Del pasado 10 al 12 de Octubre, en la ciudad de Sao Paulo (Brasil), tuvo lugar el décimo encuentro de la Bienal Iberoamericana de Arquitectura y Urbanismo (BIAU). Se trata de una iniciativa del Gobierno de España y constituye una referencia fundamental para conocer la situación actual y prospectiva de la arquitectura y del urbanismo en la comunidad iberoamericana.
Las actividades básicas de la Bienal giran en torno al reconocimiento de trayectorias profesionales y de obras significativas de arquitectura: resaltar las mejores publicaciones del sector y premiar los trabajos de investigación más sobresalientes o las mejores ideas de arquitectos y estudiantes.
Entre los participantes, cabe señalar al premio Pritzker Paulo Mendes da Rocha, conocido por sus críticas al desastre de la arquitectura turística depredadora. Para Mendes la misión del arquitecto es precisamente corregir la “ruta del desastre”. Y para esto, es necesario ir al problema de fondo, del territorio, de la naturaleza, de la gestión del agua. En el fondo, de la calidad de las condiciones de habitabilidad del planeta, y de como crear ciudades brillantes y ejemplares en su actividad y su vida cotidiana.
El X encuentro de la BIAU se homenajeó al premiado en esta bienal Eduardo Souto de Moura con una frase del poeta Paul Valèry: «Un arquitecto es alguien que imagina lo que deseas pero con un poco más de exactitud que tú». Sin embargo, para desarrollar una arquitectura de verdad al servicio de la ciudadanía, es necesario escuchar y atender a sus demandas.
Las demandas de la gente y sus necesidades
Impulsar una arquitectura al servicio de las necesidades de la gente es el objetivo en el que se engloban numerosos nuevos proyectos y en el que sin duda, son expertos una buena representación de arquitectos iberoamericanos.
El último exponente es el premio Pritsker de este 2016, el chileno Alejandro Aravena, y que dirige a su vez de la Bienal de Venecia de este año.
Su fama comenzó con proyectos de vivienda social en su país, e incidiendo en esta línea, convocó en Venecia a 88 profesionales de todo el mundo para investigar el papel de la arquitectura en la batalla diaria por mejorar, de un modo efectivo, las condiciones de vida de las personas de todas las clases sociales. Entre los participantes de la Bienal destacan los paraguayos Solano Benítez y Gloria Cabral que demuestran la solidez de las construcciones en ladrillo de bajo coste, representando su compromiso hacia una arquitectura con la versatilidad necesaria para levantar buenos proyectos con pocos recursos. El colombiano Simón Vélez utilizando el bambú como materia prima y aprovechando sus características. También la chilena Cecilia Puga, con las que reivindica viejas tradiciones constructivas. Norman Foster ha presentado un modelo a escala 1:1 de su aeropuerto de drones en Ruanda hecho en 14 días y con el material de construcción tradicional, barro principalmente.
Y Aravena va más allá: «Nos gustaría entender qué herramientas de diseño se necesitan para subvertir las fuerzas que privilegian la ganancia individual sobre el beneficio colectivo, reduciendo el Nosotros (we) a un mero Yo(me)».
Toda una declaración de intenciones y un posicionamiento ante cómo se ha entendido la arquitectura mayoritaria e interesadamente en los últimos tiempos, de élite, a lo grande, privilegiada, cara, alejada de la mayoría para la que se inventó.
Cubiertas inclinadas que recogen el agua para reutizarla, ladrillos de bajo coste hechos con materiales autóctonos, paredes ventiladas que suponen cambios cualitativos a los aislamientos anteriores, el conocimiento colectivamente acumulado para dar respuesta técnica y material a los problemas diarios es tal, que lo que se pone en evidencia es el nulo interés político en llevar adelante este camino para solucionarlos.
La dimensión del camino por recorrer
El gran Oscar Niemeyer, en el gigantesco proyecto de Brasilia desarrolló revolucionariamente una arquitectura propiamente brasileña. En desacuerdo con su pasado colonial, rompiendo formas heredadas y bebiendo de la modernidad de Corbusier, afirmaba: “Siempre he rechazado la mediocre y equivocada idea de una arquitectura “más sencilla y cercana a la gente”. (…) En mi opinión esta idea de simplicidad arquitectónica es pura demagogia, una inaceptable discriminación.”
Su posición y obra, dio una batalla a lo grande en el dominio de las formas, y critica la idea de simplicidad en discriminación a lo que solemos entender por Arquitectura con mayúscula. Sin embargo si uno se plantea (y parece que estas nuevas generaciones de arquitectos lo están haciendo) la magnitud de hacer que más del 66 % de las personas que no tienen casa pasen a tenerla, que la solución al problema de las fabelas en Brasil enquistado pero presente en cualquier sociedad pueda tener una salida creadora, que se pueda innovar también en lo cercano y el día a día… Podremos ver en ello la grandeza de un camino “humilde y sencillo”. Que sin grandes construcciones supone grandes servicios a la humanidad, que sin millonarios presupuestos aporta inconmensurables beneficios colectivos y si no, habría que preguntar a las personas que salen beneficiados directamente con estos proyectos y entender desde ahí la dimensión de las obras.
Dar una respuesta efectiva, desde la concreción que los arquitectos pueden aplicar por sus conocimientos, a los deseos de la gente, en este caso de una inmensa mayoría de la población. Esta es posiblemente hoy una de las mayores contribuciones que en la arquitectura que se le pueden hacer a la humanidad. Y es aún un camino que aunque esté por recorrer hay gente que está empezando a andarlo.