Empate casi total en las encuestas y sondeos. Incertidumbre máxima. Cuando cerramos la edición de este De Verdad falta una semana para la decisiva cita del martes 5 de noviembre -en la que se juega no sólo el próximo inquilino de la Casa Blanca, sino qué línea va a dirigir las políticas y las intervenciones de la superpotencia en el plano internacional- no es posible adivinar cuál es el curso más probable de los acontecimientos, si ganará Kamala Harris para reeditar la línea Biden por cuatro años más… o si será Donald Trump el que retorne a la Casa Blanca.
Quizá cuando lea estas líneas ya se conozca el resultado. Pero queremos ofrecer un marco, un conjunto de coordenadas para guiar la valoración del veredicto de las urnas norteamericanas, sea cual sea, y para saber qué debemos esperar los pueblos del mundo gane Harris, o gane Trump.
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En qué coinciden Harris y Trump
Todo por la patria: América First
Estamos ante una pugna electoral en la que hay mucho en juego, demasiado. Y de manera inevitable, toda la atención se enfoca en las profundas diferencias políticas entre Kamala Harris y Donald Trump. Pero antes de eso deberíamos remarcar en qué son iguales.
Ambos, Kamala Harris y Donald Trump, son representantes de la misma clase, la burguesía monopolista norteamericana. Y ambos, republicanos y demócratas, persiguen el mismo objetivo: preservar a toda costa la hegemonía norteamericana.
Gane quien gane las elecciones del 5 de noviembre, va a tener que hacer frente a la misma situación. A unos EEUU sumidos en un ocaso imperial, donde aún son la única superpotencia, conservando un poder -económico, político y sobre todo militar- inalcanzable para cualquier otro país o grupo de potencias, pero donde tienen crecientes dificultades para embridar los asuntos mundiales. Donde con todo su poder, se ven incapaces de revertir, detener o siquiera frenar un irreversible y cada vez más acelerado proceso de transición entre un viejo orden mundial unipolar que se agosta y un nuevo orden mundial multipolar, donde nuevas potencias emergentes -con China a la cabeza- exigen ser tratadas como iguales por el declinante hegemón.
Por eso, sea una u otro, la próxima presidencia de EEUU va a tener que hacer frente a los mismos imperativos estratégicos para intentar frenar o retrasar el ocaso imperial norteamericano.
El primer y central imperativo geoestratégico de EEUU es contener la emergencia de China. Fortaleciendo el cerco militar que ya cuenta con 160 bases militares, con casi 100.000 soldados y con la Séptima Flota frente a las costas de China. Impulsando el frente anti-chino en el plano bélico -orientando a la OTAN contra Pekín, a la que ya define como «desafío sistémico»; con alianzas formales (AUKUS) o informales (QUAD)-; y político, trabajando por enquistar las disputas con Pekín en el Mar de la China Meridional (Vietnam, Filipinas) o con India. Interviniendo en las contradicciones internas de China: Taiwán, Hong Kong, uigures, derechos humanos.. Y lanzando guerras comerciales y arancelarias contra las mercancías chinas, especialmente contra las de alta tecnología.
El segundo imperativo geopolítico al que el próximo inquilino de la Casa Blanca tendrá que hacer frente es intensificar el expolio y el saqueo en su propia órbita de dominio. Dado que la lucha de los pueblos le priva de espacios de dominación y control, restándole cuota de plusvalía, EEUU necesita compensarlo «exprimiendo» más intensamente a los países de su campo imperialista… impulsando una penetración más profunda de su capital monopolista (especialmente en Europa), apropiándose de nuevas fuentes de riqueza y degradando las condiciones de vida de las masas de los países de su órbita
Al mismo tiempo que exige un cada vez mayor encuadramiento político-militar en los proyectos imperiales. Washington no para de exigir a sus aliados un mayor gasto militar, situando ahora el umbral del 4% de sus PIB, así como una cada vez mayor participación en misiones internacionales de la OTAN en Europa del Este, Oriente Medio o África.
El tercer imperativo para la superpotencia radica en contener la creciente lucha de los países y pueblos del mundo por su propio desarrollo, y por conquistar mayores cuotas de autonomía e independencia. Lanzando un sinfín de agresiones e intervenciones -abiertas o encubiertas- en Asia, América Latina y África.
Por eso, gane quien gane el 5 de noviembre, los pueblos del mundo debemos de estar preparados para un mayor grado de intervencionismo y agresividad por parte de Washington.
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En qué se diferencian
Algunas recetas diametralmente opuestas
Teniendo que hacer frente a los mismos retos, las líneas de Trump y Harris difieren -a veces, profundamente- en la estrategia y la táctica para lograrlos. Y esto se traduce en diferentes «recetas» ante los principales asuntos internacionales.
China
Mientras los demócratas tratan de contener el ascenso de Pekín impulsando un frente antichino lo más amplio posible, cuidando la relación con los aliados presentes o posibles, las formas más abruptas de Trump dificultan esta vía. Las guerras comerciales que inició Trump, sus diatribas contra el «globalismo», y su abandono de las instituciones internacionales permitieron a Pekín presentarse como un defensor de un mercado mundial abierto, del libre comercio o de la legalidad internacional. Un conflicto arancelario que Trump ha prometido reeditar a mayor volumen si es elegido, con aranceles de hasta el 60% a las mercancías chinas que entren en EEUU.
Ucrania y Rusia
Mientras que la presidencia demócrata ha aprobado este verano un nuevo paquete de ayuda militar a Kiev por valor de 8.000 millones de dólares y Harris ha comprometido su apoyo «inquebrantable» a Ucrania, no es ningún secreto que el apoyo norteamericano al país invadido decaerá abruptamente de ser elegido Trump, forzando a Ucrania a que capitule y que entregue a Rusia el terreno invadido.
Oriente Medio
Los hechos son los que son. Todas las declaraciones de la administración demócrata llamando a la contención a Netanyahu durante más de un año de genocidio en Gaza, no valen nada comparados con los más de 18.000 millones de dólares de ayuda militar que Biden ha entregado a Israel en los últimos meses, o de la protección diplomática que le ha prestado en la ONU.
Pero sin embargo, la línea de Trump puede imponer una escalada aún más feroz sobre Oriente Medio, dados los antecedentes de sus cuatro años de gobierno, en los que hostigó duramente a Irán, impulsó los «Acuerdos de Abraham» de los países árabes con Tel Aviv o trató de que los palestinos aceptaran un «plan de paz» que consistía en que tragaran con la expropiación de un tercio de Cisjordania.
Europa
La política de Biden y Harris hacia Europa se puede resumir en el palo y la zanahoria. Bajo unas formas más suaves se ha impuesto un mayor saqueo en lo económico -una mayor penetración de los fondos de Wall Street en las arterias financieras de la UE- y un mayor encuadramiento en lo militar, revitalizando y ampliando una OTAN que estaba «en muerte cerebral».
Con Trump pueden volver el trato hosco y cuartelario a sus vasallos europeos, las guerras comerciales y la promoción de las tendencias centrífugas en la UE, como lo fue el impulso al Brexit o de las extremas derechas europeas.
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