No, lo de la foto de abajo no es un lazo amarillo en Cataluña, es una esvástica nazi. ¿Se parecen, verdad?
En 1992, un joven reconoció la figura de una esvástica o cruz gamada en un denso pinar de Brandemburgo, en Alemania. Estupefacto, mostró esta foto a su jefe y le preguntó si él también la veía. El inconfundible símbolo nazi medía 60 metros de largo por 60 de ancho. El jefe alquiló una avioneta para sobrevolar la zona y vio la esvástica con sus propios ojos. Eran 100 alerces de un amarillo intenso entre pinos de verde profundo.
La esvástica o cruz gamada es un símbolo ancestral. En la arcaica lengua del sánscrito, la esvástica significa «bienestar». El símbolo ha sido utilizado en el hinduismo, budismo y jainismo. Más recientemente, fue utilizado por el ejército de EEUU en la I Guerra Mundial y por multinacionales como Coca-Cola y Carlsberg. Hasta que los nazis se apropiaron de ella y la monopolizaron, convirtiéndola en un icono odioso, símbolo del mal. Con ella pintaban sus dominios, marcando territorio como fieras salvajes. Si te tropezabas con una esvástica en una pared sabías que en ese barrio imperaba la ley del totalitarismo fascista. Y si eras gitano, moro, negro o judío, sabías que estabas en territorio enemigo y podías ser vejado y humillado en cualquier momento.
Algo parecido ha sucedido con el lacito amarillo con el que inicialmente independentistas y no independentistas protestaban por el encarcelamiento de líderes sociales catalanes. Con anterioridad, el lazo amarillo había tenido distintos significados según los países en los que se venía usando. En España era un símbolo ecologista contra la contaminación acústica. Pero el 24 de noviembre de 2017, la Junta Electoral Central acordó, a instancia del PSC, impedir a los interventores, apoderados y miembros de las mesas electorales de las elecciones al Parlament de 2017 llevar lazos amarillos. Esta decisión desencadenó una agresiva campaña de apropiación de este símbolo y de usurpación descarada de los espacios públicos por parte de los independentistas del unilateralismo excluyente en Cataluña.
Igual que habían hecho unos años antes con la Diada del 11 de septiembre, fiesta de todos los catalanes convertida ahora en espacio exclusivo de los secesionistas, los artífices del frustrado “procés” decidieron inundar Cataluña con sus lazos amarillentos para “marcar territorio” como hacían los nazis. Lazos de plástico y esteladas separatistas empezaron a verse en los puentes y en las iglesias, en monumentos y en los árboles del bosque, en balcones, en mobiliario urbano y señales de tráfico, y hasta en el asfalto de calles y carreteras.
En Cataluña lo que inicialmente fue una inocente iniciativa reivindicativa se ha convertido por obra y gracia del supremacismo político excluyente en una abusiva apropiación o usurpación de los espacios públicos, que son de todos. Y esa apropiación es tan agresiva y abusiva que ofende. Ya no se pretende reivindicar algo sino molestar o asustar deliberadamente al contrario, y eso es un comportamiento fascista. Si no lo vives aquí puede parecer otra cosa. En realidad es solo una manifestación de odio. Así de miserable es la política independentista catalana. Tan miserable que cada vez se parece más a la de los nazis en Alemania.
En este contexto, no es extraño que haya surgido un movimiento de resistencia por toda Cataluña, cientos de grupos organizados, y a veces también personas de manera individual, que se dedican diariamente a retirar lazos y esteladas de los espacios públicos invadidos. Brigadas de limpieza se llaman.
Los independentistas del 3%, que, actuando como neo-nazis, habían tomado las calles catalanas con sus lazos y sus sogas amarillas buscando la provocación y la confrontación, están encontrando la horma de su zapato. En los últimos días los encontronazos han sido frecuentes. El otro día, en el Parque de la Ciutadella. un hombre increpó a una pobre señora que, junto a su marido y tres hijos pequeños, retiraba lazos amarillos: “Tú cállate, extranjera de mierda, vete a tu país y no vengas aquí a joder la marrana”. Ella le respondió: “Yo soy más española que tú”. El hombre le asestó entonces un puñetazo en la cara y ha seguido golpeándola cuando ella ya estaba en el suelo.
La mujer ingresó en un hospital. Los Mossos lograron dar alcance al agresor después de ser perseguido por el marido de la señora y otros viandantes. Pero solo le han identificado. Después han dejado libre al criminal, en el centro de Barcelona. Libre sin cargos, aunque el asunto se dirime ahora en los tribunales.
Al contrario que en la Alemania de Hitler, aquí los nacionalistas son minoritarios. Hegemonizan las instituciones, es verdad, tienen un presidente y un gobierno cuyas políticas no se diferencian de las del PP y el PSOE, de hecho aprobaron con ellos la reforma laboral, la Ley Mordaza, los recortes sociales y la reforma constitucional para introducir el artículo 135 que premia a los banqueros y las multinacionales y hace casi imposible rescatar a las personas cuando están en situación de precariedad extrema. Tienen a su servicio la TV3, verdadero órgano de propaganda supremacista, y casi todos los diarios, las revistas y las cadenas de radio de Cataluña a las que riegan con abundantes subvenciones. Pero no tienen la mayoría social. De hecho el partido más votado es contrario a la independencia y más del 50% de los catalanes también.
A nadie se le escapa que existe un peligro latente de estallido social. Y de balcanización de Cataluña. Una chispa, como la del otro día en la Ciutadella, podría llegar a incendiar la pradera. Sólo hace falta, como ocurrió en Grecia, un cadáver, de cualquiera de los dos bandos enfrentados, para que se lie parda. O un exceso policial, o un accidente aparatoso, o incluso un bulo. Los próximos días, con la también usurpada Diada del 11 de septiembre en el horizonte, pueden ser cruciales.
El presidente de la Generalitat no hace más que echar gasolina, Acaba de decir que “hay que atacar al Estado”. Los Mossos han empezado a identificar, para sancionarlos, a los que limpian las calles de las nuevas esvásticas amarillas, la propaganda excluyente de los lazos. Y el fiscal ha abierto “diligencias de investigación” contra los Mossos que identifican a los miembros de las brigadas de limpieza. Por su parte, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña ha reconocido que tanto poner como quitar lazos amarillos forma parte de la libertad de expresión consagrada en nuestra Carta Magna, por lo que de ninguna manera puede ser un hecho sancionable. El problema ahora, casi imposible de resolver, es cómo evitar llegar al cuerpo a cuerpo en las calles.
La sociedad catalana está fracturada por culpa del “procés” excluyente y unilateral. La gente cada vez más enfrentada, más crispada. El odio se ha convertido en una imparable bola de nieve que no para de crecer, como en los primeros tiempos de las camisas pardas nazis. Por un lado los llamados CDR movilizados para demostrar “quién manda aquí”, marcando territorio con sus esteladas y lazos. Por otro una ciudadanía antaño silenciosa cuya paciencia se ha empezado a desbordar y ya no aguanta imposiciones fascistas de aquellos que siempre tuvieron en un pedestal al mayor ladrón de Cataluña: Jordi Pujol. Crucemos los dedos y esperemos que el Gobierno de España y esa institución del Estado español llamada Generalitat pongan un poco de orden y sentido común.
Ya sé que es difícil confiar en nuestros gobernantes, que tantas veces nos han decepcionado. Toca pues estar alerta, organizarse y dar protagonismo a la ciudadanía para impedir que esa clase política catalana, que nunca estuvo a la altura de las circunstancias, nos lleve a una hecatombe social sin precedentes.
¿Qué hacer? Estar unidos. Desconfiar de todos aquellos que quieren enfrentar catalanes contra catalanes, trabajadores contra trabajadores, agiten la bandera que agiten. Sólo la unidad del pueblo llano es garantía de paz en estos tiempos convulsos.