A punto de comenzar la invasión israelí sobre Líbano

La invasión de Líbano pone a Oriente Medio al borde de una gran guerra. ¿Qué intereses hay detrás?

Ya no hay duda. Menos de un año después del inicio del genocidio sobre Gaza, Israel se dispone a comenzar la invasión terrestre de Líbano -la tercera, tras la de 1982 y la de 2006- dando un peligroso e incendiario salto cualitativo en una espiral de guerra que pone a todo Oriente Medio al borde de una gran conflagración.

Líbano ha vivido en los últimas jornadas los días más sangrientos en veinte años. Ayer lunes Israel bombardeó con intensidad el sur y el este del país y también la capital, Beirut, causando una masacre con al menos 492 muertos y más de 1.600 heridos, entre ellos decenas de niños. Ataques aéreos que tienen lugar después de que Israel perpetrara una masiva ola de atentados terroristas, primero con los buscas y luego con los walkies, que dejaron 37 muertos y casi 3.500 heridos. Las explosiones lograron matar o herir a muchos miembros de la estructura de Hezbolá, entre ellos dos altos mandos, pero también a centenares de civiles

Israel está cometiendo estos crímenes usando la misma y farisea retórica que viene usando en Gaza. acusando a Hezbolá de ocultarse y esconder armas entre los civiles, asegurando que ordena a los residentes evacuar, y a continuación bombardeando zonas residenciales o edificios civiles sin apenas ofrecer a los habitantes la posibilidad de ponerse a salvo.

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Un baño de sangre

Infografía de los últimos bombardeos de Israel sobre Líbano

Las cifras de muerte y dolor que nos llegan de Gaza son estremecedoras. En once meses de genocidio, Israel ha asesinado a más de 41.000 personas, el 70% mujeres y niños, y ha herido a 95.000 personas. Esas son las cifras constatadas, porque debajo de los escombros hay más de 10.000 cadáveres adicionales. Ha lanzado sobre la franja 80.000 toneladas de explosivos -equivalente a más de cuatro bombas atómicas como la de Hiroshima- reduciendo a 40 millones de toneladas de escombros el 60% de los edificios de Gaza.

La situación en Cisjordania es también de una opresión inaguantable. Según datos de la misión de la ONU, 609 palestinos han muerto en Cisjordania, incluido Jerusalén Oriental, desde el 7 de octubre, asesinados en las brutales incursiones del ejército israelí o a manos de los colonos.

Pero todo ello puede quedar eclipsado si Israel se zambulle en la invasión de Líbano, perpetrando la destrucción y la ocupación de un país sobarano de 6,7 millones de habitantes, o bombardeando su capital, Beirut, con 2,38 millones.

Está por ver cual es la forma concreta que adopta la agresión. A tenor de las declaraciones del propio Netanyahu, que hablan de «crear una zona de seguridad para garantizar que los habitantes del norte de Israel puedan volver a sus casas», es posible que el ejército sionista se limite a invadir el sur de Líbano, causando el desplazamiento forzado de los 542.000 habitantes, a ocupar ciudades meridionales como Tiro, Sidón o Nabatieh, sin descartar expediciones de castigo contra Beirut, como en la invasión de 2006. Pero lo que no cabe ninguna duda es que -como en el caso de Gaza- los misiles y los ataques aéreos van a cebarse contra la capital y otras ciudades, causando miles y miles de muertos entre la población civil.

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Líbano no es Palestina

Viñeta de Rahma (Turquía)

Sin embargo, Hezbolá no es Hamás, ni Líbano es Gaza. La milicia chií, respaldada por Irán, es la más poderosa del mundo. Cuenta con 50.000 combatientes en activo, seguramente 100.000 contando a las reservas, pero puede movilizar tres, cuatro o cinco veces más teniendo el cuenta su apoyo social. Tiene un arsenal de más de 100.000 proyectiles con los que podría llegar a saturar el «Escudo de hierro» israelí. Su adiestramiento es superior a la del ejército regular, tienen larga experiencia en otras guerras (Siria) son expertos en tácticas de guerrilla -especialmente en combates urbanos- y dominan la geografía agreste del sur de Líbano. Y cuentan con la retaguardia de Siria y su más que porosa frontera para abastecerse sin límite de armas y suministros.

Sea cual sean los planes concretos de la invasión de Líbano, las tropas israelíes se meten en un peligroso avispero, del que ya salieron derrotados en la anterior invasión (2006).

Y a nadie se le escapa que lanzando la guerra contra Líbano, Israel apunta siempre hacia Irán, los grandes valedores de Hezbolá, poniendo a todo Oriente Medio al borde de una gran guerra con varios países involucrados.

¿Entonces? ¿Por qué Israel está cruzando este peligroso Rubicón?

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¿Quién quiere incendiar Oriente Medio?

Desde el inicio de la ofensiva genocida en Gaza, Biden ha respaldado -con miles de millones en armas- y todo tipo de blindaje político los crímenes de lesa humanidad perpetrados por el Israel de Netanyahu

La explicación que la inmensa mayoría de los medios ofrecen a esta incendiaria espiral es que todo responde a los intereses personales de un pirómano, Benjamín Netanyahu, que necesita huir hacia adelante, prolongando la guerra y el conflicto para continuar siendo primer ministro y escapar de los casos de corrupción que podrían llevarlo a la cárcel.

Esta «explicación» no es inocente. Oculta a los verdaderos responsables de esta espiral bélica, que no están en Tel Aviv, sino en Washington.

Nadie puede ignorar ya que todo el blindaje de impunidad que protege a Israel en sus crímenes en Gaza, Cisjordania o Líbano, proceden de la protección que le confiere ser el gendarme militar de la superpotencia norteamericana en Oriente Medio. Nadie puede pasar por alto las íntimas relaciones políticas, económicas y militares entre las clases dominantes y los establishment políticos de Washington y Tel Aviv. ¿Acaso alguien puede pensar que Israel o Netanyahu podrían lanzarse a invadir Líbano sin contar con el aval y el respaldo de EEUU?

Alguno podría alegar que Netanyahu está aprovechando el impasse político de unos EEUU sumidos en su pugna electoral para actuar como un «enfant terrible», pero los hechos nos dicen otra cosa.

Bien es sabido que la afinidad entre Netanyahu y Trump no es la misma que con Biden o con Harris, pero los hechos son que, a lo largo de once meses de genocidio en Gaza y de provocaciones hacia Líbano o Irán, la administración demócrata ha respaldado a los halcones sionistas, enviándole sin cesar armas y munición -la última entrega, en agosto, de 20.000 millones de dólares, incluyendo 50 aviones de combate F-15- y protegiendo a Israel en la ONU de cualquier condena o sanción. Los misiles que caen sobre Gaza o Beirut son todos ‘made in USA’.

Israel está subiendo los peldaños de esta espiral de guerra y sangre con el aval y bendición de unos EEUU que no son simplemente cómplices, sino coautores de sus agresiones.

Viñeta de Kenny Tosh (Nigeria)

¿Hacia adónde apunta esta escalada de agresiones? Hacia crear un conflicto de grandes dimensiones en Oriente Medio, una guerra internacional que involucre a Líbano, Siria, Irán, Yemen… y que obligue a EEUU a intervenir a gran escala en una zona en la que tras las derrotas de Irak y Afganistán ha perdido peso e influencia.

A lo largo de los últimos meses, EEUU ha ido reforzando su presencia militar en la zona, con el pretexto de “apoyar la defensa de Israel, mejorar la protección de las fuerzas estadounidenses en la región y garantizar que Estados Unidos está preparado para responder en cualquier circunstancia”. Ya sabemos a que circunstancias se referían.

Unos tambores de guerra en Oriente Medio que también buscan encuadrar y disciplinar a los «aliados árabes» de Washington, rompiendo la actual tendencia y enfrentándolos al “eje de resistencia de Teherán”. En los últimos años, la superpotencia ha visto con enojo como (a instancias chinas) dos enemigos seculares -Arabia Saudí e Irán- se tendían la mano y pedían ingresar en los BRICS+. Mientras los misiles israelíes volaban hacia Beirut, Biden se reunía con los Emiratos Árabes para elevar su estatus a «socio de defensa de EEUU».

Todo ello en un contexto de creciente tensión bélica mundial como el planeta no ha conocido desde el fin de la Guerra Fría. A las guerras en Oriente Medio o Ucrania se suman múltiples focos de conflicto en África -Sudán, Etiopía, Libia, Congo…- que han masacrado a más de 600.000 personas entre 2021 y 2023, además de producir 117 millones de refugiados.

Esta tensión bélica no cae del cielo. Detrás de cada una de esas guerras hay potencias imperialistas, y su fuente principal no es otra que una superpotencia norteamericana que desata una mayor agresividad cuanto más avanza su ocaso imperial.

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Réquiem por la Suiza de Oriente Medio

Cartel publicitario de Líbano en los años 50

Con la actual invasión, Líbano afronta su tercera gran guerra en los últimos 50 años. La más cruenta fue la sangrienta guerra civil de quince años (1975 – 1990) que produjo 130.000 muertos y episodios tan brutales como las masacres israelíes en los campos de refugiados de Sabra y Chatila. Una guerra civil de la que emergió un grupo fundamentalista que a lo largo de los años se convirtió en un corrupto y reaccionario aparato de poder: Hezbolá (el partido de Dios).

Parece que una maldición bíblica de sangre y violencia haya caído sobre Líbano, pero no es así. En los años 60, el hermoso país del cedro, la antigua patria de los fenicios, era conocida como «la Suiza de Oriente Medio».

Tras la II Guerra Mundial este territorio se independizó del yugo francés, y en los años 50 se convirtió -al igual que el Estado helvético- en un gran centro bancario regional en el que fluía el dinero extranjero. Además de su prosperidad económica, Líbano era conocido por su tolerancia religiosa -conviviendo sin problemas musulmanes sunnitas con chítas, junto a diferentes confesiones cristianas, como maronitas y drusos- y por el ambiente cosmopolita y progresista de sus ciudades, especialmente Beirut.

Pero entonces las superpotencias -EEUU y la URSS- decidieron convertir a Líbano en su campo de batalla, directamente o a través de sus peones: Israel por los norteamericanos y Siria, por los rusos.

El fin de la Guerra Fría y el colapso soviético ofreció la oportunidad de finalizar la guerra civil en 1990 y reconstruir las ruinas de un país devastado por década y media de conflicto. Pero, al igual que le pasó a Palestina, el sueño pronto se truncó.

Las masacres de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila (Beirut oeste, 1982), durante la guerra de Líbano fueron perpetrados por falanges cristianas a las órdenes del militar israelí Ariel Sharón

La llegada al poder del tándem de halcones formado por G.W.Bush y Ariel Sharon (el carnicero de Sabra y Chatila) en los 2000 dinamitó el proceso de paz en Oriente Medio y volvió a avivar los incendios de Palestina y de Líbano. En 2006 Israel volvió a invadir el país del cedro, y a bombardeas sus principales poblaciones, provocando 1.300 muertes libanesas, y el desplazamiento de un millón de habitantes del sur del país.

Desde entonces, Líbano se ha visto sumida en una crisis económica y política perpetua, con continuas devaluaciones de su moneda, y se ha visto cada vez más atrapada en las tramas geopolíticas y las guerras a su alrededor, acogiendo a 1,5 millones de refugiados de Siria.

Nos pintan una región, Oriente Medio, presa de una atávica e irresoluble violencia.

No es así. La causa principal de sus males, de sus guerras, de sus odios y tragedias humanas no es otra que el imperialismo, y más en concreto, la superpotencia norteamericana.