Pulso en Siria entre EEUU y Rusia

La batalla de Aleppo

Todo apunta a un claro perdedor en esta partida: el hegemonismo norteamericano. Después de cinco años de sangrienta contienda, no sólo el régimen de Al Assad no parece que vaya a caer, sino que la influencia y el protagonismo de Rusia e Irán en la región se han multiplicado.

El curso de la guerra en Siria -que ha dado un brusco giro tras la ofensiva de Damasco y Moscú contra el bastión de los rebeldes proocidentales de Aleppo- se está transformando en un serio problema para el hegemonismo norteamericano. Tras una cruenta guerra de cinco años -con más de 260.000 ví­ctimas mortales y millones de refugiados- Washington no sólo no ha conseguido derribar al régimen de Bachar el Assad, sino que observa cómo Rusia e Irán multiplican su iniciativa y protagonismo en Oriente Medio, al mismo ritmo que la influencia norteamericana se resiente.

EEUU está perdiendo la guerra de Siria. Su proyecto -iniciado con las primaveras árabes de 2010, continuado con el derribo de Gadafi en Libia y proseguido con la guerra de Siria- de proceder a una remodelación completa de Oriente Medio y el Norte de África, demoliendo regímenes obsoletos u hostiles a su dominio, por otros gobiernos proocidentales, no sólo ha encallado, sino que se le ha vuelto en contra.

Para derribar a Bachar el Assad en Damasco -un régimen que desde la Guerra Fría se ha mostrado fieramente hostil a Washington- Washington tuvo que financiar, armar y hacer emerger casi de la nada a las distintas facciones de la oposición siria: desde los fanáticos islamistas del Estado Islámico (ISIS) hasta los “moderados y proocidentales” del Ejército Libre Sirio. «EEUU está perdiendo la guerra de Siria. Su proyecto -iniciado con las primaveras árabes de 2010, continuado con el derribo de Gadafi en Libia y proseguido con la guerra de Siria- no sólo ha encallado, sino que se le ha vuelto en contra»

Pero -incapacitados tras Irak de protagonizar una intervención terrestre con tropas norteamericanas- no han sido capaces de derribar a un régimen sólido, que cuenta con poderosos aliados en la escena internacional: Rusia, Irán o China. La guerra de Siria se ha enquistado, provocando cientos de miles de muertos y millones de refugiados.Es en este contexto, y tras el estallido de la guerra de Ucrania, en el que Rusia se ha volcado en la guerra de Siria, dando qun giro de 180º al curso de la contienda.

Si durante dos años el régimen de Damasco ha estado acorralado, manteniendo a duras penas el control de las principales urbes y vías de comunicación frente al avance imparable de un ISIS y del Ejército Libre, armados abierta o encubiertamente por Washington, la intervención del Kremlin con bombardeos aéreos sistemáticos contra los enemigos del gobierno ha cambiado por completo el curso del conflicto.

Rusia aplica en Siria una “política de hechos consumados” digna de su carácter como heredera de una potencia socialfascista. Sólo diez dias después de que Damasco firme un principio de alto el fuego con los rebeldes de Aleppo, una ofensiva aérea y por tierra -con el apoyo de milicias chíies y kurdas- en dos frentes ha puesto a las fuerzas gubernamentales a las puertas de tomar el bastión de los insurgentes proocidentales, de tomar Aleppo y cortar su línea de suministros avanzando hacia la frontera turca. En Siria, como en Ucrania, Moscú utiliza las treguas para apoderarse de objetivos estratégicos y presentarse de nuevo en la mesa de negociaciones con una situación de poder. En Aleppo se decide todo: aniquilar esa bolsa de resistencia puede decantar definitivamente la guerra del lado de Putin y el Assad.

El objetivo geoestratégico que busca el Kremlin es lanzar un órdago a la declinante superpotencia norteamericana. Un nuevo orden mundial multipolar está naciendo a marchas forzadas, y Rusia busca un papel preponderante en él, midiéndose de tú a tú con Washington, y lo hace de la mano de su potente brazo militar.

Los aliados norteamericanos -Arabia Saudí, Emiratos Árabes, Kuwait e incluso Turquía- han anunciado que se plantean intervenir militarmente con tropas terrestres, del lado de los rebeldes del Ejército Libre, pero no parece plausible que puedan o se atrevan a hacerlo. Sea o no creíble el peligro de una escalada internacional del conflicto fruto de una implicación directa árabe-otomana, el primer ministro ruso Dimitri Medvédev ya ha advertido -a EEUU- que “cualquier operación terrestre, por regla general, conduce a guerras permanentes” y que “los americanos deben considerar, tanto el presidente de Estados Unidos como nuestros aliados árabes, si quieren o no una guerra permanente”. Toda una advertencia: acepta mi papel en Oriente Medio -y en el nuevo orden mundial- o tendrás una guerra enquistada en la que puedes perder aún más influencia.

Todo apunta a un claro perdedor en esta partida: el hegemonismo norteamericano. Después de cinco años de sangrienta contienda, no sólo el régimen de Al Assad no parece que vaya a caer, sino que la influencia y el protagonismo de Rusia e Irán en la región se han multiplicado, en la misma medida que su papel como árbitro hegemonista en ese infierno de ‘todos contra todos’ está cuestionado.

Empantanado en Irak y en Afganistán, las primaveras árabes encalladas con el resultado egipcio, y fracasado el cerco a Irán, que el hegemonismo norteamericano sufra una derrota en Siria puede tener profundas consecuencias, al afectar a su influencia en una de las áreas geoestratégicamente más explosivas del mundo: Oriente Medio. Un más que probable revés que puede contribuir a acelerar su ya irreversible declive.