«Y esa crítica política se hace ahora más necesaria en tanto que el Monarca ha descendido, precisamente, a las arenas de la política, con el impulso de un pacto que genera incertidumbre por su carácter genérico e indefinido y ofrece dudas razonables en torno a su oportunidad y viabilidad. La misma polémica que están provocando los movimientos del Rey da indicio de una estrategia mal planteada desde el principio»
Por lamentable que resulte, la buena rensa que la Corona pueda eventualmente conseguir en la izquierda, no garantiza ni el apoyo mediático y político de esa misma izquierda encantada de disponer del Rey a su antojo, ni merma el creciente desapego de la derecha hacia el monarca. Y esto es muy grave. (LA GACETA) EL CONFIDECIAL.- Pese a los esfuerzos del Gobierno -y de la propia Casa Real- por darle un barniz de normalidad a las intensas gestiones del Rey para impulsar un pacto de Estado entre las principales fuerzas políticas, el malestar en las filas del PP es más que palpable. Las fuentes de Génova consultadas consideran que la sucesión de acontecimientos de la semana pasada, con epicentro en La Zarzuela, "no puede ser casual". Y sospechan que Zapatero, acorralado por la crisis económica y los sondeos de opinión, trata de buscar una vía de escape en la Corona para forzar al PP a rechazar un pacto en el que no cree, haciéndole aparecer ante la opinión pública como un partido que carece de visión de Estado para salvar una situación de emergencia nacional y al que únicamente obsesiona recuperar el poder. EL PAÍS.- Hoy se inicia otra semana decisiva para la economía española y, más en general, para la europea. Los datos provisionales aportados por Eurostat el pasado viernes sobre el más que limitado crecimiento del PIB continental no permiten ninguna alegría: es pronto para decir que se ha superado la crisis de crecimiento. Entre las sorpresas mayores, el estancamiento de Alemania en un extremo, y la mayor caída griega, en el contrario. Editorial. La Gaceta La Corona debe cuidarse Los pactos que está pidiendo el Rey entran dentro de sus funciones constitucionales, por lo que el Monarca cuenta con legitimidad y un margen de discrecionalidad a la hora de “moderar el funcionamiento regular de las instituciones”, según afirma la propia Carta Magna. Quede claro, por tanto, que el Rey puede hablar y puede reunirse, e incluso debe hacerlo, en el marco del cumplimiento de sus obligaciones y de su solicitud por la nación. Sin embargo, si no se puede discutir la habilitación legal, y si el Monarca cuenta con un aval de confianza previa, sus actuaciones sí son susceptibles de rigurosa crítica política. Y esa crítica política se hace ahora más necesaria en tanto que el Monarca ha descendido, precisamente, a las arenas de la política, con el impulso de un pacto que genera incertidumbre por su carácter genérico e indefinido y ofrece dudas razonables en torno a su oportunidad y viabilidad. La misma polémica que están provocando los movimientos del Rey da indicio de una estrategia mal planteada desde el principio. La sobreexposición mediática del papel político del Rey se agrava con la percepción que, en estos momentos, comparten muchos españoles: la cesión de Don Juan Carlos de su requerida neutralidad y su consiguiente confort con el actual Gobierno de izquierdas. Quizá esta querencia tenga voluntad táctica y pragmática, pero no por eso es menos evidente, ni deja de ser una recaída en una recurrente tentación de su reinado. Y lo malo es que, evaluado en esos mismos términos de pragmatismo y táctica, la comodidad del Rey con la izquierda no se puede explicar como un intento de mejora de su imagen, sino como la voluntad de asegurar su posición institucional contando con el respaldo de un Gobierno que, precisamente por su condición de izquierdas, siempre hace pender sobre los hombros del Rey la amenaza de su falta de adhesión. Así se pudo ver cuando el Gobierno quiso utilizar al monarca en el caso Haidar, para tapar sus vergüenzas: como siempre, el chantaje de la izquierda estaba implícito. Que exista esa amenaza de la izquierda no debe implicar que el Rey se someta a ella. La Corona debe cuidar mucho sus compañías. Si el monarca ha de llevarse con Gobiernos de izquierdas y de derechas, cabe señalar que, en tiempos anteriores a los del actual jefe de la Casa del Rey, Alberto Aza, concretamente en los del añorado Sabino Fernández-Campo, la ecuanimidad se mantuvo en todo momento. Ciertamente, Don Juan Carlos ha tenido cuidado de no repetir el mal precedente histórico que sentó Alfonso XIII en su viraje a la derecha, pero el actual monarca hace mal en proyectar su holgura hacia la izquierda: en primer lugar, porque el apoyo social de la derecha es, con justicia, crecientemente exigente y crítico y, en segundo lugar, porque, una vez que el Rey deja de estar por encima de la vida partidista, deja también, de modo automático, de ser el Rey de todos los españoles, cuestión aún más dolorosa para una derecha que ve menospreciado su tradicional respaldo al Monarca. Si los españoles han sido históricamente críticos con que sus reyes se metan en política, Don Juan Carlos debería, más que nunca, ceñirse a “esa esclavitud precisa que trae consigo la Corona” a la que aludía Felipe II, y hacer visible, como mínimo, su imparcialidad. Esa distancia es la que se ha echado en falta cuando el Rey ha caído en los clichés del zapaterismo en sus discursos o, más singularmente, cuando, con su actitud, parece no reconocer que la crisis de España no es sólo económica sino moral, política e institucional. Por lamentable que resulte, la buena prensa que la Corona pueda eventualmente conseguir en la izquierda, no garantiza ni el apoyo mediático y político de esa misma izquierda encantada de disponer del Rey a su antojo, ni merma el creciente desapego de la derecha hacia el monarca. Y esto es muy grave. LA GACETA. 14-2-2010 Opinión. El Confidencial El PP llamó al Rey para expresarle su enfado por marginar a Rajoy del pacto anticrisis J. L. Lobo El enfado del PP con el Rey por haber marginado a Mariano Rajoy del pacto anticrisis auspiciado por el monarca es mayúsculo. Y así se lo hizo saber el pasado viernes un alto cargo de la dirección del partido al jefe de la Casa Real, Alberto Aza, pocas horas después de que Don Juan Carlos recibiese en el palacio de La Zarzuela a los líderes de UGT, Cándido Méndez, y de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, para expresarles su preocupación por las "graves consecuencias de la crisis económica". Aza se comprometió con su interlocutor a que el Rey convocaría a Rajoy de inmediato para informarle de sus gestiones, pero anoche esa llamada aún no se había producido, según las fuentes del PP consultadas por El Confidencial. Pese a los esfuerzos del Gobierno -y de la propia Casa Real- por darle un barniz de normalidad a las intensas gestiones del Rey para impulsar un pacto de Estado entre las principales fuerzas políticas, el malestar en las filas del PP es más que palpable. Las fuentes de Génova consultadas consideran que la sucesión de acontecimientos de la semana pasada, con epicentro en La Zarzuela, "no puede ser casual". Y sospechan que Don Juan Carlos no ha actuado por propia iniciativa, sino a instancias de un José Luis Rodríguez Zapateroque, acorralado por la crisis económica y los sondeos de opinión, trata de buscar una vía de escape en la Corona para forzar al PP a rechazar un pacto en el que no cree, haciéndole aparecer ante la opinión pública como un partido que carece de visión de Estado para salvar una situación de emergencia nacional y al que únicamente obsesiona recuperar el poder. El pasado martes el Rey se entrevistó en La Zarzuela con José Luis Rodríguez Zapatero; y aunque nada ha trascendido oficialmente de lo tratado en ese encuentro, diversas fuentes coinciden en señalar que el presidente del Gobierno pidió al monarca que, en su papel de árbitro de la Constitución, abanderase un gran pacto de Estado para reflotar la economía. De ser cierta esa extendida versión, Don Juan Carlos tardó menos de 48 horas en satisfacer los deseos de Zapatero: el jueves por la mañana, durante la ceremonia de entrega de unos premios de investigación, y en presencia de la ministra de Ciencia e Innovación, Cristina Garmendia, afirmó solemnemente que "es hora de grandes esfuerzos y amplios acuerdos para superar juntos cuanto antes" la recesión. El mismo jueves, pocas horas después de que el Rey pronunciase ese discurso, el portavoz del PSOE en el Congreso, José Antonio Alonso, anunciaba la apertura de una ronda de contactos con todos los grupos parlamentarios para explorar las posibilidades de sellar el pacto auspiciado por el monarca, al tiempo que destacados dirigentes socialistas reprochaban ya al PP su desinterés por el consenso. Ese mismo día, por la tarde, Don Juan Carlos recibía a la vicepresidenta económica, Elena Salgado, que agradeció la implicación del monarca. Y el viernes eran Méndez y Fernández Toxo quienes visitaban La Zarzuela. El ‘abrazo del oso’ Para entonces, el enojo y la indignación del PP eran ya difíciles de ocultar. Ni Rajoy ni ningún otro miembro de la dirección del partido habían sido previamente informados de las gestiones del Rey, y en la sede de la calle Génova se había extendido ya la sospecha de que el monarca había sido utilizado por Zapatero como un instrumento de su estrategia política, bien para aislar al PP -si rechazaba sumarse al pacto- bien para dar a Rajoy el abrazo del oso -si lo apoyaba-, pues en este caso dejaría a los populares sin su principal arma de oposición: los estragos de la crisis económica. A media mañana, Rajoy autorizó a uno de sus hombres de confianza -estrecho colaborador del líder del PP y miembro de su Ejecutiva- a trasladar a La Zarzuela el malestar de la dirección de Génova por haber mantenido al principal partido de la oposición al margen de las gestiones del monarca. El delfín de Rajoy habló telefónicamente con el jefe de la Casa Real, y éste trató de enfriar el enfado de su interlocutor argumentando que los contactos mantenidos la semana pasada por Don Juan Carlos formaban parte de su agenda habitual de trabajo. Aza aseguró que el Rey llamaría de inmediato a Rajoy para abordar también con él en La Zarzuela su posible apoyo al pacto anticrisis, pero las fuentes consultadas aseguran que, al menos hasta anoche, esa llamada aún no se había registrado. Según fuentes de Génova, ese eventual encuentro entre el monarca y Rajoy difícilmente podría producirse esta semana. El Rey emprenderá mañana viaje a Estados Unidos para una visita oficial de dos días, que tendrá su punto culminante el próximo miércoles, cuando Don Juan Carlos será recibido en la Casa Blanca por el presidente Barak Obama. Y el líder del PP trabaja intensamente en la preparación del debate que, sobre la crisis y sus efectos, le enfrentará a Zapatero ese mismo día en el Congreso, y que se anuncia a cara de perro. EL CONFIDENCIAL. 15-2-2010 Opinión. El Periódico Vuelve la transición Albert Ollés La transición se ha convertido en un referente político en Madrid. El espíritu de reconociliación que hizo posible la Constitución de 1978 ha sido invocado hasta la saciedad en el conflicto que mantiene el Tribunal Constitucional en su deliberación sobre el Estatut. La difícil situación que vive el país a causa de la crisis y los problemas de Zapatero para gestionar la situación, ante el clamor unánime de la sociedad civil y los agentes sociales, lo han llevado a ser comparado con la última etapa de Adolfo Suárez. El pacto de Estado que algunos reclaman bebe sus fuentes en los Pactos de la Moncloa e incluso el Rey ha entrado en escena. El broche lo han puesto los sindicatos con la fecha en la que se manifestarán contra la reforma de las pensiones: 23-F. EL PERIÓDICO. 15-2-2010 Opinión. El País Otra semana de pasión Joaquín Estefanía Hoy se inicia otra semana decisiva para la economía española y, más en general, para la europea. Los datos provisionales aportados por Eurostat el pasado viernes sobre el más que limitado crecimiento del PIB continental no permiten ninguna alegría: es pronto para decir que se ha superado la crisis de crecimiento. Entre las sorpresas mayores, el estancamiento de Alemania en un extremo, y la mayor caída griega, en el contrario. Con esos porcentajes anémicos del PIB será imposible crear empleo, principal preocupación ciudadana. Así pues, la semana comienza como la anterior, con la mirada puesta en la evolución de los mercados, en las reuniones de Bruselas para concretar el plan de salvación de la economía griega, y en el pleno del Congreso de los Diputados español donde Zapatero deberá actualizar, una vez más, el diagnóstico y la evolución de la coyuntura española y la política económica para enmendarla. Puede ser un calvario para él si no ajusta ese diagnóstico. El problema del mismo no es sólo de comunicación, como equivocadamente se argumenta, sino de prioridades. El secretario de Estado de Economía, José Manuel Campa, asegura un día en el road show con los inversores europeos que si la economía española tiene que ampliar el ajuste reduciendo el gasto, lo hará, y al siguiente, Zapatero anuncia a los diputados y senadores socialistas que aumentará el gasto de la ayuda a los parados que se quedan sin seguro de desempleo. Lo cual es justo, pero contradictorio con lo anterior. Las publicaciones liberales británicas, tan críticas con el Gobierno español, se añaden a la doctrina keynesiana del director gerente del FMI de que es pronto para retirar los paquetes de estímulo con un desempleo de casi el 20% de la población activa, pero España, que cuenta con un déficit fiscal oficial del 11,4%, ha sido uno de los primeros países en volver a la ortodoxia y anunciar que las reduce. Paradojas. Zapatero deberá aclarar el dilema en el Congreso: ¿cuál es la prioridad, el paro o el déficit?, ¿qué combinación de políticas, que no resulten demasiado contradictorias, serán las dominantes? El debate es central: con estas tasas de paro no podrá acudir a las elecciones generales con garantía alguna de ganarlas, pero con la desconfianza de los mercados y la consiguiente dificultad creciente de financiar la deuda pública es posible que no llegue a esas elecciones, dentro de dos años, en condiciones de normalidad. Hay otro aspecto que no se subraya en estos momentos de dificultad: la falta de elasticidad del déficit público, a la hora de bajarlo. Reducir en sólo tres años el déficit desde los dos dígitos actuales hasta el 3% máximo que implica cumplir el Pacto de Estabilidad y Crecimiento europeo, es una tarea hercúlea llena de precipicios sociales. El propio Keynes, que inventó la expansión de la demanda a través del dinero público, para sustituir a la inversión privada cuando ésta se detiene, advirtió que la autopista del déficit funciona a distintas velocidades: aumenta con mucha rapidez y disminuye con gran lentitud, por la acción de los intereses creados y la permanencia de necesidades sociales. Las movilizaciones en Grecia contra los enormes sacrificios que se exigen a sus ciudadanos preanuncian las que se pueden producir en un país como España, en el que la paz social dentro de la crisis es uno de los principales activos que puede presentar el Gobierno. Tiene razón Sami Naïr (…) cuando exige una flexibilización de los criterios de convergencia (3% del PIB de déficit, 60% de deuda pública y una inflación máxima del 1,5%) que permita a los países afectados jugar con los déficit públicos y el endeudamiento, dentro de un marco definido por Bruselas, y por un periodo determinado. Esta flexibilidad fue de hecho concedida a Francia y Alemania en marzo de 2005 a título excepcional y temporal para que emprendieran reformas escalonadas en el tiempo. Ello "debería convertirse en un derecho mientras no se haya alcanzado un cierto grado de convergencia entre las economías implicadas en el euro". "La solidaridad europea tendría así un contenido real". No vaya a ser que quienes se opongan a esta flexibilidad sean los mismos que no tuvieron en cuenta ninguna regla cuando hubo que ayudar al sistema financiero con todo tipo de muletas, y esto se convierta en un infierno. EL PAÍS. 15-2-2010