Hoy muchos revolucionarios se plantean como seguir defendiendo hoy un proyecto de transformación del mundo.
Pero ante ellos se presentan como alternativas líneas que, no es que sean diferentes, sino que representan posiciones antagónicas.
El marxismo afirma que es imposible satisfacer de verdad las demandas fundamentales de la mayoría bajo el actual dominio de clase de las principales burguesías. Es necesario arrebatarles el poder para que la sociedad pueda organizarse al servicio de la mayoría de explotados y oprimidos.
Por el contrario, el post marxismo, que hoy es la principal referencia entre muchos sectores de la izquierda, nos presenta las ideas de “libertad” y “democracia” como un campo en el que coinciden burguesía y proletariado. Por eso hace arrancar el socialismo… de la revolución francesa, ofreciendo como alternativa la “radicalización de la democracia”.
Esté es un punto en el que todos los revolucionarios debemos aclararnos si de verdad queremos aspirar a una transformación social del mundo.
¿Debe el proletariado derrocar el poder de clase de la burguesía, impuesto a través de su Estado? ¿O se puede reformar el Estado burgués para integrar en él las demandas de la mayoría?
La piedra de toque
El marxismo defiende en primer lugar unos objetivos revolucionarios, la conquista de un mundo sin explotación, sin clases. Para lo que es necesario en primer lugar derrocar el dominio de clase de la burguesía. Porque, como el propio Marx plantea tajantemente en el Manifiesto Comunista “la sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesía se ha hecho incompatible con la sociedad”.
El antagonismo entre la burguesía y el proletariado es irreconciliable. La burguesía quiere aumentar sus ganancias incrementando la explotación, y el proletariado quiere liberarse de esa “esclavitud asalariada”. No hay posible consenso ni pacto entre ambos, y el conflicto solo puede resolverse de forma favorable al proletariado con la revolución, la “elevación del proletariado a clase dominante”.
Es desde aquí que Marx establece la necesidad de la Dictadura del Proletariado como tesis cientifica. Lo hace con claridad en una carta a Joseph Weydemeyer, uno de los dirigentes de la Liga de los Comunistas: “Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases…”.
La conquista de la democracia para la inmensa mayoría -que Marx anuncia en el Manifiesto Comunista- exige la Dictadura del Proletariado. Porque el Estado es el aparato de dominación de una clase sobre otra. Y siempre es al mismo tiempo una democracia, para la clase dominante, y una dictadura, para la clase dominada.
Para avanzar hacia el comunismo, una sociedad sin explotación y opresión, que interesa al 90% de la humanidad, el proletariado solo tiene un camino: destruir el poder de clase de la burguesía, construir un Estado propio, e imponer una severa dictadura contra una burguesía cuya única condición de existencia es explotar y saquear a la humanidad.
Por eso Lenin, siguiendo a Marx, planteará en “El Estado y la revolución” que “quien reconoce solamente la lucha de clases no es aún marxista, puede mantenerse todavía dentro del marco del pensamiento burgués y de la política burguesa (…) Solo es marxista quien hace extensivo el reconocimiento de la lucha de clases al reconocimiento de la dictadura del proletariado. En ello estriba la más profunda diferencia entre un marxista un pequeño (o gran) burgués ordinario. Esta es la piedra de toque”.
Lo que no es marxismo
Cuando el post marxismo sitúa como horizonte último de una nueva izquierda la “radicalización de la democracia” está proponiendo la completa renuncia a los objetivos revolucionarios, a tomar el poder y construir un Estado propio para acabar con la explotación capitalista.
Para ello debe difundir una concepción que elimina el antagonismo entre burguesía y proletariado, afirmando que el socialismo nace de ampliar las reivindicaciones de las revoluciones burguesas.
Encuadrando a sectores de la izquierda en las alternativas más reformistas, donde el dominio de clase de la burguesía no solo no se presenta como antagónico, sino que se afirma que radicalizándolo puede satisfacer los intereses de los excluidos.
Si hoy queremos plantearnos una alternativa que defienda de verdad cambiar el mundo de base, frente a la ofensiva que defiende que “las utopías revolucionarias forman parte del pasado” debemos abordar este debate clave.
Esto es lo que vamos a seguir haciendo en las Escuelas de Marxismo que continuarán celebrándose a lo largo de 2017, y a las que invitamos a todos los luchadores y revolucionarios que se plantean un proyecto de transformación social del mundo.