Hace mucho, mucho tiempo, en una época muy lejana, un recién ganador de las elecciones necesitaba a la entonces Convergencia de Pujol para gobernar España. Era 1996 y a José María Aznar se le «escapó» una frase emblemática. «Hablo catalán en la intimidad», dijo entre risas.
Volvamos al presente: 2022, una inflación desbocada, un empobrecimiento acelerado de la población. Y en suelo europeo, una espantosa guerra que determina buena parte del contexto internacional. Una agresión imperialista, donde una gran potencia ha invadido a un país militarmente inferior, ha bombardeado sus ciudades, ha perpetrado todo tipo de matanzas, crímenes de guerra y ataques contra la población civil, y además amenaza al mundo con su poder nuclear.
Si el agresor anteriormente descrito fuera la superpotencia norteamericana y el país invadido fuera (por ejemplo) Irak, Afganistán, Libia, Siria o Yugoslavia, sería raro el mes (o incluso la semana) que las organizaciones de la izquierda no convocaran una manifestación, una concentración, o cualquier otro acto de protesta contra la potencia imperialista, y en solidaridad con el país y el pueblo agredido. De hecho, así ocurrió en 1999 cuando la OTAN bombardeó Belgrado, en 2001 y 2003 cuando los EEUU invadieron primero Afganistán y luego Irak, o en 2011 cuando los aviones de la OTAN arrasaron Trípoli o cuando Washington hizo estallar la guerra civil en Siria.
Así, denunciando y movilizándose contra el imperialismo, actuó la izquierda española en todas esas ocasiones. Justa y felizmente, porque no cabe otra forma de reaccionar ante una guerra de agresión. Y por eso millones, o centenares de miles de ciudadanos apoyaron esas protestas.
Por eso llama clamorosamente la atención que en lo que se refiere a la izquierda que se reclama más transformadora, en esta ocasión, lo que reine sea el silencio, la inacción, y la casi total falta de actos de repulsa hacia la Rusia imperialista de Putin, y en rotunda solidaridad con el país y el pueblo invadidos agredidos: Ucrania y los ucranianos.
Ante una invasión imperialista no se puede ser neutral. O se está con los invasores o se está con los invadidos. Hoy, toda la izquierda debería estar encabezando un «No a la Guerra», o lo que en este caso es lo mismo, gritando «Fuera tropas rusas de Ucrania» y «Solidaridad con el pueblo ucraniano». Hoy, cada semana, las organizaciones de la izquierda española tendrían que estar convocando concentraciones semanales frente a las embajadas y consulados rusos, con pancartas como «No al imperialismo», «Putin fascista, fuera de Ucrania» o «Rusos sí, Putin no». Pero tal cosa brilla -casi- por su ausencia
Decimos “casi” porque sí hay una izquierda que ha encabezado una repulsa a Putin. Así lo dicen los manifiestos que, denunciando de forma rotunda la invasión rusa, y solidarizándose sin matices con el pueblo ucraniano, ha impulsado Recortes Cero, y que han firmado 80 organizaciones políticas y sociales, 150 personalidades -Antonio Banderas, Almodóvar, Echanove, Sacristán o Colomo, por citar unos pocos- y más de 1.500 personas.
Ante las atrocidades que comete el Kremlin en Ucrania, o con su propia población, son pocos, muy pocos -ridículos y marginales grupúsculos, que como mucho hacen algo de ruido en las redes aprovechando el anonimato- los que se declaran de parte de Moscú.
Pero por desgracia, hay muchos más cuadros en la izquierda española que, parafraseando a Aznar, son «pro-Putin… en la intimidad».
Lo negarán una y mil veces, diciendo que «están en contra de la guerra» y de una «escalada de tensión que puede conducir a un desastre nuclear», o con sesudas consideraciones geopolíticas. Pero al escuchar sus argumentos siempre se lee -explícito o entre líneas- el mismo mensaje: «algo habrá hecho Ucrania».
«Ucrania se estaban alineando con la OTAN», «Rusia se ha defendido de la intervención norteamericana», «el régimen de Kiev está repleto de neonazis», «¿y qué me dices de las atrocidades del Donbás?». Lindezas como éstas forman parte de su argumentario habitual, como si algo de lo anterior -en el ápice de verdad que tenga- justificara en lo más mínimo una invasión imperialista. ¿Justificaban las atrocidades de Saddam Hussein o Milosevic las bombas sobre Bagdad o Belgrado? ¿Justificaba el terror integrista de los talibanes la invasión de Afganistán?
Ese repugnante «algo habrá hecho» culpa a las víctimas de los horrores de la agresión, y descarga de culpa al agresor. No es una posición neutral ni equidistante. Equivale a estar del lado de los verdugos… en la intimidad. Algo más tóxico aún que ser pro-Putin abiertamente.