Las temidas consecuencias del Brexit no han tardado en llamar a las puertas de la UE. Y no lo han hecho por el lado más previsible: las arduas negociaciones que esperan a Bruselas para llegar a un nuevo acuerdo comercial con un Johnson cada vez más errático y crecido. Sino por el lado del nuevo consenso interno que debe fraguarse en la UE tras la salida de Gran Bretaña. La elaboración de los nuevos presupuestos ya ha puesto en evidencia la falta de ese consenso y anuncia duras batallas, entre los intereses del núcleo duro (Francia y Alemania, con el respaldo de los países ricos) y los países del sur y el este de Europa, con España entre ellos.
La salida de Gran Bretaña de la UE no solo entraña el abandono de uno de sus miembros más relevantes, sino también la pérdida de importantes recursos, ya que Reino Unido era uno de los contribuyentes netos a las arcas comunitarias. Si la contribución británica global alcanzaba los 75.000 millones de euros (y la neta era favorable a la UE en más de 10.000 millones), no es difícil hacerse idea del socavón en las cuentas de la UE que ha dejado el portazo británico. Ni tampoco imaginar la guerra que va a suponer dilucidar quién tiene que asumir las consecuencias del inevitable tijeretazo comunitario.
La primera reunión para discutir sobre el nuevo presupuesto se saldó con un rotundo fracaso y dos posiciones radicalmente enfrentadas y difícilmente conciliables. Por un lado, los países ricos (con Holanda, Austria, Suecia y Dinamarca como arietes, y detrás de ellos, emboscados inicialmente, Alemania y Francia) abogaron por restringir el presupuesto, recortando partidas como los Fondos de Cohesión y la PAC, que benefician a los países más pobres.
Países Bajos, como punta de lanza del grupo, planteó que el nuevo presupuesto se limite al 1% de la Renta Nacional Bruta de la UE, muy por debajo del 1,11 que pedía inicialmente la Comisión Europea o del 1,30 que reclama el Parlamento. Eso supondría que los países del sur y del este perderían miles de millones de euros anuales, que van destinados a las regiones más pobres y a los agricultores. Por otro lado, los países ricos, y en consecuencia contribuyentes netos, han pedido asimismo que se les sigan devolviendo los “cheques” de compensación o descuento, que se instauraron a petición de Gran Bretaña, para “mitigar” el esfuerzo de los mayores contribuyentes.
En definitiva, los países ricos mantienen todos sus privilegios, y la “factura” del Brexit que la paguen los pobres.
Como era de esperar, los 17 países que forman el “Grupo de Cohesión” saltaron como un solo hombre ante la provocación. Con Pedro Sánchez al frente, los 17 países recordaron a sus socios ricos que su propuesta, amén de un intento de insistir en la nefasta línea de actuación que se siguió durante la crisis, en la que todos los recortes y sacrificios se echaron a las espaldas de los PIGS, iría en contra del espíritu de la UE (que siempre abogó por las políticas de cohesión y el apoyo a los países y sectores con más dificultades) y podría acabar provocando un cisma dentro de la UE de consecuencias imprevisibles.
Eliminar o restringir los fondos estructurales y de cohesión (que representan hoy más de 350.000 millones de euros), alterar la PAC de forma que perjudique a los agricultores, restar fondos para los Erasmus, acabar con políticas que benefician a los jóvenes y a los niños… es eliminar la solidaridad interna en la UE, fracturarla e inutilizarla. Además, como manifestó el presidente español, la propuesta “de los ricos” carece de toda ambición y no facilitará en absoluto que Europa pueda competir en la primera división de las grandes potencias mundiales.
“Políticas como la cohesión y la PAC fortalecen el mercado único y son muy cercanas a los ciudadanos. No podemos admitir que se consideren fracasadas. Es un profundo error. Políticas como la garantía juvenil, la garantía infantil, el Erasmus, quedan muy tocadas con la propuesta.
Además, se mantiene el sistema de cheques que beneficia a los más ricos. Ahora que el Reino Unido no está tendría que desaparecer. No ha habido ningún avance. No podernos darnos por satisfechos. Esperamos reunirnos con una propuesta más ambiciosa”, dijo Pedro Sánchez al final de una cumbre que fue un fracaso absoluto y solo sirvió para dar a conocer dos propuestas y dos proyectos de la UE radicalmente enfrentados.
Alemania y Francia, que comenzaron la reunión bastante emboscados, no tardaron en posicionarse detrás de la propuesta de los ricos, lo que anuncia una durísima batalla de difícil solución. Una batalla que, en primera instancia, es “por el dinero”, pero que en el fondo esconde no ya una lucha por el poder (este ya está dirimido y es muy claro), pero sí por la propia supervivencia de la UE y la posibilidad o no de avanzar hacia una mayor integración.
Hasta ahora Gran Bretaña cargaba siempre con el muerto de ser un freno y un obstáculo para avanzar más rápidamente en la unión, pero ya durante la crisis se puso en evidencia otra realidad: Alemania y sus satélites encontraron el modo de que los pobres pagaran los platos rotos de la situación, llevando a países como Grecia, Italia, Portugal y España a situaciones límite, obligándoles a recortes salvajes en educación, sanidad, pensiones, etc. para que con ese dinero pagaran sus deudas a la banca alemana y francesa.
De esa política se autocriticó recientemente Juncker, el anterior presidente de la Comisión europea. Sin embargo, parece que su sustituta, la alemana Von der Leyen, y el presidente del Consejo, el belga Charles Michel, no han aprendido nada del pasado, ni asumido esa autocrítica, sino que erre con erre parecen decididos a llevar a la UE a una confrontación interna total.
Veremos si en la próxima reunión hay acercamiento de posturas o choque de trenes.