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La deflación puede obligar a Alemania a ceder

El atentado contra Charlie Hebdo ha tenido un eco tan impresionante en la prensa occidental, casi tanto como el que produjo el de las Torres Gemelas, que ha hecho pasar desapercibida otra noticia internacional de enorme relieve que se produjo también el miércoles. La de que la deflación en la UE es ya un hecho, o cuando menos un dato oficial incontrovertible: los precios cayeron un 0,2% en el mes de diciembre. Y aunque por el momento en segundo plano, tal confirmación de un peligro que se temía desde hace meses, ya ha empezado a agitar seriamente el debate de lo que tendrían que hacer las autoridades europeas para hacer frente a una situación que de consolidarse en el tiempo podría agravar seriamente la crisis económica que padece Europa y, lo que es peor, hacer imposible su solución incluso a largo plazo.

La primera advertencia en el sentido de que algo, o mucho, tiene que cambiar en la política europea ha procedido del poderoso banco central norteamericano, la FED, que en su último informe, que los periódicos estadounidenses reseñaban este jueves, ha advertido de que los problemas europeos –unidos a los que sufren Japón y China, que crecen bastante menos de lo deseado- pueden poner en peligro la fuerte recuperación que está registrando la economía norteamericana.

Porque en ese análisis, y en otros que se han publicado hoy y en días anteriores en la prensa de nuestro continente, se concluye que ciertamente la deflación está causada por la súbita y drástica caída que han sufrido los precios del petróleo, pero que también se debe a la debilidad de la demanda que Europa registra ya desde hace bastante tiempo y que es una consecuencia directa de la política de austeridad impuesta por Bruselas, a instancias de Alemania.

En los manuales de economía la deflación figura como algo bastante más temible que la inflación. Porque los gobernantes tienen a su disposición instrumentos para hacer frente a la segunda, al menos en teoría, mientras que si la primera termina por instalarse se convierte en un proceso que se alimenta a sí mismo sin solución de continuidad. El ejemplo de Japón, que ha salido hace poco de una deflación que ha durado dos décadas, se cita con frecuencia para ilustrar ese riesgo.

Potenciar la demanda, pública y privada, de consumo y de inversión, empieza a aparecer como una necesidad cada vez más insoslayable. Ahora ya lo dicen sin tapujos periódicos firmemente vinculados a los intereses del gran capital. De Inglaterra, Francia, Italia o Bélgica. Lo piden los gobiernos de París y de Roma. Y hasta muchos de los grandes inversores en las bolsas. O cuando menos eso podría deducirse de que las cotizaciones suben cuando se rumorea, como ha ocurrido este jueves, que el Banco Central Europeo, rompiendo la resistencia alemana, anunciará tras su reunión del próximo 22 de enero que inyectará cantidades masivas de dinero en el mercado mediante la compra de deuda pública de los estados.

Berlín sigue en silencio, lo cual es una manera de decir que no quiere modificar un ápice su férrea defensa de la política de austeridad. La prensa alemana le apoya en esa postura. Pero es cada vez más posible que esa actitud se modifique en el futuro. La actitud que muestre la UE ante una Grecia gobernada por Siriza debería ser el primer indicador de las posibilidades de ese cambio. Pero el asunto va mucho más allá de los problemas que plantea el país heleno. La advertencia de la FED así lo indica. Y no es una voz que clama aislada en el desierto. ¿Es ilusorio pensar que Alemania va a ceder a las presiones? No necesariamente. Entre otras cosas, porque hay muchas maneras de dar ese giro, que es fundamental para que vuelva a haber esperanza para la economía europea.