«En efecto, todo se desarrolla como si, en la formidable redistribución de cartas que se está produciendo, la lucha de influencia pasara por las monedas. Este es el contexto en el que hay que resituar la actual batalla del euro. No se trata de negar las dificultades objetivas. No más de lo que hay que negar, o subestimar, el papel de las torpezas y las dilaciones de los mismos europeos y la evidente mala voluntad de la canciller alemana. «Nos está destrozando Europa», decía recientemente el viejo canciller Helmut Kohl»
Conviene recordar cómo era la relación EE UU-Jaón y dólar-yen en la época de la presidencia de George Bush padre. El yen podía aparecer como la moneda más sólida, mientras que los gigantes japoneses multiplicaban las adquisiciones en EE UU. Estos últimos pusieron en marcha una política basada en un dólar débil y una semiguerra comercial que contribuyeron a debilitar la economía japonesa de forma duradera y a hacer desaparecer el yen de las pantallas de radar. Del mismo modo, lo que está en juego hoy en la relación Europa-EE UU es el hecho de que el euro constituye un tercio de las reservas de cambio mundiales y de que Europa es potencialmente una superpotencia económica frente a la cual EE UU ha puesto en marcha resueltamente una política basada en un dólar débil. Y, si seguimos sin tomar medidas, correremos la misma suerte que Japón. (EL PAÍS) CINCO DÍAS.- Cuatro años de crisis aguda justifican que todo se ponga en revisión en la economía. Aún más cuando las autoridades van de error en error. Los amagos de las agencias de rating de rebajar la calificación de la hasta ahora intocable deuda soberana de EE UU por su débil política fiscal se han convertido en un hecho, y el estrepitoso fracaso de una equivocada estrategia de Jean-Claude Trichet obliga ahora al BCE a intentar calmar a los mercados con un plan urgente de compra de bonos españoles e italianos negociado ayer con urgencia, solo tres días después del su último consejo de gobierno. Opinión. El País La guerra de las monedas Jean Marie Colombani Diez años después del 11-S, la solidaridad con EE UU era de rigor y muy necesaria. Las turbulencias a las que hoy nos someten los mercados podrían minar esa solidaridad transatlántica. En efecto, todo se desarrolla como si, en la formidable redistribución de cartas que se está produciendo, la lucha de influencia pasara por las monedas. Este es el contexto en el que hay que resituar la actual batalla del euro. Por supuesto, los economistas dirán: "Los mercados son los mercados". Tienen su propia lógica especulativa e implacable, reflejo a la vez de las realidades económicas y de la búsqueda de beneficios a muy corto plazo. No se trata por tanto de negar las dificultades objetivas: la de Grecia, por supuesto, y la de Italia, más política, que forma parte de los sobresaltos vinculados a la agonía de la era berlusconiana. No más de lo que hay que negar, o subestimar, el papel de las torpezas y las dilaciones de los mismos europeos y la evidente mala voluntad de la canciller alemana. "Nos está destrozando Europa", decía recientemente el viejo canciller Helmut Kohl, que sin embargo fue el padre político de Angela Merkel. Pero, si observamos las cosas desde otro planeta, ¿qué vemos? Un poco como en esa (excelente) serie norteamericana, Band of Brothers (Hermanos de sangre), en la que un instructor, el capitán Sobel, martiriza a los soldados y da rienda suelta a las vejaciones con los pretextos más diversos: un día, el botón de la guerrera; otro, una bayoneta… Las tres principales agencias de calificación, todas anglosajonas, son nuestro capitán Sobel. Y de una forma igual de caricaturesca. Esas agencias apenas se han inmutado ante la amenaza de la quiebra estadounidense ni, aún menos, ante el mal acuerdo alcanzado por Barack Obama. Tienen la mirada fija en los miembros más débiles de la zona euro. Apenas firmado el acuerdo europeo del 21 de julio, se concentraron en el frente italiano. Y, desde la City de Londres, nos hacen saber que Bélgica estará pronto en la lista. Estamos avisados: los próximos movimientos del Banco Central, como los futuros acuerdos europeos, vendrán inevitablemente seguidos de otras ofensivas. Una tras otra, las fichas del dominó deben caer hasta que no quede ni una en pie. Lo que se persigue es ni más ni menos que la muerte de la zona euro. En este punto, conviene recordar cómo era la relación EE UU-Japón y dólar-yen en la época de la presidencia de George Bush padre. El yen podía aparecer como la moneda más sólida, mientras que los gigantes japoneses multiplicaban las adquisiciones en EE UU. Estos últimos pusieron en marcha una política basada en un dólar débil y una semiguerra comercial que contribuyeron a debilitar la economía japonesa de forma duradera y a hacer desaparecer el yen de las pantallas de radar. Del mismo modo, lo que está en juego hoy en la relación Europa-EE UU es el hecho de que el euro constituye un tercio de las reservas de cambio mundiales y de que Europa es potencialmente una superpotencia económica frente a la cual EE UU ha puesto en marcha resueltamente una política basada en un dólar débil. Y, si seguimos sin tomar medidas, correremos la misma suerte que Japón. ¿Se trata de una lectura demasiado política? En efecto, la realidad no es unívoca. Es más compleja que nunca. Y no justifica que todo se lea a través de los "beneficios" de la "mano invisible" de los mercados. La política del dólar débil es una política dirigida por las autoridades monetarias norteamericanas. Las agencias de calificación tienen accionistas y estos tienen intereses. Estas agencias funcionan un poco como la prensa anglosajona, de una calidad extraordinaria, pero nunca demasiado alejada de los intereses estratégicos de EE UU o Reino Unido. Históricamente, esos intereses siempre han sido promover en Europa una vasta zona de libre intercambio y, desde luego, no una unión política y monetaria integrada. Y si se quiere una lectura política, observemos lo que pasa en China. Pekín ha criticado vivamente las concesiones hechas por Obama al mismo tiempo que promueve su propia agencia de calificación, Dagong, que se ha apresurado a bajar la calificación de EE UU. El presidente de esta agencia china, Guan Jianzhong, ha justificado su diferencia con las agencias de calificación norteamericanas porque estas "siempre usan una doble vara de medir". En cuanto al Gobierno chino, ha insistido en que va a acelerar su política de diversificación en materia de inversiones, lo que significa más inversiones en euros y, sobre todo, en yuanes. Y este es el punto en el que nos encontramos: lo que se está dirimiendo ante nuestros ojos es la posición relativa del dólar, el euro y el yuan en el siglo XXI. Nuestro problema es que los mecanismos europeos son infinitamente más complejos que los que prevalecen en EE UU y, evidentemente, en China. Una cosa es segura: las decisiones que tomen los dirigentes europeos durante las próximas semanas tendrán una trascendencia histórica. EL PAÍS. 8-8-2011 Editorial. Cinco Días Un reto gigantesco en el que hay que estar a la altura Cuatro años de crisis aguda justifican que todo se ponga en revisión en la economía. Aún más cuando las autoridades van de error en error. Los amagos de las agencias de rating de rebajar la calificación de la hasta ahora intocable deuda soberana de EE UU por su débil política fiscal se han convertido en un hecho, y el estrepitoso fracaso de una equivocada estrategia de Jean-Claude Trichet obliga ahora al BCE a intentar calmar a los mercados con un plan urgente de compra de bonos españoles e italianos negociado ayer con urgencia, solo tres días después del su último consejo de gobierno. Con nocturnidad para el área europea y casi para la americana, la madrugada de este sábado Standard & Poor’s (S&P) ha tomado una vez más la iniciativa. Mientras Moody’s y Fitch daban largas, S&P ha tirado de nuevo por la calle de en medio y ha desposeído de la triple A a la economía más poderosa del mundo, que hace pocos días estuvo a punto de suspender pagos por un desacuerdo político. Es sobre todo un castigo a ese infructuoso combate político entre republicanos, demócratas y el presidente, Barack Obama, que solo resolvieron in extremis para desbloquear el aumento del techo de gasto y poner en marcha un duro plan de ajuste que supone el recorte de 2,1 billones de dólares en 10 años, la mitad de lo que solicitaba S&P. Como ocurrió cuando hizo lo mismo con la deuda de España, S&P ha sido más severa que sus rivales. Pero también ha sido coherente con su diagnóstico y sus dudas sobre si las autoridades de EE UU serán capaces de llevar adelante el ajuste que requiere una economía de cuya evolución depende casi todo el mundo. Y eso, a pesar de las tremendas presiones de Washington para que no se empañase la triple A de EE UU por primera vez en la historia. La reacción inmediata del Tesoro de EE UU ha sido de indignación, tras achacar la decisión de S&P a un error de cálculo. Nada nuevo bajo el sol. EE UU empezó la semana pasada a punto de suspender pagos por un enfrentamiento político y la acabó con su deuda desposeída de la máxima calificación. Entre una fecha y otra la crisis de la deuda soberana alcanzaba niveles insostenibles en Europa, que se trasladaban a las Bolsas de todo el mundo en forma de una semana negra en los mercados. Esa tormenta de agosto le ha costado un 10% al Ibex en cinco jornadas. El torbellino no solo ha colocado al euro al borde del abismo, sino que amenaza con llevarse por delante el actual sistema y romper la estabilidad global. Los ataques de los mercados a Grecia, Irlanda y Portugal se han extendido con virulencia a España e Italia -que el viernes se vio obligada a adelantar sus planes de ajuste para intentar calmar a los mercados-, y ya amenazan a Francia, mientras los socios europeos se empeñan en no remar juntos. Es innegable que habrá un antes y un después de que EE UU haya perdido la triple A. Primero, porque la crisis de la deuda soberana, el nuevo capítulo de la gestada como crisis de las hipotecas subprimes hace ya cuatro largos y difíciles años, ha certificado que no hay intocables: a China, principal acreedor de EE UU y con un 70% de sus divisas en dólares, le ha faltado tiempo para criticar duramente a Washington, al que reclama seguridad para sus inversiones. Pero también porque como consecuencia de ello ha quedado en evidencia la impotencia de los Gobiernos y todo se va a poner más crudamente en revisión en la economía. Para las autoridades de uno y otro lado del Atlántico el reto es gigantesco. La duda es si estarán a la altura, porque la experiencia dice que ni en Europa ni en EE UU han dado el nivel que requiere este trascendental envite. Vivimos un momento histórico en el que hay que exigirles lo máximo, o que dejen paso a quienes lo puedan afrontar. No es hora de algunas llamadas telefónicas ni de batallitas políticas, sino de tomar decisiones conjuntas con determinación y acierto. Nos jugamos el futuro. Abocados de nuevo a una recesión global, el mar de fondo de esta crisis, que se dibuja como una de las más graves de la historia moderna en tiempos de paz, es la falta de crecimiento. Mientras este no se recupere, no volveremos a recuperar el resuello. E incluso hasta esto mismo puede estar en cuestión en estos momentos. CINCO DÍAS. 8-8-2011