«Invitados a departir en La Moncloa por Zapatero después del recorte inversor anunciado por Fomento, la reunión se abortó por los empresarios, molestos por la filtración del encuentro, debida, según alguno de los citados, a la propia presidencia del Ejecutivo. Pero procediese de donde procediese la filtración, lo cierto es que los representantes del sector -desde Sacyr hasta FCC, pasando por Ferrovial, Acciona y ACS- dejaron plantado a Zapatero, que se tragó el sapo con la prosapia que le caracteriza.»
El eisodio ilustra la inquietud y pesimismo que invade al empresariado español que, después de valorar las variables que concurren en nuestro país, entiende la continuación de la internacionalización de sus grandes empresas no sólo como una estrategia, sino como una auténtica emergencia. La búsqueda de mercados alternativos al nacional no es una opción, es una obligación para la supervivencia (EL CONFIDENCIAL) ABC.- Por esta vía indirecta, Rodríguez Zapatero opta por una falsa solución al dilema entre mantener sin cambios a un equipo que no funciona y abrir una genuina crisis de Gobierno para buscar el impulso político que le permita afrontar con alguna posibilidad de supervivencia el periodo convulso que se avecina. Sin embargo, este camino no conduce a ningún sitio. Así las cosas, estamos en presencia de otra maniobra oportunista que transmite la impresión de un Ejecutivo que ha perdido por completo el rumbo. EL PAÍS.- Los presidentes de Gobierno suelen ser reticentes a cambiar sus Gobiernos porque hacerlo supone reconocer un cierto error en los nombramientos. A esa razón implícita, Zapatero ha añadido otra, explícita, que tiene fundamento. La de que en momentos de zozobra, cambiar de colaboradores retrasa la toma de decisiones; al menos el tiempo necesario para que los nuevos se pongan al día. Esto puede remediarse en parte recurriendo a personal técnico con experiencia para los segundos niveles. Y en todo caso la remodelación sería también la ocasión para reforzar una coherencia entre los ministros que en los últimos meses brilla por su ausencia. Opinión. El Confidencial La gran huida empresarial española J. A. Zarzalejos Las fauces de agosto se tragaron sin demasiado análisis el serio incidente entre el presidente del Gobierno y los máximos ejecutivos de las grandes constructoras españolas. Invitados a departir en La Moncloa por Zapatero después del recorte inversor anunciado por Fomento, la reunión se abortó por los empresarios, molestos por la filtración del encuentro, debida, según alguno de los citados, a la propia presidencia del Ejecutivo. Pero procediese de donde procediese la filtración, lo cierto es que los representantes del sector -desde Sacyr hasta FCC, pasando por Ferrovial, Acciona y ACS- dejaron plantado a Zapatero, que se tragó el sapo con la prosapia que le caracteriza. El episodio ilustra la inquietud y pesimismo que invade al empresariado español que, después de valorar las variables que concurren en nuestro país, entiende la continuación de la internacionalización de sus grandes empresas no sólo como una estrategia, sino como una auténtica emergencia. La búsqueda de mercados alternativos al nacional no es una opción, es una obligación para la supervivencia. De ahí que, ante el recorte de inversiones por parte de Fomento -6.000 millones de euros-, las grandes constructoras y las gestoras de infraestructuras se hayan lanzado con renovado ímpetu a presentarse a concursos en países europeos y americanos, con lo que ello conlleva de negativo: la nula creación de empleo en España. Las grandes empresas financieras y tecnológicas españolas -Santander o Telefónica- son enormes multinacionales con cuotas de negocio menguantes en nuestro país y creciente en mercados extranjeros. Incluso algunos de sus centros de mando -la dirección de compras o la de distribución, por ejemplo- comienzan ya a domiciliarse y operar fuera de España. La presentación de resultados de estas grandes compañías se ha convertido en un recordatorio permanente de que es el mercado español el que lastra sus resultados. Las advertencias de deslocalización de inversiones que los empresarios lanzan con regularidad parecen, sin embargo, caer en saco roto. Los empresarios -siguiendo a los analistas internacionales- reclaman una reforma laboral que supere las deficiencias de la actual, subrayan la necesidad de modificar el sistema de pensiones, aconsejan no incrementar los impuestos directos y abordar seriamente los desequilibrios de la economía española, como la concentración de recursos en el mercado inmobiliario o la pérdida de competitividad, tal y como ha recordado esta misma semana Alfredo Sáez, vicepresidente y consejero delegado del Santander, que abundó en denunciar un mal bastante generalizado: demonizar al sector financiero y bancario sin considerar que la recuperación vendrá de la mano del sector privado. Como dijo Sáez, el sector financiero y bancario español “no somos los chicos malos”. Que el Gobierno y las administraciones autonómicas miren lo que han hecho con las Cajas de Ahorros. Por eso, la imposición de una tasa bancaria sería una medida torpe para la recuperación. Decisiones erráticas En el sector eléctrico está ocurriendo tres cuartos de lo mismo. Sin modelo normativo y con decisiones erráticas -a las que concurre el PP, como cuando se lanza a un presunto y ya volatilizado “pacto energético”-, nuestras compañías están logrando la parte de león de su facturación en mercados extranjeros y desarrollando al máximo las energías renovables en países emergentes o con mix energéticos ya definidos y solventes. El liderazgo internacional de Iberdrola y el de Gamesa, por ejemplo, encuentra en España, sin embargo, su talón de Aquiles. Las eléctricas deben soportar un injusto déficit de tarifa -al parecer se va a titulizar en septiembre parte de la deuda que está ya por los 16.000 millones de euros- y las tecnológicas renovables -como Gamesa, productora de aerogeneradores- arrastran el pesadísimo lastre de la incertidumbre normativa y una concurrencia desordenada de competencias autonómicas y centrales. Así que la afirmación de su presidente, Jorge Calvet (“Nuestra marca es el mundo. Somos ciudadanos del mundo y tenemos que serlo”), no puede ser más lógica. El sector de la automoción, ya sin ayudas ni estímulos, se ha hundido en agosto, registrando la cifra más baja de venta de vehículos desde 1989 y un 23,8% menos que en el mismo mes del año anterior. Si esta tendencia se mantiene -el incremento del IVA y la falta de competitividad ofrecen una perspectiva muy sombría-, también este sector continuará con la deslocalización y engrosando con sus trabajadores las cifras del desempleo que en España duplica, con más del 20%, la media europea. Añadamos a este sector el de la distribución -véanse las cifras de El Corte Inglés correspondientes a 2009 conocidas el domingo pasado- y se concluirá que la retracción del consumo nos condena a una segunda vuelta recesiva. El sistema no responde Y mientras todo esto sucede la confianza se ha esfumado. Los Presupuestos que negocia el Gobierno con una precariedad de apoyos llamativa -depende de los seis votos del PNV- es incompatible con un panorama sólido para los ajustes necesarios. Las omisiones regulatorias en muchos sectores, y la ausencia de reformas en otros, no ofrecen agarraderas a proyectos de inversión, y la atomización y disfuncionalidad del sistema político español -en un equilibrio inestable y abusivo entre las instancias centrales y autonómicas que incluye la ruptura de la unidad de mercado- invitan a darse un paseo por el exterior con la mayor urgencia. Un guión nacional repleto de citas electorales a corto y medio plazo sugiere que la política que van a practicar los partidos desde este inicio de curso será de regate corto. Y una cosa más e igualmente importante: la descapitalización bursátil de nuestras grandes empresas, en combinación con la norma amparada por el Gobierno que prohíbe desde 2011 la limitación de los derechos políticos, comienzan a favorecer los apetitos de corporaciones extranjeras de mayor dimensión que podrían lanzarse sobre nuestro mercado en una política de compras a precios más que razonables. La marca España, por otra parte, lo mismo que encarece la deuda del Estado, incrementa los costes crediticios de nuestras empresas, que deben pelear en los mercados financieros con la espada de Damocles que pende sobre nuestro país. Todas estas razones explican la gran escapada -huida en realidad- de la empresa española bien hacia mercados emergentes, bien hacia economías de nuestro entorno que presentan ya crecimientos del PIB o diagnósticos más favorables que el español. Lo trágico, pues, es que la internacionalización -que es un elemento de positiva reputación en la gestión- se ha transformado en una emigración imprescindible. Esta larga marcha empresarial a mercados externos implica para España un auténtico drama porque, además de impactar en muchos aspectos, lo hace especialmente sobre nuestro problema más urgente: el desempleo, que ha vuelto a repuntar en agosto. Que Rodríguez Zapatero proclame en este contexto en Japón que la economía española y la de aquel país es “de éxito” y que los sindicatos persistan en una huelga general el día 29 sólo puede percibirse como una grave pérdida del sentido de la realidad. Y una irresponsabilidad de carácter histórico. EL CONFIDENCIAL. 4-9-2010 Editorial. ABC Crisis de gobierno EN una democracia moderna resulta inaceptable la confusión entre el interés general del Estado y el interés particular del partido gobernante. Sin embargo, Rodríguez Zapatero no tiene pudor a la hora de cruzar ese límite infranqueable que separa las instituciones públicas de las coyunturas partidistas. Así lo demuestran una vez más los movimientos de piezas en el seno del Gobierno al servicio de las candidaturas del PSOE en las próximas elecciones autonómicas. Al caso ya conocido de Madrid, con Trinidad Jiménez y el propio Jaime Lissavetzky, se suma ahora la situación de Celestino Corbacho, a quien Rodríguez Zapatero envía de regreso a Cataluña para reforzar en lo posible las expectativas a la baja del PSC. El titular de Trabajo queda así en una situación de interinidad con vistas a la huelga general prevista para el día 29, aunque los planes del presidente no se ven alterados por esta evidente pérdida de peso político del ministro ante los líderes sindicales. Bien es verdad que Corbacho es una de las muchas piezas ya amortizadas en ese proceso de deterioro sin remedio al que Rodríguez Zapatero somete a un equipo incoherente y desbordado por las circunstancias. Es probable también que Corbacho prefiera volver a la política catalana después de una etapa marcada por fuertes recortes a las prestaciones sociales, difíciles de asumir para un dirigente de su perfil. Sea como fuere, el presidente coloca a cada uno según le conviene en cada momento y considera el Consejo de Ministros como un elemento más en el tablero de sus objetivos a corto plazo. Por esta vía indirecta, Rodríguez Zapatero opta por una falsa solución al dilema entre mantener sin cambios a un equipo que no funciona y abrir una genuina crisis de Gobierno para buscar el impulso político que le permita afrontar con alguna posibilidad de supervivencia el periodo convulso que se avecina. Sin embargo, este camino no conduce a ningún sitio porque poco o nada cabe esperar del ministro que se incorpore sobre la marcha para sustituir a Corbacho. Lo mismo ocurrirá en Sanidad, si es que Tomás Gómez no altera los planes de Ferraz para la candidatura de Madrid. Tal como van las encuestas en Cataluña, tampoco parece que el ex presidente de la Diputación de Barcelona pueda obrar el milagro de evitar la derrota más que probable del PSC. Así las cosas, estamos en presencia de otra maniobra oportunista que confunde al Estado con el partido y transmite la impresión de un Ejecutivo que ha perdido por completo el rumbo. ABC. 4-9-2010 Editorial. El País Recambio sin cambio La vicepresidenta María Teresa Fernández de la Vega sorprendió ayer descartando que vaya a haber remodelación del Gobierno con motivo de la salida del mismo del ministro de Trabajo, Celestino Corbacho. Se había dado por supuesto que sería la ocasión que necesitaba Zapatero para abordar un cambio más amplio en la composición del Ejecutivo. El argumento de Fernández de la Vega para descartar esa posibilidad fue que el "único objetivo del Gobierno es trabajar por la recuperación económica", pero se supone que ese sería también el objetivo de la remodelación. La sorpresa fue reforzada por la afirmación de la ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, de que no se plantea abandonar esa responsabilidad ministerial si es elegida (en las primarias) candidata por el PSOE a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Según De la Vega, la salida de Corbacho tiene que ver "con el proceso electoral de Cataluña", lo que sugiere una cierta incompatibilidad entre ambos desempeños. Pero esto no encaja con lo dicho por Jiménez, que incluso citó antecedentes de ministros (Piqué, López Aguilar) que siguieron siéndolo tras ser designados candidatos, y solo en vísperas de las elecciones dejaron el puesto. Al margen de si la iniciativa de la salida de Corbacho fue suya o sugerida por Zapatero (las fuentes divergen al respecto), el hecho tiene una doble dimensión, según desde donde se observe. Desde el punto de vista del Gobierno, sería una oportunidad para plantear un cambio acorde con el giro político de Zapatero en respuesta a las urgencias de la crisis. Descartada por razones atendibles la presentación de la cuestión de confianza, una remodelación ministerial daría solidez al giro. Especialmente, si los concretos cambios que se efectúen responden a criterios de competencia y eficacia y no tanto a motivaciones de imagen o a compromisos de cuotas diversas, como ha sido costumbre. Vista desde Cataluña, la recuperación de Corbacho respondería al interés del PSC por movilizar el voto socialista clásico, esencialmente el del cinturón industrial de Barcelona, tras dos legislaturas presididas por el debate del Estatuto y sus derivaciones polémicas, y en las que han aparecido síntomas de desafección de un sector del electorado que vota en las generales y se abstiene en las autonómicas. Los presidentes de Gobierno suelen ser reticentes a cambiar sus Gobiernos porque hacerlo supone reconocer un cierto error en los nombramientos. A esa razón implícita, Zapatero ha añadido otra, explícita, que tiene fundamento. La de que en momentos de zozobra, cambiar de colaboradores retrasa la toma de decisiones; al menos el tiempo necesario para que los nuevos se pongan al día. Esto puede remediarse en parte recurriendo a personal técnico con experiencia para los segundos niveles. Y en todo caso la remodelación sería también la ocasión para reforzar una coherencia entre los ministros que en los últimos meses brilla por su ausencia. EL PAÍS. 4-9-2010