Todos los comentaristas se han apresurado a anunciar un preocupante «giro a la derecha» en el electorado europeo, recordando que los partidos progresistas gobiernan ya en tan sólo cinco de los 27 países de la UE. ¿Pero alguien en su sano juicio puede encuadrar en el «campo progresista» a los gobiernos, socialistas tan solo de nombre, que en España, Grecia o Portugal se han postrado ante el FMI y Bruselas, ejecutando draconianos planes de recortes sociales?
La falsa dicotomía entre una derecha y una “izquierda oficial” -ambas, como los hechos han demostrado, al servicio del gran caital internacional- es una trampa política que los pueblos debemos sortear si queremos encontrar una salida a la crisis favorable a los intereses de la mayoría.El caso portuguésLas recientes elecciones portuguesas han dado la puntilla a la socialdemocracia lusa. Con apenas el 28% de los votos, los socialistas han cosechado el peor resultado en los últimos veinte años. José Sócrates, hasta ahora primer ministro, ha dimitido como líder del partido y convocado un congreso extraordinario.El gobierno pasará a manos del conservador Partido Social Demócrata, que aglutinó el 38,7% de los votos (9,6 puntos más que en los últimos comicios), en alianza con el derechista Centro Democrático y Social.¿Son las elecciones portuguesas la expresión de que la tendencia electoral en Europa es a que “suba la derecha” y “baje la izquierda”?Las elecciones lusas se han celebrado bajo el shock de un rescate financiero, impuesto por el FMI y Bruselas, y que lleva incorporado un draconiano plan de recortes sociales y salariales. Y con el recuerdo de que el encargado de ejecutar el “secuestro” -eso que algunos llaman rescate- no ha sido “la derecha” sino -como en España o en Grecia- partidos que se presentan bajo la bandera de la izquierda.Resulta cuanto menos curiosa la coincidencia en la trayectoria de José Sócrates y Zapatero, cabezas del socialismo luso y español severamente derrotados en las urnas.Mientras llevaba adelante una política económica que permitía a la gran banca nacional y extranjera acumular ingentes beneficios, Sócrates se revestía de izquierdas aprobando un amplio bloque de polémicas leyes sociales, como la despenalización del aborto o la aprobación del matrimonio homosexual, el cambio de sexo y el divorcio sin consentimiento mutuo. La oposición de la iglesia católica, convocando sucesivas manifestaciones, reafirmaba para muchos el “ineludible carácter progresista” del socialismo portugués.¿Les suena de algo esta historia?El estallido de la crisis, y las duras presiones desde Washington y Berlín para trasladar las pérdidas hacia los países más débiles y dependientes, han disuelto como un azucarillo el espejismo del “gobierno progresista” en Portugal, al igual que en Grecia o España.El gran capital internacional ha sometido a Portugal a una severa asfixia financiera -elevando hasta un usurero 10% los intereses a pagar por las emisiones de deuda-, hasta obligarle a aceptar un rescate que, a cambio de la inyección de 78.000 millones de euros, impone el mayor plan de recortes sociales y salariales de la historia lusa.El gobierno socialista de José Sócrates ha sido el encargado de ejecutar las imposiciones de Washington y Berlín, del FMI y de Bruselas. En los últimos meses se ha recortado las pensiones en una media del 10%, aprobado un drástico tijeretazo a los salarios de los trabajadores públicos, impuesto una reforma laboral que limita las prestaciones por desempleo, subido los impuestos indirectos, aprobado severos recortes en sanidad y educación o anunciado un plan de privatizaciones que supondrá entregar las joyas de la corona de la economía lusa al capital extranjero a precio de saldo.La trampa de la izquierda y la derecha¿A quien puede extrañar que los electores portugueses hayan castigado severamente al gobierno que ha ejecutado todos estos recortes? ¿Puede calificarse de “giro a la derecha” el hundimiento electoral de quien está aplicando las recetas del FMI y Bruselas?La realidad es que la crisis -con la imposición de draconianos planes de ajuste por parte de las grandes potencias- ha desvelado la auténtica naturaleza de los llamados “gobiernos progresistas”. Su condición de “brazo izquierda” del gran capital financiero ha quedado más patente que nunca, dado el inaudito grado de sumisión a las exigencias del FMI y Bruselas.La línea divisoria para diferenciar lo progresista de lo reaccionario no está entre “la izquierda” y “la derecha”, sino entre quienes aplican los planes de ajuste dictados por el FMI y Bruselas y quienes se oponen a ellos.Hasta el punto de que ha sido un FMI dirigido por un “socialista” (el francés Strauss-Kahn) quien ha impuesto los planes de recortes, y han sido “gobiernos socialistas” en Grecia, Portugal o España los encargados políticos de ejecutarlos.Leer los resultados electorales -en España o en Portugal- bajo el prisma de que “sube la derecha” y “baja la izquierda” es una trampa mortal para los pueblos.Primero porque falsea la realidad. El castigo electoral a Zapatero y Sócrates no es un “giro a la derecha” del electorado -aunque de su desplome se hayan beneficiado opciones conservadoras- sino la expresión del rechazo a los planes de recortes sociales y rebajas salariales ordenados desde Washington y Berlín.Y sobre todo porque enclaustra la voluntad de los pueblos en el “bipartidismo del FMI”: a la izquierda, partidos “socialistas” dispuestos a ejecutar hasta el final los recortes sociales exigidos por Washington y Berlín, a la derecha, partidos conservadores igualmente alienados con los intereses del gran capital financiero.Si queremos encontrar una salida a la crisis favorable a los intereses de la mayoría, debemos evitar esta trampa que nos da a elegir entre derecha e izquierda, pero eso sí, siempre dentro de los dictados del FMI.Lo que corresponde a los intereses de los pueblos es construir un amplio frente contra los planes de recortes sociales y rebajas salariales, que pueda aglutinar a todos los sectores afectados, desde pensionistas a parados, desde jóvenes trabajadores a pequeños empresarios y autónomos.En definitiva, organizar, para dotar de fuerza política, al amplísimo rechazo social a los planes de ajuste.