«Egipto es el país árabe más importante y la piedra de toque para el cambio en el mundo árabe. Los egipcios han tenido que ejercer un compromiso máximo -en las últimas décadas- para obtener este reconocimiento. Las posibilidades de éxito serán mucho mejores si los Estados Unidos y otras importantes naciones democráticas ponen en marcha su disposición a ayudar.»
Los egicios están orgullosos de lo que lograron y son precavidos con los extranjeros, especialmente los Estados Unidos, que durante mucho tiempo apoyaron el antiguo régimen. Pero necesitan hacer con rapidez las reformas políticas. Este es un momento de grandes promesas –y grandes riesgos– en el mundo árabe. El éxito no está asegurado. Washington y sus aliados deben trabajar de manera creativa y con urgencia para ayudar a los egipcios a construir su democracia para que sea un ancla de estabilidad duradera y tolerancia en Oriente Medio. (THE NEW YORK TIMES) RIA NOVOSTI.- La campaña de Libia sacó a la superficie circunstancias sorprendentes. Por primera vez, dentro del tándem de los líderes rusos surgió un desacuerdo profundo. El Presidente, Dmitri Medvédev, y el primer ministro, Vladímir Putin, adoptaron posturas diferentes. Este deslinde ideológico pone en evidencia la ambigüedad de la identidad de la política exterior rusa. Cuando se trata de asuntos de guerra y paz, las potencias que aspiran al liderazgo en el escenario mundial, tienen que asumir una posición clara, a favor o en contra. Por eso el hecho de que Moscú se abstuviera de votar en el Consejo de Seguridad fue un acontecimiento inesperado. Y es que la abstención contradice el principio defendido por Rusia en ocasiones anteriores, el de oponerse a la intervención externa en asuntos internos. EEUU. The New York Times La inconclusa revolución egipcia Mientras todos los focos están centrados en la guerra de Libia, la revolución todavía se está jugando en Egipto – un hecho vital que sus vecinos y otras naciones no deben olvidar. Las protestas mayoritariamente pacíficas que derrocaron al presidente Hosni Mubarak, hace seis semanas acabaron la primera etapa de una transición a lo que, esperamos, será un futuro democrático. Egipto es el país árabe más importante y la piedra de toque para el cambio en el mundo árabe. Los egipcios han tenido que ejercer un compromiso máximo –en las últimas décadas– para obtener este reconocimiento. Las posibilidades de éxito serán mucho mejores si los Estados Unidos y otras importantes naciones democráticas ponen en marcha su disposición a ayudar. El sábado, Egipto celebró sus primeras elecciones libres y justas. Millones de personas votaron y aprobaron de manera abrumadora nueve enmiendas constitucionales para establecer el escenario para las elecciones parlamentarias y presidenciales que se esperan a finales de este año. Las modificaciones comenzarán a desmontar un sistema cruel y represivo. Limitan el tiempo que un presidente puede ejercer (dos mandatos de cuatro años), hacen que sea más fácil para los candidatos participar en las votaciones y restringen la capacidad del presidente para imponer el estado de emergencia. Sin embargo, el proceso estuvo viciado. Las enmiendas fueron redactadas por una comisión de alto secreto designada por el consejo de gobierno militar y se votó precipitadamente. No van lo suficientemente lejos y no fueron publicitadas de manera adecuada. Una reescritura completa de la Constitución tendrá que venir después. Compartimos la inquietud de los jóvenes manifestantes que hicieron la revolución cuando se preocupan de que su demanda de democracia pueda ser secuestrada por los grupos altamente organizados que hicieron una dura campaña en favor de las enmiendas: los aliados del antiguo régimen y la Hermandad Musulmana. El miércoles, el gobierno militar dio otro paso hacia un gobierno civil al facilitar las normas sobre la formación de partidos políticos. Pero también hace planes para prohibir manifestaciones. El draconiano estado de emergencia, con décadas de antigüedad debe ser levantado y con ello las restricciones a la libertad de expresión y de reunión. Sería mucho mejor si los manifestantes y los grupos de la sociedad civil participan en estas decisiones, incluido el establecimiento de fechas para las elecciones. Los egipcios están orgullosos de lo que lograron y son precavidos con los extranjeros, especialmente los Estados Unidos, que durante mucho tiempo apoyaron el antiguo régimen. Pero necesitan hacer con rapidez las reformas políticas. Si se resisten a la ayuda estadounidense, hay un montón de nuevos países democráticos que pueden asesorar a los partidos políticos y a establecer el imperio de la ley. En lo que los Estados Unidos y Europa pueden aportar activos de vital importancia es en la reforma económica. La economía estatal de Egipto –donde el ejército tiene mucho en juego– no ha logrado crear empleos para millones de jóvenes egipcios. El recientemente anunciado multimillonario paquete de ayuda económica de América es un buen comienzo. El gobierno de Obama también se ha comprometido a mantener la ayuda que destina a Egipto desde hace mucho tiempo, es decir, cerca de 1.500 millones de dólares al año, sobre todo para los militares. Pero se necesita más. Occidente debe buscar acuerdos comerciales bilaterales y regionales con Egipto (este sería un buen momento para que apareciera Israel). El Congreso debe agilizar la aprobación del fondo de América-Egipto propuesto al gobierno de Obama por el senador John Kerry y otros. Siguiendo el modelo de fondos similares para los países post-comunistas del Este de Europa, su objetivo es estimular la inversión que necesita desesperadamente el sector privado. El costo total no está claro, pero el dinero inicial sería reprogramado de los presupuestos ya aprobados. Este es un momento de grandes promesas –y grandes riesgos– en el mundo árabe. El éxito no está asegurado. Washington y sus aliados deben trabajar de manera creativa y con urgencia para ayudar a los egipcios a construir su democracia para que sea un ancla de estabilidad duradera y tolerancia en Oriente Medio. ****************************************** Cambio en Yemen Pudo haber habido un momento en que el presidente de Yemen, Ali Abdullah Saleh, podría haber maniobrado una salida más elegante del cargo que ha ocupado durante tres décadas. Pero ha perdido su legitimidad y debe irse lo más rápidamente posible. La continua inestabilidad no es buena para el Yemen ni para la lucha encabezada por Estados Unidos contra Al Qaeda. Durante casi dos meses, el Sr. Saleh ha resistido la creciente presión de las manifestaciones lideradas por jóvenes que exigían su renuncia y un sistema más democrático y responsable. La situación cambió el 18 de marzo. Al menos 50 manifestantes fueron asesinados, aparentemente por francotiradores leales al régimen. Desde entonces, un número sorprendente de funcionarios gubernamentales de alto nivel, incluidos comandantes militares y embajadores, así como líderes tribales, se han unido a la oposición. El más importante: el mayor general Ali Mohsin al-Ahmar, quien esta semana envió sus tropas a proteger a los manifestantes antigubernamentales. Los manifestantes, hasta ahora, han rechazado las concesiones que ha intentado el Sr. Saleh. Tienen pocas razones para confiar en él: siempre ha prometido reformas que nunca ha realizado. Incluso ahora está enviando mensajes mixtos. El jueves se comprometió a defenderse por "todos los medios posibles." El viernes, dijo que estaba dispuesto a ceder el poder, pero sólo si podía entregarlo a lo que calificó de "buenas manos". Sin embargo, se habla de un acuerdo. En la compleja cultura tribal de Yemen, el presidente Saleh, un superviviente, puede sobrevivir otra vez. El gobierno de Obama, usando la diplomacia tranquila, en un primer momento trató de persuadirle para responder con toda tranquilidad y credibilidad a las demandas populares. Ahora, con Arabia Saudita, patrón de Yemen, debe presionarlo aún más duramente para que acepte una transferencia rápida y pacífica del poder a un gobierno provisional que refleje en líneas generales a la sociedad yemenita. Sería sentar las bases para las elecciones. Yemen es un estado inestable. Se está quedando sin agua y sin petróleo, y el 43% de su población es pobre. Se lucha contra los separatistas en el sur, los insurgentes en el norte y –con la participación frecuente de Washington– con una de las ramas más fuertes de Al Qaeda. Una brutal guerra civil o un vacío de poder durante más tiempo no haría más que empeorar una mala situación. THE NEW YORK TIMES. 24/25-3-2011 Rusia. Ria Novosti Las dos posturas de Rusia en el asunto de Libia Fiodor Lukianov La campaña de Libia sacó a la superficie circunstancias sorprendentes. Por primera vez, dentro del tándem de los líderes rusos surgió un desacuerdo profundo. El Presidente, Dmitri Medvédev, y el primer ministro, Vladímir Putin, adoptaron posturas diferentes. Este deslinde ideológico pone en evidencia la ambigüedad de la identidad de la política exterior rusa. Cuando se trata de asuntos de guerra y paz, las potencias que aspiran al liderazgo en el escenario mundial, tienen que asumir una posición clara, a favor o en contra. Por eso el hecho de que Moscú se abstuviera de votar en el Consejo de Seguridad fue un acontecimiento inesperado. Y es que la abstención contradice el principio defendido por Rusia en ocasiones anteriores, el de oponerse a la intervención externa en asuntos internos. Sólo una vez Rusia autorizó una operación militar contra un estado independiente. Pero fue hace 20 años y se trataba de castigar a un agresor, a Iraq que había ocupado a Kuwait. Tanto en el caso de Yugoslavia como en el de la guerra de Iraq de 2003, Rusia estuvo en contra de intervención militar. Hasta en plena crisis en Zimbabue en 2008, a pesar de la firma postura de EEUU y Gran Bretaña, Rusia impuso su veto sobre la resolución del Consejo de Seguridad sobre las sanciones contra el régimen del dictador Robert Mugabe. Y eso, sin tener Rusia ningún interés allí, es decir, guiándose exclusivamente por principios políticos. En aquel entonces también se habló mucho de que la posición de Rusia fue un fruto de desacuerdo entre Vladímir Putin y Dmitri Medvédev. En vísperas de la votación de la ONU Medvédev, quien acababa de asumir la presidencia, apoyó en la reunión del G-8 (Grupo de los 8) la declaración crítica contra Robert Mugabe. Pero después la posición de Kremlin de repente cambió, y muchos lo atribuyeron a la influencia de Putin en Medvédev. Sin embargo, no es cierto. En la reunión del G-8 se trató sólo de una reprobación política de Harare, mientras que en el Consejo de Seguridad de la ONU EEUU y Gran Bretaña propusieron imponer unas sanciones estrictas, sin acordarlo con Rusia. Pero repito, Rusia tomó su decisión partiendo de principios políticos, sin tener ningunos intereses en Zimbabue. Esta vez Kremlin optó por la neutralidad, aunque el caso era mucho más crucial. Se entiende, que la campaña militar tiene como su fin el de derrocar a Gadafi. Es la única opción, ya que, si Muamar el Gadafi permanece al poder, se convertirá en el símbolo de la derrota moral y política del occidente y de sus aliados en la región. La retirada es imposible tanto para la coalición, como para Gadafi, quien, recordando el ejemplo de Saddam Hussein, tiene una idea muy clara de lo que le espera en el caso de la derrota. Rusia escogió una postura pragmática. No es nada razonable oponerse a una acción militar aprobada, aunque por motivos diferentes, por los países más importantes de la región (incluido Líbano, controlado por Irán). Gadafi para Moscú no es más que un socio. Además, sus relaciones comerciales y de corrupción del coronel con Europa, que ahora se muestra como las más atrevidas, son mucho más estrechas. No vale la pena exponer al riesgo la dinámica positiva de las relaciones con EEUU y Unión Europea (UE) por Trípoli, Rusia tiene muchos más asuntos de importancia. Hablar de contratos perdidos en Libia tampoco tiene sentido, porque la situación actual impide hacer negocios tanto en el país, como en la región del Oriente Próximo. Ni se puede prever todavía cuál será la perspectiva de los negocios con Libia en los próximos dos años. Desde el punto de vista geopolítico, la “Odisea del Amanecer” sirve a EEUU para detener la erosión de su influencia en el Oriente Próximo, y a Europa, para prevenir la pérdida definitiva de su papel internacional. Si logran deshacerse de Gadafi rápido, estos objetivos serán alcanzados, por lo menos durante un periodo determinado. Pero si la operación se dilata y requiere más que bombardeos, lo que parece muy probable, el efecto puede ser inverso: significará la pérdida de influencia occidental en la región. Eso hace muy vulnerable la posición de los estados árabes que apoyaron la intervención militar. Por un lado, esto les permitió distraer la atención de sus pueblos de los problemas internos, pero por el otro lado, puede causar la radicalización de la población y dar pretexto para acusar a los líderes de estos países de traicionar los intereses árabes y de colaboracionismo. Puede ocurrir cualquier cosa. Pero parece, que los iniciadores de la guerra no tienen ni menor idea de cuál guión será el más probable. Sin embargo, la abstención de Rusia tiene una razón mucho más profunda que el deseo de ver las tendencias del proceso. Tras la caída de la URSS, Moscú durante cierto periodo de tiempo intentó mantener o, por lo menos, imitar el estatus de una superpotencia, que tiene que tomar parte de cualquier decisión. Para los finales de los 2000 la identidad de Rusia cambió: de una potencia, semejante a la Unión Soviética, a un estado grande e importante, pero a nivel regional, cuyos intereses vitales tiene fronteras geográficas. Esto es lo que quiso decir Dmitri Medvédev, hablando del área de intereses privilegiados. Para proteger sus intereses regionales, Rusia sí puede utilizar la fuerza, como los hizo en el caso de Osetia del Sur. Otros asuntos, pueden ser objeto de regateo o de abstención. Las declaraciones desafiantes de Vladímir Putin manifiestan un enfoque diferente, global y universal. El primer ministro criticó la resolución y calificó la acción contra Libia como “una cruzada medieval”, indicando, que el militarismo estadounidense se convierte en una tendencia estable. Es decir, el gobierno de Rusia insiste en el principio de soberanía e inviolabilidad del territorio e indica a la necesidad de luchar contra la hegemonía internacional (de EEUU, aunque esta vez la acción bélica fue propuesta por otro estado). Eso significa que los intereses de Rusia como de una superpotencia no se limitan con el marco regional y, por lo tanto, el país no tiene derecho a abstenerse en la votación de decisiones de importancia. Las dos interpretaciones son viables, pero hay que escoger una y atenerse a ella. Declarando las dos a la vez, los líderes ponen a su país en una situación ambigua, mostrando que no existe entendimiento y política concordada dentro de la cúpula dirigente de Rusia. Y esto, si tomamos en cuenta el caos que vemos acrecentando por todo el mundo, es preocupante. RIA NOVOSTI. 24-3-2011