Hagamos un experimento. Aborde a alguien por sorpresa. Pida que le nombre a un científico ¡rápido, rápido!. Seguramente le dirá azorado ¡Einstein!. Replique: -no, uno de la actualidad. Entonces, casi con toda certeza, su apurado interlocutor dirá un nombre. Y ese nombre será Stephen Hawking.
Un icono de nuestra época. Con su voz de computadora y su cuerpo cibernético, su mente sideral era capaz de abarcar las vastas distancias del Cosmos y los diminutos abismos subatómicos, las inmensas redes de supercúmulos galácticos y las singularidades en el tejido del espacio-tiempo. Y siempre, siempre, con una sonrisa en unos ojos brillantes, divertidos, locuaces. Inteligencia, curiosidad y humor, quizá esas sean las palabras que mejor le describan, junto a su luminosa bondad y amor a la Humanidad.
Stephen Hawking -físico teórico, astrofísico, cosmólogo y divulgador científico- era mucho más que el más célebre de las mentes de nuestro tiempo. No solo ha sido el más popular desde Einstein, sino su mejor discípulo, su más brillante continuador, el más audaz explorador de la física relativista.
La esclerosis lateral amiotrófica (ELA) agostó su cuerpo con solo 22 años, y le condenó a muerte. Solo dos años más de vida. Pero el motor de fusión nuclear que era su mente, junto a su tremenda vitalidad, lograron conmutar esa sentencia durante 54 años. «Aunque había una nube sobre mi futuro, encontré, para mi sorpresa, que disfrutaba más de la vida en el presente de lo que la había disfrutado nunca», dijo Hawking. «Mi objetivo es simple. Es un completo conocimiento del universo, por qué es como es y por qué existe».
Sus contribuciones al pensamiento de la Humanidad, a la Ciencia con Mayúsculas, escapan a las dimensiones terráqueas. A finales de los 60, junto a su colega Roger Penrose, desarrolló matemáticamente los teoremas en el marco de la relatividad general sobre la singularidad en el espacio-tiempo que hoy conocemos como agujeros negros (entonces cuerpos teóricos sobre los que no había consenso alguno sobre su existencia, ahora felizmente confirmados gracias a las ondas gravitacionales), demostrando que eran soluciones plausibles a las ecuaciones de Einstein y probablemente abundantes en el Cosmos.«La estrella de su pensamiento solo ha colapsado para convertirse en supernova. De su potente radiación y de sus fructiferos materiales la humanidad seguirá alimentándose por décadas y siglos, hasta el infinito y más allá. Gracias por su singularidad, profesor Hawking.»
El profesor Hawking nunca dejó de estudiar a estas aberraciones cósmicas, tan fascinantes como terribles. Hasta llegar a una sorprendente conclusión: que hasta los agujeros negros pueden morir. En 1974, calculó que los agujeros negros debían de crear y emitir térmicamente partículas subatómicas, lo que actualmente se conoce como radiación de Hawking, hasta que gastan su energía, evaporándose eventualmente. Años antes, junto a Brandon Carter, Werner Israel y D. Robinson había dado la razón a su colega John Wheeler, de que los agujeros negros «no tenían pelo», es decir, que su horizonte de sucesos era liso.
Frente a la idea del genio aislado en su pizarra teórica o en su torre de marfil, Stephen Hawking siempre se preocupó por popularizar la ciencia, por inspirar al gran público -como lo hizo su amigo, el gran Carl Sagan- el amor por la Física y el Universo, por abrir el apetito intelectual a todos los científicos del planeta. Su aparición en miles de conferencias, en incontables documentales, programas y series de televisión, -además de best-sellers de la divulgación científica como Breve historia del tiempo (1988) o Brevísima historia del tiempo (2005) que abarcan complejos temas de cosmología, entre otros el Big Bang, los agujeros negros, los conos de luz y la teoría de supercuerdas al lector no especializado en el tema- confirman su enorme voluntad de hacer accesible a los profanos el fruto más avanzado del saber científico.
No trabajaba solo, sino que constantemente intervenía en los debates científicos en el límite del conocimiento, compartiendo ideas e inspiraciones. Desarrolló en colaboración con James Hartle un modelo topológico en el que el universo no tenía fronteras en el espacio-tiempo. También colaboró ampliamente con científicos del CERN sobre la cosmología de los primeros instantes del universo. No hay campo de la física de frontera en el que Hawking no gozara del excitante elixir de la elaboración de una nueva teoría, de la comprobación o refutación de una hipótesis, de ganar o perder una apuesta intelectual (a las como buen británico era enormemente aficionado).
Hawking es una de las figuras no ya más respetadas, sino más queridas y amadas por la comunidad científica mundial. Su muerte, fruto de su larga enfermedad, deja un vacío en los corazones de los amantes de la Ciencia comparable con los agujeros negros que tanto abarcó.
Pero no, no es así. La estrella de su pensamiento solo ha colapsado para convertirse en supernova. De su potente radiación y de sus fructiferos materiales la humanidad seguirá alimentándose por décadas y siglos, hasta el infinito y más allá. Gracias por su singularidad, profesor Hawking.