El drama de Cataluña no es solo la falsedad ideológica y jurídica con que el gobierno de la Generalitat se plantea secesionar esa región del resto de España, con absoluta insolidaridad para los pueblos que la componen, sino también la fractura que está sufriendo la izquierda.
Carlos París decía, en feliz frase, que la izquierda española estaba presa del síndrome de Estocolmo, y efectivamente así es. Ante la operación de independencia de Cataluña una parte de la izquierda, incomprensiblemente, se muestra partidaria de que se celebre un referéndum de autodeterminación en esa comunidad para decidir si se separa de España. Utilizando los mismos mantras que los partidos que gobiernan la Generalitat han hecho famosos: derecho de autodeterminación, derecho a decidir, democracia, deseo de votar, retuercen estos significados hasta justificar lo injustificable: el deseo y la posibilidad de fracturar la nación, separando a los pueblos que la forman.
Para ello, en una perversa interpretación de las declaraciones de los clásicos marxistas se acogen al derecho de autodeterminación que aceptaron Lenin y el Presidente de EEUU Wilson, cuando ante la inminente guerra del 14 se pronunciaron por la independencia de las colonias que los países europeos habían conquistado militarmente. Esta declaración tuvo su continuación en la de la ONU que ha consagrado la autodeterminación de las colonias o los territorios ocupados por la fuerza y que sufren graves represiones de los gobiernos conquistadores. Véase la isla de Timor, el territorio de El Sahara, Palestina. Como cualquier persona sensata entiende –no hace falta tener mucha preparación política para ello- ninguno de estos casos es equiparable a Cataluña.
En un excelente artículo José Luís Martín Ramos explica como Lenin supeditaba el derecho a la autodeterminación al análisis concreto de los intereses de clase. Y ya todos sabemos que el propósito que le guió era constituir la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, lo que no parece ser el objetivo de Puigdemont ni de Junqueras. Ello sin mencionar la postura radicalmente contraria a este derecho de otra revolucionaria como Rosa Luxembourg, que lo consideraba uno de los principales peligros para la unidad internacional del proletariado y una prueba de la penetración del nacionalismo pequeñoburgués en el cuerpo doctrinal del marxismo. Que es exactamente lo que ha sucedido en las formaciones que todavía se reclaman marxistas: El Partido Comunista de España, el PCE-ML, Iniciativa per Cataluña, Esquerra Unida i Alternativa-Verds, y ahora ese magma de progresistas oportunistas que son Podemos, Podem, Comunes, etc.
Cuando tanto la Junta Estatal Republicana como la Asamblea Republicana de Málaga y ahora IU Madrid, se pronuncian a favor del referéndum en Cataluña y argumentan en términos épicos la necesidad de actuar democráticamente, están presos de la dominación nacionalista que durante más de 40 años han ejercido los partidos de ese cariz en Cataluña. Porque el término democracia se ha degradado vertiginosamente en España. Desde el momento que lo utilizan compulsivamente tanto el PP como Ada Colau, que no se le cae de la boca, significa que ya no tiene contenido. La democracia no puede servir para fracturar un país, para provocar el enfrentamiento entre los trabajadores de las diferentes regiones e instalar en el poder a una casta de señoritos burgueses, alegando propósitos revolucionarios.
Si tenemos en cuenta que ningún Estado reconoce en sus ordenamientos constitucionales la posibilidad de que un territorio se secesione de la totalidad por su cuenta, excepto Etiopía, veremos cómo ese no es un derecho universal irreversible. Y sería bueno recordar que Etiopía reconoce esa posibilidad después de haber sufrido una devastadora guerra contra Eritrea que únicamente causó víctimas, destrucción, desolación y miseria.
Ese fue también el resultado de la guerra de Yugoslavia, una exitosa federación creada por Tito para unir a los pueblos de los Balcanes después de terribles contiendas, y que las potencias occidentales capitalistas tenían que destruir para acabar con el último país socialista y dejarlo convertido en una constelación de minúsculos estados como Montenegro y Kosovo, hundidos en la pobreza y la irrelevancia, dominados totalmente por la OTAN. Mientras la Alemania Federal reconocía rápidamente la independencia de Croacia –que se había distinguido durante la II Guerra Mundial por su apoyo al nazismo-, se reunificaba con mayor celeridad con la República Democrática, a costa de inmensos gastos que todos pagamos, para hacer grande nuevamente a la nación alemana. Hoy dominante en la UE y garante del capitalismo y del imperialismo.
Y hoy el gran drama de Cataluña y de España es la separación de sus pueblos. Planteando que los catalanes quieren celebrar un referéndum para separarse del resto de los españoles se están dando las siguientes falsedades:
La primera es que el pueblo catalán es único y uniforme, y siempre ha sido catalano-parlante, enclavado en ese territorio desde el siglo XII, como pretenden espúreos estudios históricos que enseñan hoy en Cataluña los dirigentes independentistas. Desde el siglo XVI hubo una gran emigración de Aragón a Cataluña, seguida en el XIX por murcianos y castellanos manchegos. El sucesivo desarrollo industrial catalán, favorecido por su situación geográfica, atrajo a los campesinos y jornaleros de toda la España pobre. La Exposición Universal de 1888 y la de 1929, importaron miles de emigrantes para la construcción de los edificios y vías de comunicación que se realizaron entonces. A partir del final de la Guerra Civil la emigración masiva de andaluces y extremeños que huían de la represión y el hambre, pobló las ciudades industriales catalanas y fue el impuso imprescindible para el desarrollo económico de la región. En definitiva, más de la mitad de la población de Cataluña es castellano parlante, y la mayoría de ella no desea ni la separación ni el referéndum. Esa cifra del 80% que quiere votar está inventada por la propaganda incesante que desde hace una década han orquestado, con todos sus medios, los gobernantes catalanes.
La segunda es que ese “procés”, el proceso convertido en mantra, está inventado, dirigido y orquestado por la casta más corrupta de gobernantes que hay en España, aunque durante decenios hayan sido suficientemente hábiles para ocultarlo. Lo que se llamaba “el oasis catalán”, donde todos los gobernantes y políticos, empresarios y medios de comunicación estaban de acuerdo en resolver amigablemente las diferencias y mostraban al gobierno de Madrid una sonrisa condescendiente de superioridad ante las cainitas peleas que protagonizaban los partidos españoles, ocultaba la sociedad criminal en que se basaba ese consenso: el reparto de beneficios, comisiones, concesiones de obras, subvenciones, empleos, alcaldías, concejalías, diputaciones, cargos de libre designación, secretarías, direcciones generales, múltiples empleos, ayudas económicas a periódicos, revistas, televisiones, radios, escuelas, universidades, asociaciones, fundaciones y toda clase de organizaciones que defendieran el ideario de la Generalitat, otorgados a dedo por CiU y ERC a sus fieles.
La tercera, en contra de lo que afirman todos los días los partidos de la oposición que acusan al PP de ser el causante de esta situación, es que esta estrategia ha sido organizada por CiU para ocultar la inmensa corrupción que corroe a sus dirigentes, los “nens de casa bona”, que detentan el poder desde hace más de medio siglo, cuando la operación de un nuevo Estatut desencadenada por Maragall –que quería competir con Pujol- con el beneplácito de Zapatero, hizo estallar la supuesta bonanza del país.
La cuarta y más penosa, es que esta operación ha dividido a la sociedad catalana, que convivía con bastante tranquilidad, y ha desatado todos los odios que habían acunado y alimentado los independentistas desde el final de la Guerra Civil. En esa división han caído los movimientos sociales: ni el sindical ni el estudiantil ni el vecinal, ni siquiera el feminista que se mantiene fuerte en el resto de España, han sobrevivido al “procés”. Objetivo que perseguían tanto Mas como el resto de sus compinches y por supuesto la burguesía mercantil que les apoya, porque cobra de ellos, con el exitoso resultado de que ya no existe más conflicto en Cataluña que el indeseable Referéndum.
Y quinta y definitiva es que los partidos y asambleas que se sitúan a la izquierda han caído fulminados, como zombis, ante el empuje de los nacionalistas. La enseña por excelencia de la izquierda: el internacionalismo, que llevó a las Brigadas Internacionales a venir a luchar y a morir a España; a los republicanos españoles a entregar su vida en los campos de batalla franceses, en Guadalcanal, en los campos de exterminio nazis; a los anarquistas catalanes a defender Madrid, donde cayó Buenaventura Durruti, con la leyenda “Defensà Madrid es defensà Cataluña”, ha muerto a manos de los Pujol, los Mas, los Puigdemont, los Junqueras, los Millet, los Montull, los Prenafeta y otros compinches que se benefician de ello.
La izquierda está presa de la falacia de que las clases trabajadoras son las que impulsan el movimiento independentista, lo que es no solo falso sino imposible dado el carácter pequeño burgués del nacionalismo. El periodista Antonio Santamaría con total lucidez explica que “son las clases medias formateadas ideológicamente por el nacionalismo identitario durante el pujolismo (las que defienden el independentismo)”
“De hecho, la clase trabajadora catalana, en gran parte de origen español, se muestra hostil a la secesión, tanto por sus vínculos sentimentales y familiares con el resto de España, como por instinto de clase, pues resulta evidente que quienes defienden la separación son los mismos que han ejercido sobre ellos una dura dominación de clase… el radicalismo de ERC es puramente verbal y, más allá de algunas mejoras en las condiciones de vida y laborales de los trabajadores, no puede esperarse de esta formación una apuesta por un cambio de las estructuras socioeconómicas del país.”
“Así, pues, los trabajadores catalanes no tienen nada que ganar con una secesión que no sólo les separa del resto de la clase obrera española, de la que se sienten parte, sino que los amenaza, por motivos identitarios, en convertirlos en extranjeros del nuevo país. .. la cuestión social siempre acaba subordinándose a las necesidades de la causa nacional.
“Por todo ello, la izquierda catalana … sin ningún tipo de ambigüedades, debería oponerse a la secesión. No sólo porque divide a una clase trabajadora, extremadamente desestructurada, sino porque proyecta una República para uso y consumo de las clases medias nacionalistas.”
Por ello, yo que soy nieta de anarquista, hija y sobrina de comunistas, que he militado en los partidos comunistas y feminista desde hace más de 50 años, me siento especialmente triste ante la división de los hombres y mujeres que viven en Cataluña, de los sindicatos, de las asociaciones cívicas, de los partidos y organizaciones de izquierda. Divisiones que como cualquiera puede saber solo benefician a la derecha. A ese perverso juego se han unido partidos que se reclaman marxistas, asambleas republicanas, grupos feministas, sindicatos y asociaciones cívicas.
Y bien seguro que en muy poco tiempo lo lamentarán porque como es bien sabido Roma no paga a traidores y los Puigdemont y los Mas y los Junqueras no premiarán a los tontos comunistas y progresistas su lealtad.
Y los trabajadores tampoco, porque para votar a nacionalistas a medias y a izquierdistas indecisos, la ciudadanía preferirá los genuinos, y ni los Comunes ni los Podemos ni los Iniciativas ni los Esquerras saldrán ganando en esta confrontación.