Las ásperas y muy comentadas palabras del delegado del Gobierno en Andalucía, Antonio Sanz, intentando descalificar la semana pasada a Albert Rivera por su nombre catalán y al partido Ciutadans/Ciudadanos por su sede central en Barcelona, no fueron un desliz, ni un despiste del representante del poder ejecutivo en la región más poblada de España. No fue el error de un hombre atolondrado, o deseoso de agradar a los suyos haciendo estallar una traca en Sevilla.
Fuentes solventes de la capital andaluza, con buen conocimiento del funcionamiento de la Delegación del Gobierno, aseguran que el señor Sanz, hombre de la máxima confianza de Javier Arenas Bocanegra, desarrolló uno de los “argumentarios” elaborados por el Partido Popular para intentar frenar el ascenso electoral de Ciudadanos. Hay nervios estos días en Andalucía, particularmente en Sevilla. Nervios en el PP y en todos los demás partidos –también en las nuevas formaciones–, puesto que el número de indecisos sigue siendo muy elevado. La campaña electoral concluye hoy envuelta por una nube de especulaciones. Todos temen el fracaso.
El delegado Sanz no resbaló. Leyó el guión del partido –“leña a Ciudadanos por catalanes”–, puso la directa y le salió un bocinazo increíble en una España que dice desear la continuidad de Catalunya en su seno. No es una anécdota. Es un buen ejemplo de las técnicas de combate del Partido Alfa Unificado, ese partido teorizado por José María Aznar, en el que la derecha y el centro van juntos, con rotunda preponderancia genética de la primera. En la simbiosis aznariana, el centro, de naturaleza ambigua y maleable, se derechiza. Y la derecha española, cuando se ve en apuros, embiste, embiste y embiste, sin importarle mucho las consecuencias. Un fuerte ascenso de Ciudadanos en clave centrista, podría poner en riesgo la Unificación. Eso son palabras mayores. Algunos de los últimos sondeos, que hay que coger con pinzas dada la volatilidad del momento político, señalan que el PP podría llegar a perder casi veinte diputados en Andalucía. Sería un auténtico descalabro, con consecuencias inmediatas en la política general española. Una sombra lúgubre se proyectaría sobre las ya problemáticas expectativas del partido gubernamental ante las elecciones municipales y autonómicas del 24 de mayo, especialmente en los escenarios de Madrid y Valencia. Estamos hablando de la posibilidad de un fuerte zarandeo en la estructura profunda de la política española.
Las elecciones del próximo domingo, concebidas por Susana Díaz y su equipo como un movimiento zorruno, se han complicado. El plan era obsequiar al PP con una derrota en el primer asalto del ciclo electoral del año 15; frenar a Podemos antes que crezca, y reforzar a la presidenta andaluza como principal poder fáctico del socialismo español, mientras José Luis Rodríguez Zapatero y algunos –y algunas– de sus satélites pretenden reescribir el ¡Asesinato en el Comité Central’ de Manuel Vázquez Montalbán y llevarse a Pedro Sánchez por delante antes de que llegue el verano. Tres en uno. Ese era el propósito inicial de Díaz y su comité. Pero todo se ha vuelto algo más denso e inaprensible. Las elecciones del domingo son un bucle.
El “argumentarlo” que leyó el delegado Sanz, inmediatamente rectificado por los suyos, refleja también una tensión antigua, que debería merecer la atención de los psicoanalistas. Me refiero a la relación entre Andalucía y Catalunya, y viceversa. Una relación entre el amor y el recelo –la palabra odio no la admito en este texto–, entre la admiración y la envidia, entre la simpatía y el desprecio. Hoy hace 35 años se celebraron las primeras elecciones al Parlament de Catalunya y en ellas concurrió un partido andaluz. La lista del Partido Socialista de Andalucía, encabezada por Francisco Hidalgo, cosechó 71.841 votos (2,6%) y logró dos diputados.