Hace casi 100 años, en 1922, una modificación del código penal de la URSS despenalizó la homosexualidad. Adelantándose en 40 años a otros países occidentales. La igualdad social está ligada de forma intrínseca a la conquista de la democracia popular y la lucha de clases. Una década más tarde se producirá un retroceso de los derechos sociales con la burocratización del estado soviético y la llegada de Stalin al poder.
Hoy día los avances sociales y las conquistas del colectivo LGTBI parecen haber roto murallas que jamás se habían atravesado. El enorme grado de aceptación social es la base sobre la que se sustenta todo lo conseguido: despenalización de la homosexualidad, despatologización de la transexualidad o la conquista en gran medida de la igualdad con el resto de la sociedad.
Pero conviene a las clases dominantes y su propaganda borrar de la memoria colectiva, que los avances actuales hunden sus raíces en el periodo revolucionario que abrió en octubre de 1917 la Revolución Rusa.
La Constitución proletaria de la URSS implanta la igualdad de todos los trabajadores, lo que supone por primera vez la igualdad entre hombre y mujer, y se inicia la apertura de la emancipación para el colectivo LGTB. Se designó en 1918 a Georgui Chicherin, abiertamente homosexual, como Comisario de Asuntos Exteriores.
Se puede entender que en aquella época, con el peso de la antigua moral, el debate fuera enconado y la conquista de la despenalización homosexual forzada. El avance fue consciente: “La legislación soviética declara la absoluta no interferencia del Estado y la sociedad en las cuestiones sexuales, mientras nadie sufra daños físicos ni se perjudiquen sus intereses. Respecto a la homosexualidad, sodomía y otras formas de placer sexual, que en la legislación europea son calificadas de ofensas a la moralidad, la legislación soviética las considera exactamente igual que lo que se conoce como relación natural” (Doctor Grigori Batkins, Comisario de la Salud).
Una nueva moral construye una nueva sociedad
Los muros que derribará la clase obrera al conquistar el poder del Estado en Rusia acabarán por cuestionar también las relaciones sociales, acerca de la prostitución, la sexualidad, el matrimonio, el divorcio, el aborto y la defensa de la vida sexual entre adultos.
Fue en el terreno del pensamiento donde se libró un intenso debate sobre la configuración de una nueva moral que se abre pasó en el transcurso de la construcción de la nueva sociedad. Figuras de la vanguardia cultural soviética como Kollontai o Maiakovsky, apoyados por el movimiento revolucionario europeo con Clara Zetkin o Hirchsfeld, abonarán el campo de la libertad sexual como acto natural, frente a algunas posiciones izquierdosas que lo tachaban de actitudes pequeño-burguesas y contra-revolucionarias.
Así Alexandra Kollontai, en Relaciones sexuales y lucha de clases, se plantea: “la labor a realizar consiste en hacer que surja esta nueva moral, hay que extraer de entre el caos de las actuales normas sexuales contradictorias la forma, y aclarar los principios, de una moralidad que corresponda al espíritu de la clase revolucionaria ascendente”. Encuentra las raíces en la moral que sustenta el sistema capitalista: “Además del extremado individualismo [..], la crisis sexual se agrava mucho más con otros dos factores de la psicología contemporánea: la idea del derecho de propiedad de un ser sobre el otro y el prejuicio secular de la desigualdad entre los sexos en todas las esferas de la vida, incluida la esfera sexual”.
El nuevo pensamiento que se abre paso no deja lugar a dudas: “Quien quiera encontrar en el laberinto de las normas sexuales contradictorias los gérmenes de relaciones más sanas entre los sexos —que prometan liberar a la humanidad de la crisis sexual que atraviesa—, tiene necesariamente que abandonar las cultas estancias de la burguesía, con su refinada psicología individualista, y echar una ojeada a las habitaciones hacinadas de los obreros. Allí, en medio del horror y de la miseria causada por el capitalismo, entre lágrimas y maldiciones, surgen a pesar de todo manantiales vivificadores que se abren paso por la nueva senda”.
No se pueden enterrar los avances sociales que durarán más de una década desde la Revolución y que hoy día siguen agitando la sociedad como un movimiento telúrico que impulsa los anhelos de igualdad y justicia.
Stalin, burocratización del estado y traición a la revolución
El estado burocratizado necesitará encuadrar y coartar de nuevo las libertades conquistadas. El auge del fascismo en Europa y el germen del socialfascismo soviético usaron las mismas medidas para oprimir a su mano de obra. La homofobia sirvió para reforzar la estabilidad de la heterosexualidad como régimen de deseo y norma sexual hegemónica. Se alimentó de varios temores promovidos por la burocracia estatal: la corrupción de la homosexualidad como remanente de la sociedad burguesa o las características no reproductivas del sexo entre hombres. Se fragmentó a las clases explotadas y los grupos socialmente oprimidos en identidades parciales, separando sus reivindicaciones.
A raíz de la implosión del estado soviético y la desclasificación de archivos y documentos secretos, se ha podido investigar y dar luz sobre la posición bolchevique hacia la homosexualidad y el “Termidor” contra la libertad sexual que se implantaría desde Stalin en adelante.
Gracias a los trabajos de Dean Healey (Deseo homosexual en la Rusia revolucionaria, 2001) o Richard Stites (que usaría el término Termidor sexual), entre otros, se ha podido ahondar en el tremendo impulso que supuso el movimiento revolucionario social y cultural encabezado por la emancipación de la mujer y abriendo las puertas para el resto de colectivos oprimidos.
Hay que volver la mirada a estos pioneros para unir lo que las clases dominantes separan artificialmente con el propósito de perpetuar su dominio. Los bolcheviques tomaron como propias las experiencias más avanzadas del marxismo en su lucha contra los prejuicios morales para revolucionar el conjunto de las relaciones sociales.