Hablar del Brexit es hablar de incertidumbres, de desasosiego y de dolor de cabeza. Sobre todo para Theresa May, la primera ministra conservadora que durante el referéndum del Brexit abogó con arrojo por la permanencia, y que ahora tiene que gestionar la salida de Reino Unido de la UE, con un Parlamento recorrido por múltiples fallas. Tras superar una moción de censura, May intenta salvar los muebles de aspectos concretos del trato al que llegó con Bruselas. Al mismo tiempo, ante la posibilidad de un Brexit sin acuerdo, la Unión Europea advierten a sus capitales de que no lleguen a acuerdos bilaterales con Londres.
La situación del Brexit puede resumirse así: en los últimos capítulos de este culebrón, Theresa May cosechó en el Parlamento una estruendosa derrota en su intento de aprobar el acuerdo alcanzado con Bruselas, una derrota propiciada en parte por los miembros de su propio partido partidarios de un «Brexit duro». Luego, Theresa May salió ilesa de una moción de censura presentada sin mucho convencimiento por los laboristas. Ahora, la primera ministra intenta presentar un «plan B», rescatando del acuerdo tirado a la basura aspectos puntuales para ver si los puede aprobar el Parlamento.
El asunto del Brexit son varios dilemas entrecruzados. Primero, está que Reino Unido está muy poco unido en torno a la salida o a la permanencia de la UE. Los urbanitas son mayoritariamente «remain» (permanecer), los del campo son «pro-leave» (irse). En Inglaterra y Gales ganan los partidarios del Brexit, justo al contrario que en Escocia o el Ulster.
Tenemos también que en cada partido hay partidarios de una y otra solución. Entre los tories (conservadores, el partido gobernante) hay partidarios del Brexit negociado, del Brexit duro y sin acuerdo, pero también del Remain. Hasta en los laboristas, aunque mayoritariamente contrarios a la salida, hay diputados que apuestan por el Brexit.
Otra de las principales causas de tan británica cefalea es el espinoso asunto de la frontera con Irlanda, un tema que no apareció durante la campaña de 2016 y que ahora emerge dominando todas las tertulias políticas británicas.
May tiene varias opciones, pero todas parecen callejones sin salida con inciertas posibilidades de éxito. Está intentando un «plan B», y puede lanzar un C o un D, pero cada letra será más complicada y agónica. Puede intentar unas elecciones generales, algo que suena muy bien a los laboristas, pero no tanto a los tories. Y puede optar por un segundo referéndum, pero solo 4. si el gobierno presenta importantes cambios legislativos que reciban el apoyo mayoritario de los Comunes. Esta última opción gana adeptos entre los llamados BOB (Bored of Brexit, aburridos del Brexit).
Y luego está la carta más amarga de todas. La del Brexit sin acuerdo. Parece poco probable y cada vez hay más partes interesadas -en Londres y en la UE- en que eso no ocurra, pero al otro lado del Atlántico, Donald Trump agita las aguas para hacer naufragar los acuerdos.
Por si acaso, la Comisión Europea ha insistido mucho en que los países y las empresas deben prepararse para el peor de los escenarios. Bruselas se está esforzando en advertir a las oligarquías con muchos intereses en Reino Unido -por ejemplo a España o a Francia- que no ofrezcan planes de contingencia demasiado generosos a Londres. Los acuerdos, dice la Comisión «no pueden y no deben reproducir los beneficios de la membresía (de la UE), el acuerdo de salida o sustituir la falta de preparación de las empresas”.
El «Brexit duro», si es que llega, no debe salirle gratis a Londres, dicen los centros de poder la UE. Debe de ser doloroso. Más doloroso aún que esta inmenso ‘headache’.