Está a punto de cumplirse el plazo acordado para que se produzca la salida del Reino Unido de la UE (el 28 de marzo), pero aún nadie sabe a ciencia cierta lo que va a ocurrir. El clima que reina tanto en Bruselas como, sobre todo, en Londres es el de absoluta incertidumbre. La larguísima, intensa y compleja partida de ajedrez que se inició hace dos años, cuando sorpresivamente los partidarios de la salida vencieron contra todo pronóstico a los partidarios de la continuidad, en un referéndum plagado de trampas, mentiras y engaños, aún está por decidirse. El tiempo se acaba y la solución no se despeja.
Tres son los movimientos de última hora que se han producido en el tablero, tras el estrepitoso fracaso de Theresa May en el Parlamento, cuando cosechó una derrota sin paliativos a su plan de salida pactado con la UE. El primero vino de las filas de la oposición. El líder laborista Corbyn, bajo la presión de sus bases, accedió a modificar su postura y aceptar la idea de que haya un segundo referéndum. Días pasados, algunos diputados laboristas, partidarios de esta opción, amenazaron con abandonar los escaños y aun las filas del partido. Idéntico movimiento se produjo en las filas conservadoras, donde un pequeño grupo de diputados europeístas abandonaron las filas del partido. Ante este desplazamiento de piezas, May volvió a la carga, en este caso presionando al ala más radical de su partido (los partidarios del brexit duro, o brexit sin acuerdo, un centenar de los 300 diputados conservadores en la Cámara de los Comunes), para que modifiquen su actitud, cesen de boicotear su acuerdo y pasen a apoyarlo como la única opción viable para que se produzca el brexit. Fiel a su estilo, May vuelve a la carga con otro chantaje, esta vez dirigido a los radicales de su partido: o aceptan y votan su acuerdo o no habrá brexit. Si quieren que el Reino Unido abandone la UE, tendrán que respaldar su plan.
Mientras tanto, el tiempo corre y los plazos aprietan. Tanto, que una de las hipótesis más barajadas en las últimas semanas es la de que el Reino Unido acabe pidiendo a la UE un aplazamiento de la fecha de salida. Una opción para la que se han barajado dos plazos muy distintos: uno, de apenas dos meses, y otro de hasta dos años. Estos aplazamientos tienen, no obstante, que vencer un obstáculo: si el Reino Unido continúa unos meses más en la UE, tendría que participar en las elecciones europeas del próximo mes de mayo, algo que hasta ahora nadie había previsto.
Lo cierto es que el nerviosismo cunde, y las presiones también. La City de Londres y los sectores económicos que más tendrían que perder con la salida de la UE han logrado ya que, al menos, el Parlamento británico respalde por mayoría que si hay brexit será con un acuerdo previo con la UE, que minimice los daños que podría causarles una ruptura abrupta y permita negociar después un acuerdo comercial que altere lo menos posible el statu quo actual. En definitiva, que la “recuperación” de la “soberanía” británica a la que aspiran los partidarios del brexit sea más en cuestiones como el control de la inmigración, el control de fronteras u otros temas identitarios, que en temas comerciales, financieros o aduaneros. Los vínculos económicos del Reino Unido con la UE (y viceversa) son de tal calibre que una ruptura brusca de los mismos podría causar un (improbable) seísmo económico tanto a uno como a otro lado del canal. Estamos hablando de una verdadera bomba de relojería, sobre la que nadie tendría un control preciso.
Y, sin embargo, esa es la opción que preconiza un tercio del Partido Conservador británico, con el respaldo declarado del pirómano de la Casa Blanca. Aunque tras sus sonoras dimisiones (como la del ministro de Exteriores, Boris Jonhson), este sector se ha quedado en absoluta minoría dentro del gobierno actual de Theresa May, aún conserva en el Parlamento una “minoría” de bloqueo, que impide a la primera ministra sacar adelante sus planes y bloquea deliberadamente el acuerdo con la UE. Para este sector, ha sido más importante hasta ahora impedir que haya una salida pactada y acordada con la UE que formular ningún plan alternativo. Se trata de intentar dañar por todos los medios a la UE, aunque el golpe se acabe convirtiendo en un boomerang que tarde o temprano se vuelva contra el propio Reino Unido. En esto coinciden plenamente con el discurso incendiario de Trump en contra de la UE, y en su estrategia de minar las instituciones europeas, cuestionar el liderazgo de Alemania, torpedear el nuevo pacto franco-alemán y disgregar Europa.
Apoyándose en los graves errores cometidos, sobre todo por Alemania, al imponer una salida a la crisis favorable en exclusiva a sus intereses, mediante el apoyo a una moneda fuerte que ha socavado las economías del sur (sobre todo la de Italia), y una política de austeridad y recortes, en aras de pagar la deuda externa, Trump y su troupe (en la que destacan los voceros del brexit inglés) están llamando a rebelarse contra la Unión y aspiran a dinamitar la UE y romperla en trozos, con la consabida estrategia del “divide y vencerás”, para, a continuación, promover acuerdos cada vez más leoninos con cada uno de los trozos, más aislados y desvalidos. Aunque en lo fundamental la UE y sus países integrantes han sido hasta ahora bastante leales y sumisos a las órdenes de Washington, lo cierto es que también han protegido sus intereses y puesto en valor muchos de sus recursos. La sola aparición del euro ya fue una bofetada al dólar, que, no lo olvidemos, es el principal instrumento del poder estadounidense en el mundo. La situación de crisis global del imperio que atraviesa EEUU y la rivalidad que encara con la emergencia de China obligan a Washington a ensayar una tras otras fórmulas para parar su declive y prolongar su hegemonía. Tras el fracaso de las líneas militarista de Bush y pactista de Obama, la llegada de Trump auspicia una nueva etapa, en la que Washington pretende construir un nuevo sistema de alianzas que le permita un mayor saqueo de sus aliados, con vistas a acumular un poder capaz de afrontar el combate con la nueva China y los países emergentes. Tras dinamitar el Mercosur en América y conseguir que sus aliados tomen el poder en los países más trascendentes de América Latina (Brasil y Argentina), y después de acabar asimismo con el acuerdo comercial de América del Norte, para firmar tratados separados con México y Canadá, Trump trata de extender ese modelo a Europa. Con el brexit ya consiguió un primer éxito, pues la salida del Reino Unido representa el abandono de la segunda potencia económica y la primera potencia militar de la UE. Pero, hasta el momento, no ha logrado que el ejemplo cunda y que otros países sigan el camino (aunque Italia ya está, en cierta forma, en el disparadero); incluso todavía no ha conseguido que se materialice el propio brexit.
Y es que aún son muy poderosos los sectores que en el Reino Unido se resisten a meter al país en una aventura tan incierta y peligrosa. La negociación de un acuerdo comercial en solitario con EEUU podría ser una verdadera debacle para la economía británica o, lo más probable, su conversión a medio plazo en una sucursal de EEUU: una “colonia USA” en Europa. Una alternativa que determinados sectores de la burguesía monopolista británica miran con auténtico horror. De ahí que las presiones sobre el Parlamento, sobre el gobierno, sobre Theresa May y sobre los partidos se recrudezcan conforme se acerca la fecha de salida. Para estos sectores solo caben dos caminos: o no salir y volver a la casilla de salida, por la vía de un segundo referéndum que revierta la decisión de abandonar la UE; o bien salir, pero de una forma acordada y pactada, que garantice la pervivencia de los lazos económicos y comerciales levantados durante los últimos decenios. Aceptarían la salida propuesta por May, pero siempre que después se llegara a un nuevo acuerdo comercial con Europa que deje, de facto, las cosas casi como están hoy en día, con los menores aranceles y la menor burocracia posible. El Reino Unido continuaría de alguna forma en Europa, aunque no estuviera en la UE. Como Noruega… o Suiza.
El caso es que a semanas, incluso a días, de la fecha en que por ahora concluye el plazo para la decisión final, nada es definitivo. La partida sigue, y la tensión aumenta. ¿Cederán los partidarios del brexit duro a la presión de May y acabarán aceptando su acuerdo con la UE, ante el temor de que se paralice o incluso se cuestione el brexit? ¿Tirará la toalla Theresa May ante su incapacidad para encontrar una solución? ¿Conseguirán los europeístas un segundo referéndum? ¿O asistiremos a un aplazamiento de la decisión, que alargue aún más una partida en la que no solo los británicos sino todos los europeos se juegan mucho?
El brexit, sin haberse materializado, ya influye de manera activa en la amenaza de una nueva recesión en Europa. Es, junto a la guerra comercial made in Trump y la desaceleración de China, uno de los tres factores que a día de hoy coadyuvan a promover una nueva crisis, cuando aún no han cicatrizado las graves heridas sociales de la anterior.
En este contexto, el brexit sigue siendo una bomba, que el tiempo puede hacer explotar o desactivar, pero que por el momento está encima de la mesa… con la mecha encendida y el tiempo corriendo…