Seco
Anda el Ejecutivo de Rajoy como loco intentando vender la recuperación económica, y los organismos internacionales, que no tienen que presentarse a las elecciones, le dan una de cal y otra de arena. Por una parte, les interesa recalcar los logros de la economía española, ya que ha sido una de las alumnas más aplicadas a la hora de llevar a la práctica sus mandados; pero, por otra, ven la necesidad de no apuntarse -por lo que pueda pasar- a esa versión tan triunfalista del Gobierno español y presentar algunos contrapuntos que les puedan servir además de excusa para continuar exigiendo reformas, de esas, de las suyas, de las que conducen claramente a incrementar las desigualdades.
Tanto el FMI como el BCE se han expresado esta semana con esta postura tan ambivalente. Así, Olivier Blanchard, economista jefe del FMI, mantiene que la recuperación en España no puede considerarse una historia de éxitos, lo que resulta bastante evidente para cualquiera que contemple la realidad de nuestro país con algo de objetividad y perspicacia, y a la pregunta de si España ha salido ya de la crisis contesta, de manera precavida, que depende de cómo se defina esta porque, para todo aquel que tenga un poco de sentido de la realidad, es difícil mantener que para dictaminar el final de la recesión se contemplen exclusivamente las tasas de crecimiento del PIB prescindiendo de un porcentaje tan elevado de desempleo, solo comparable con el de Grecia; y yo diría algo más, sin tener en cuenta que la deuda exterior (tanto pública como privada) alcanza niveles muy considerables.
Todo ello genera enormes interrogantes de cara al futuro, acerca incluso de la estabilidad del crecimiento económico. Es el propio FMI el que, si bien pronostica para el 2015 un incremento del PIB del 2,5 %, lo reduce al 2 % para 2016 y al 1,7 y 1,8% para 2017 y 2018, respectivamente. Conociendo el método de previsión de los organismos internacionales, lo único que parece casi seguro es que se va a producir una involución en las tasas de crecimiento de la que no está alejada la posibilidad de entrar en una nueva recesión. En el mejor de los pronósticos, nuestro país no recuperará hasta 2017 la renta nacional que tenía al principio de la crisis, pero eso de ninguna forma significa que retorne a la misma situación económica.
Como ya se ha señalado, los niveles de paro y de endeudamiento exterior continuarán siendo un lastre para la economía española, y la desigualdad generada a lo largo de estos años no solo no se va a reducir sino que con toda probabilidad se incrementará. La política deflacionista aplicada por el Gobierno, bajo la presión de las instituciones europeas y de los poderes fácticos de nuestro país, ha dañado fuertemente los salarios modificando aún más la distribución de la renta en contra de los trabajadores. Si en 2008 la ganancia media por hora trabajada era un 24,3 % inferior a la media de la UE, los últimos datos de Eurostat sitúan esta diferencia para el 2014 en el 27,3 %.
Ciertamente los salarios no han evolucionado de manera uniforme. Por paradójico que parezca, aquellos que han reclamado con más insistencia la política de reducción salarial son los que menos se han aplicado tales recetas. En 2015, los salarios medios de los ejecutivos de las empresas del IBEX multiplican setenta veces los salarios medios de sus empleados. Durante estos años las diferencias se han incrementado. Mientras las nóminas de los trabajadores se reducían en torno a un 4 %, las de los ejecutivos subían un 7 %. A pesar de la opacidad que rodea el blindaje de los contratos de alta dirección, se sabe que el 88 % de las empresas del IBEX admiten su existencia y, según sostienen algunos informes, se han multiplicado por cuatro durante la recesión.
Especial significación presenta el comportamiento del BCE. Su presidente Mario Draghi, tras reconocer los incuestionables progresos -según él- de la economía española, recomienda la aprobación de una nueva reforma laboral (como se ve son insaciables) con el objetivo de reducir la cifra de paro y de eliminar la dualidad del mercado de trabajo, dualidad que, conviene recordarlo, ha sido originada precisamente por las reformas laborales anteriores, instrumentadas desde los años ochenta bajo los mismos principios que las actuales. Por lo visto, a la hora de desmantelar el mercado laboral, el único recurso que le queda ya al señor Draghi es el contrato único, con lo que viene a coincidir con Ciudadanos. Quizás por eso el señor Garicano era tan amante del rescate.
Al presidente y a los restantes miembros del BCE parece no preocuparles otra dualidad, la de la política salarial que recomiendan con respecto a la que se aplican a sí mismos. Las diferencias en valores absolutos son ya astronómicas. En 2014, Mario Draghi, el vicepresidente y el resto de los consejeros ejecutivos del BCE percibieron 379.608 euros, 325.392euros y 271.270 euros, respectivamente. Como se puede apreciar, son sueldos cercanos a los 400 o 500 euros mensuales que cobran muchos trabajadores en España, Portugal o Grecia y a los que el instituto emisor pretende que se les continúen reduciendo las retribuciones. Tampoco se encuentra dentro de sus hábitos lo de predicar con el ejemplo. Si los salarios de la mayoría de los trabajadores se han reducido en Europa sustancialmente desde que comenzó la crisis, el sueldo del presidente del BCE ha crecido un 10 %.