«Si se aplica rigurosamente la misma medida inalienable de la democracia y los derechos humanos a Bahrein y Siria, sus consecuencias geopolíticas son diametralmente opuestas: en el primer caso los intereses de Estados Unidos (por extensión, de la OTAN) se verían severamente afectados y beneficiarían a la teocracia chiíta de Irán; en el segundo caso sucede lo contrario. De allí la fuerte presión de Estados Unidos (y sus aliados) contra el régimen sirio con el fin de dañar a Irán (de paso a Rusia), a diferencia de su postura concerniente a Bahrein, donde Washington ostenta una base naval.»
La rensa de Estados Unidos (y por extensión, de la OTAN) critica al presidente sirio por no haber aportado un cronograma ni claridad a sus elusivas promesas de reformas: desde el diálogo nacional, pasando por elecciones en agosto (por cierto, muy precipitadas y difíciles de realizar por ser este año el mes del ayuno islámico, Ramadán) hasta cambios sustanciales a la Constitución para abolir el monopartidismo del Baaz (un partido teóricamente laico y socialista) que desemboque en el pluralismo y la libertad de expresión. Lo interesante es que nadie hasta ahora del lado occidental ha exigido el cambio de régimen y su dureza retórica se limita a invitar a Bashar a encabezar las reformas (léase: hacer las paces con Israel, expulsar a Irán y a Rusia, someter a Hezbolá y, sobre todo, el golpe de gracia: privatizar la banca estatal y todo aquello que sea privatizable). (LA JORNADA) THE WALL STREET JOURNAL.- Funcionarios de la Reserva Federal han advertido durante meses que el controvertido programa de compra de bonos por US$600.000 millones que iniciaron el año pasado no sería una panacea para la atribulada economía de Estados Unidos. Parecen haber acertado en ese pronóstico. El programa —conocido como la segunda ronda de relajación cuantitativa (QE2, por sus siglas en inglés) del banco central— terminará este mes, tal como estaba previsto, con un legado mixto, sin haber demostrado ser el elixir que la economía necesitaba ni la calamidad que los detractores auguraban. México. La Jornada La hipercomplejidad geopolítica de Siria: EEUU contra Irán Alfredo Jalife-Rahme Penetramos en la máxima hipercomplejidad del mundo árabe: Siria y la región del Creciente Fértil. Una cosa es la espontaneidad de la revolución del jazmín del paradigma tunecino que impregnó a los 22 países que integran la Liga Árabe y otra es el intento hipócrita de su secuestro obsceno por la disfuncional OTAN encabezada por Estados Unidos que, conforme a sus triviales intereses geopolíticos, pretende redireccionar las veleidades libertarias de más de 360 millones de habitantes. Creer ingenuamente que Estados Unidos y la Unión Europea (condensada específicamente por Gran Bretaña y Francia) se encuentran a favor de la democracia y los derechos humanos en Siria, después de un estruendoso silencio de dos generaciones, constituye un agujero negro de la memoria histórica cuando Washington, Londres y París apoyaron durante un promedio de tres décadas a las autocracias de Túnez, Egipto y Yemen, dejando de lado las acrobacias metalingüísticas occidentales en Bahrein y Libia, donde la propaganda transatlántica colisiona con la triste realidad de los hechos y sus desechos bélicos. Si se aplica rigurosamente la misma medida inalienable de la democracia y los derechos humanos a Bahrein y Siria, sus consecuencias geopolíticas son diametralmente opuestas: en el primer caso los intereses de Estados Unidos (por extensión, de la OTAN) se verían severamente afectados y beneficiarían a la teocracia chiíta de Irán; en el segundo caso sucede lo contrario. De allí la fuerte presión de Estados Unidos (y sus aliados) contra el régimen sirio con el fin de dañar a Irán (de paso a Rusia), a diferencia de su postura concerniente a Bahrein, donde Washington ostenta una base naval, sin contar que la isla es miembro del Consejo de Cooperación de Países Árabes del Golfo de seis petromonarquías, quienes, además, buscan la membresía de Jordania y Marruecos. Llama, entonces, poderosamente la atención que Estados Unidos (y sus aliados) apoyen a las ocho monarquías todavía intocables del mundo árabe, quienes, guste o disguste, buscan el statu quo en su esfera de influencia y adonde se han refugiado dos de los tres sátrapas defenestrados. No profiero perentorias sentencias moralizantes, sino exhibo la realidad geopolítica. Como la herramienta de la democracia y los derechos humanos –lamentablemente degradada por la propaganda occidental– es inservible para el estricto análisis axiológico, entonces cabe mejor recurrir a los instrumentos de vuelo de la geopolítica, que aportan mayor diafanidad a los sucesos de Bahrein y Siria, dos casos extremos del mismo espectro. No son momentos para solipsismos. Algún día expondré mi confrontación con el régimen de los Assad durante cuatro décadas (que valió mi extendido exilio político, que no suelo publicitar por no ser proclive a la victimización ni al martirio), que no viene al caso citar para no obnubilar el análisis geopolítico en el que no existen buenos ni malos, sino crudos (en el doble sentido del término) intereses de las potencias globales y regionales que se enfrentan pornográficamente en Siria (y, por extensión, en Líbano): básicamente Estados Unidos (y su pléyade de aliados regionales y locales) contra Irán. Emerge así un exquisito axioma aplicable en cualquier punto y momento, lo que le confiere su carácter científico: dependiendo de los intereses geopolíticos, las posturas de los actores globales, regionales y locales se pronunciarán ya sea a favor de la democracia, los derechos humanos y hasta el cambio de régimen, o bien optarán por la política del avestruz del statu quo. La lectura de los periódicos regionales basta y sobra para determinar las lealtades y anhelos en el radar geopolítico. El portal de Al-Arabiya (21/6/11), perteneciente a Arabia Saudita, arremete sin piedad contra el tercer discurso del presidente sirio Bashar Assad, a quien acusan no solamente de represor sino, peor aún, de padecer la sicopatía de la negación. La prensa israelí amarra navajas entre Siria y Turquía. Ehud Barak, ministro de Defensa del gobierno de la dupla Netanyahu-Lieberman, en una entrevista al periódico francés Le Figaro concede seis meses de vida política a Bashar, y el portal Debka, un monumento a la desinformación, vaticina una inminente intervención del ejército turco, con instalación de una zona de amortiguamiento en la transfrontera del lado sirio (cerca de 900 kilómetros), que cuenta con la bendición hollywoodense de Angelina Jolie (esta vez sin el actor Brad Pitt), la bella embajadora de la ONU para los cerca de 10 mil refugiados de la región de Jisr-Al-Shogour (un bastión de 50 mil habitantes de los Hermanos Musulmanes). Cuando los embajadores especiales de la ONU intervienen en los campos de refugiados suelen ocurrir balcanizaciones ulteriores. La prensa iraní se ha confinado a señalar la infracción de un helicóptero turco en territorio sirio y repite la severa condena de Bashar en su tercer discurso contra los vándalos y los saboteadores, quienes ejecutan una conspiración geopolítica contra su régimen (léase: para expulsar a Irán y Rusia de Siria, y estrangular a Hezbolá en Líbano). La prensa de Estados Unidos (y por extensión, de la OTAN, donde Gran Bretaña adopta una feroz posición maximalista) critica al presidente sirio por no haber aportado un cronograma ni claridad a sus elusivas promesas de reformas: desde el diálogo nacional, pasando por elecciones en agosto (por cierto, muy precipitadas y difíciles de realizar por ser este año el mes del ayuno islámico, Ramadán) hasta cambios sustanciales a la Constitución para abolir el monopartidismo del Baaz (un partido teóricamente laico y socialista) que desemboque en el pluralismo y la libertad de expresión. Lo interesante es que nadie hasta ahora del lado occidental ha exigido el cambio de régimen y su dureza retórica se limita a invitar a Bashar a encabezar las reformas (léase: hacer las paces con Israel, expulsar a Irán y a Rusia, someter a Hezbolá y, sobre todo, a mi muy humilde entender, el golpe de gracia: privatizar la banca estatal y todo aquello que sea privatizable). El atribulado Bashar admitió que no existe marcha atrás y que las reformas son imprescindibles. El problema radica en su profundidad, su cronograma y, sobre todo, su control. Si tales reformas son forzadas por Estados Unidos (y sus aliados), el desenlace será la instalación de un gobierno de los Hermanos Musulmanes sunitas, quienes probablemente iniciarán la venganza colectiva contra la minoría hoy gobernante de los alawitas (secta esotérica del Islam desprendida del chiísmo), de los cristianos, probablemente de los drusos (otra secta neoplatónica y esotérica del Islam, de carácter monogámico) y seguramente de los kurdos (por motivos que iremos desglosando). Tampoco hay que desdeñar la participación geopolítica de Rusia, que posee una base naval en el puerto sirio de Tartús. De todo lo que he escuchado y leído durante mi estancia en Líbano, lo que más me ha intrigado ha sido la supuesta voltereta de Turquía, quien como único miembro islámico de la OTAN ejerce abiertamente las presiones exógenas para la transformación del régimen sirio, lo cual merece un seguimiento puntual en mi próximo artículo. LA JORNADA. 22-6-2011 EEUU. The Wall Street Journal La relajación cuantitativa de la Fed se acaba, pero no los problemas Jon Hinselrath Funcionarios de la Reserva Federal han advertido durante meses que el controvertido programa de compra de bonos por US$600.000 millones que iniciaron el año pasado no sería una panacea para la atribulada economía de Estados Unidos. Parecen haber acertado en ese pronóstico. El programa —conocido como la segunda ronda de relajación cuantitativa (QE2, por sus siglas en inglés) del banco central— terminará este mes, tal como estaba previsto, con un legado mixto, sin haber demostrado ser el elixir que la economía necesitaba ni la calamidad que los detractores auguraban. Los funcionarios de la Fed, que el miércoles concluyeron una reunión de política monetaria de dos días, lanzaron el programa en noviembre. Tenían la esperanza de que impidiera que una inflación muy baja diera pie a un brote de deflación al estilo japonés, es decir, una caída en el nivel general de precios al consumidor que arrastra a la economía. También buscaron estimular la economía manteniendo bajas las tasas de interés de largo plazo, y de esta manera elevar los precios de las acciones, los bonos corporativos y otros activos financieros. Argumentaron que ello fomentaría el crecimiento del empleo. Lograron aplacar las inquietudes deflacionarias. Sin embargo, el crecimiento económico es más lento ahora que cuando se implementó el programa, el mercado laboral ha perdido ímpetu tras arrancar con fuerza, y el impacto en el mercado financiero ha sido tanto bueno como malo. Las cotizaciones de las acciones han subido y los rendimientos de bonos corporativos han caído, lo cual ayudó al crecimiento. Pero los precios del petróleo, los granos y otras materias primas se han disparado, castigando a los consumidores. Pese a que los funcionarios de la Fed no se lo propusieron como meta, otro resultado del programa fue probablemente el continuo descenso del dólar, lo cual es a la vez una bendición y una maldición para la economía estadounidense. Un dólar más débil abarata los productos fabricados en EE.UU. en los mercados mundiales, aumentando las exportaciones, pero también incrementa el costo de los bienes importados y así alimenta la inflación. El dólar iba cuesta abajo antes de que arrancara el estímulo monetario de la Fed y ha continuado por esa senda. En total, la economía parece haber crecido a una tasa anual de 2% en el primer semestre del año, el tramo de seis meses más lento de la recuperación. "Uno no quiere engañarse y creer que la Fed tiene alguna clase de poder para resolver todos nuestros problemas", señala James Hamilton, economista de la Universidad de California en San Diego. El programa QE2 desató reacciones adversas tanto dentro de EE.UU. como en el exterior. Los detractores dicen que el banco central hizo subir los precios de las materias primas al inyectar demasiado dinero en el sistema financiero y debilitar el dólar, atizando una mayor inflación en todo el mundo. Probablemente parte de la crítica sea exagerada. Los precios del petróleo oscilaron en torno a US$75 el barril durante un mes después de que el presidente de la Fed, Ben Bernanke, dejara en claro sus intenciones sobre la QE en un discurso en agosto de 2010. Los precios se dispararon por encima de US$100 por barril sólo después de que se desataran disturbios políticos en Medio Oriente a comienzos de este año. Los funcionarios de la Fed dicen que la inflación de los precios de los commodities es impulsada principalmente por la demanda global, en particular de economías de rápido crecimiento como la de China. Bajo el programa de la Fed, ésta habrá comprado US$600.000 millones en bonos del Tesoro de EE.UU. entre noviembre y junio. En el proceso, ha inyectado dinero en el sistema financiero. Los funcionarios de la Fed argumentan que al reducir la oferta de bonos a largo plazo en manos de inversionistas privados, las compras ayudaron a mantener bajas las tasas de interés, relajando las condiciones financieras. Los funcionarios de la Fed calculan que el impacto de las compras es equivalente a una reducción de 0,75 puntos porcentuales en la tasa de fondos federales, una tasa de interés de corto plazo que controlan y que influye en los costos de préstamos a lo largo de la economía. En épocas normales, tal recorte sería una medida enérgica. Pero la Fed no puede reducir esa tasa de interés porque ya la ha rebajado casi a cero. Los funcionarios de la Fed se atribuyen el mérito de haber detenido el avance hacia una deflación. Cuando Bernanke dio su discurso, los movimientos de precios en los mercados de opciones sugerían que los inversionistas creían que había una probabilidad de deflación de cerca de 40% en el año venidero, según cálculos de Barclays Capital. Hoy, la probabilidad es de alrededor de 10%. "Había un riesgo deflacionario que quitamos de la mesa", aseguró Charles Evans, presidente del Banco de la Reserva Federal de Chicago, en una entrevista este mes. El programa parece haber contribuido al alza de los precios de las acciones. El día antes de que Bernanke diera su discurso en agosto, el índice S&P 500 estaba en 1047,22. A la semana había subido 4% y al mes, 10%. Pero las compañías de EE.UU. probablemente merecen más reconocimiento: las ganancias empresariales crecieron 29% en 2010 frente al año anterior, sin las medidas de la Fed para impulsar las valuaciones de sus acciones. En tiempos normales, las estrategias de la Fed surten efecto por medio de sectores sensibles a las tasas de interés, como el mercado de la vivienda. Las políticas ahora benefician menos al sector residencial porque ya está muy agobiado por deudas. Desde agosto, el ritmo anual de inicios de obras en la construcción de nuevas viviendas ha caído de más 600.000 a 560.000 y los precios de las casas, según la medida del índice de precios de viviendas S&P/Case-Shiller, han caído otro 3%. Louis Crandall, economista y analista del mercado de bonos de Wrightson ICAP, dijo sobre el programa de la Fed que "el veredicto final en esto era que en un período en el que sentían gran ansiedad, hicieron lo mejor que podían". El programa aún tiene escépticos. Dan Floorness, director financiero de Fastenal Co., dice que el vendedor de pernos, tornillos y tuercas de Winona, estado de Minnesota, no se benefició de la flexibilización cuantitativa. "Si la gente tiene una buena necesidad empresarial de crédito y merece que se le preste, creo que se puede conseguir crédito haya relajación cuantitativa o no", opina. THE WALL STREET JOURNAL. 22-6-2011