haber sido el arquitecto de todos los procesos privatizadores de la sanidad pública madrileña.
Pero sobre todo, mucho se ha publicado en la prensa sobre el consejero que susurra a la presidenta madrileña las políticas o las declaraciones. Se trata ni más ni menos que de Miguel Ángel Rodríguez (MAR), que fuera portavoz de los gobiernos de Aznar, amigo personal del expresidente y principal asesor electoral, primero en su ascenso al gobierno de Castilla y León y luego en su asalto a la Moncloa. ¿Se acuerdan de «Váyase, Señor González»? Entonces se acuerdan de MAR.
Ya han corrido montañas de tinta sobre cómo este personaje se mueve a su antojo por el Palacio de la Puerta del Sol, el centro neurálgico del Gobierno de la Comunidad de Madrid, o sobre cómo maneja entre bambalinas los tiempos y los tonos de la política madrileña.
Isabel Díaz Ayuso y su ‘consigliere’ despiertan filias y fobias en Génova o en las baronías regionales del Partido Popular, pero tienen poderosos padrinos. Además del respaldo de Pablo Casado, siempre ha contado con el de Aznar. A largo de este año, el expresidente ha salido muchas veces en defensa de la que podríamos decir que es -como Casado- su heredera, su vástago.
De lo que estamos hablando es de una línea dentro del Partido Popular, el partido alfa de la oligarquía financiera española y de los centros de poder hegemonistas, con poderosos vínculos al otro lado del Atlántico. Y por tanto, de una línea política -de gestión y de oposición- de la clase dominante española. Una línea de la que forman parte cuadros como Aznar, Aguirre, Casado o Ayuso, y que no es la misma -de hecho tiene continuas fricciones- con lo que podríamos llamar «línea Rajoy» en el PP, representada por cuadros como Alberto Núñez Feijóo o Juanma Moreno.
Comparemos a Ayuso con este último, el presidente de la Junta de Andalucía. Ambos gobiernan con Ciudadanos y pactan con Vox. Pero mientras que Juanma Moreno se desmarca todo lo que puede de la ultraderecha y gobierna en relativa complicidad con su vicepresidente naranja, Juan Antonio Marín, Ayuso tiene una relación más que tormentosa con Ciudadanos y su vice, Ignacio Aguado.
Pero sobre todo, la diferencia está respecto a Vox. Ayuso ha hecho suyo en gran parte el discurso de Aznar y la extrema derecha: «gobierno ilegítimo», «socialcomunista», «peligro para la democracia o la unidad de España». «No sabes lo que te envidio por que los ‘hijos’ de Chávez te insulten a ti», le dijo Aznar a Ayuso en mayo. Muy recientemente, la presidenta madrileña ha acusado a Sánchez de «alta traición» por pactar los PGE con los independentistas. Entre esto y el trumpismo de Abascal hay apenas un papel de fumar.
La línea de Ayuso, como la de Casado, promueve una confrontación permanente, frontal, sin tregua contra el gobierno de coalición. En el parlamento autonómico, en las tribunas de la política nacional, en los tribunales. Ayuso ha dicho que llevará al Tribunal Constitucional la subida de impuestos a grandes empresas y grandes fortunas que quiere Moncloa, para acabar con el «dumping» fiscal capitalino. También llevará a los tribunales la Ley Celáa y facilitará los trámites para que los padres de la enseñanza privada puedan esquivar, al menos por un año, la nueva ley de educación.
Ayuso levanta permanentemente la bandera del victimismo, la de «el gobierno de Sánchez nos maltrata», «nos sube los impuestos» o «no nos da suficientes vacunas para que podamos inmunizar a grupos de riesgo en enero». Si no fuera porque es la presidenta de la Comunidad de Madrid, poco le faltaría para entonar el «Espanya ens roba» de Torra o Puigdemont.
En cuanto a la gestión de la pandemia, la política de Ayuso se caracteriza por defender sin demasiados subterfugios la primacía de la economía por encima de la salud pública. Defendiendo restricciones lo más leves posibles o diciendo que «no se trata de confinar al 100% de los ciudadanos para que el 1% contagiado se cure».
Detrás de esta forma bronca y chulesca de hacer política, no hay una «forma de ser», ni tales o cuales «personajes»… sino todo un interés de clase por convertir Madrid en dos cosas. Primero, en una atalaya desde donde lanzar sin cesar fuego de artillería contra un gobierno de coalición -el más a la izquierda de la UE- que tiene una excesiva influencia de la mayoría social española. Y segundo, en un «laboratorio» de lo que pretenden que algún día sea el gobierno del Partido Popular en España, el partido alfa de los intereses de la oligarquía y el hegemonismo en nuestro país.