La trayectoria vital de Josefina Samper, fallecida ahora a los 90 años, es un inmenso ejemplo de lucha y compromiso.
«Con el quinto, quinto, quinto
con el quinto regimiento
va la juventud de España
la flor más roja del pueblo»
No hay riqueza en la Tierra ni gratitud suficiente para pagar la deuda que España tiene con los que lucharon contra el fascismo -sobre todo, en el horror de su noche más oscura- y por reorganizar el movimiento obrero de sus más completas cenizas. La trayectoria vital de Josefina Samper -compañera de Marcelino Camacho, histórico fundador de Comisiones Obreras- fallecida ahora a los 90 años, es un inmenso ejemplo de lucha y compromiso al servicio de la clase obrera. Ella descansa ahora bajo la Tierra, pero sobre ella y gracias a ella, muchas otras flores rojas y mujeres revolucionarias abundan y luchan hoy por toda España.
En las alturas de la alpujarra almeriense brotan plantas bellas pero resistentes, pero ninguna flor fue tan roja como Josefina Samper. Nacida en 1927 en Fondón (Almería), de padre minero y madre lavandera, emigró a Orán (Argelia) con apenas cuatro años. Como tantas niñas de la época, tuvo que entrar a trabajar en un taller de confección para llevar a casa algo de jornal. Pero Josefina, como una escarlata flor de las nieves, estaba llamada a la lucha y a resistir en lo peor del invierno.
A los 12 años, con la guerra en España condenada para el bando republicano, comenzó su militancia en las Juventudes Socialistas Unificadas. A los 14 -en medio de una Argelia sometida al colaboracionista régimen de Vichy y al terror nazi- era militante del ya clandestino Partido Comunista de España.
La joven Josefina participó en la distribución de «España popular», la prensa clandestina del PCE. Remando con una pequeña barca contra la oscuridad, consiguió romper un mes de asedio y llevar comida a los famélicos republicanos del carguero Stanbrook (uno de los últimos navíos que habían salido del puerto de Alicante tras la toma de la ciudad por las tropas franquistas). También fue la organizadora de los niños de Orán, coordinándolos para que usaran latas a modo de tambor cada vez que llegaban los gendarmes a hacer redadas en busca de republicanos españoles. Encabezó la creación de una cooperativa de mujeres, dedicada a fablicar zapatillas de rafia para sostener a las familias de los refugiados republicanos y prófugos de los campos de concentración de Vichy. Todo eso tenía Josefina en su hoja de servicios revolucionarios antes de cumplir los 17 años.
En 1944 Josefina recibió el encargo del Partido de acoger a tres presos políticos fugados de un campo de trabajo en Tánger. Así fue como conoció a su compañero de vida, de alma y de lucha -a un comunista soriano llamado Marcelino- con quien se casaría cuatro años después y tendría dos hijos, Yenia y Marcel.
En 1957, Josefina y Marcelino retornaron a España, al barrio madrileño de Carabanchel. Mientras Camacho participaba en la fundación de CCOO, Josefina impulsaba, junto a un grupo de compañeras comunistas, el Movimiento Democrático de Mujeres, creado en 1965, y que fue el gérmen de todo el movimiento feminista de nuestro país.
Al frente del Movimiento Democrático de Mujeres, Josefina luchó años y años por ayudar a presos y huídos políticos dentro y fuera de España. Tras la detención en 1972 de la cúpula de CCOO por la policía franquista, tuvo que pelear a diario con los carceleros para ver a Marcelino, y para llevarle comida a él y a otros veinte o treinta compañeros en la Modelo de Carabanchel. Durante diez años, 3.560 días. Mientras organizaba el movimiento sindical y de mujeres. Mientras criaba a dos niños.
Como dice su hijo Marcel «no hubo Transición amable para los que lucharon». Tampoco la imploró Josefina. Ella, junto a cientos de miles de mujeres comunistas y revolucionarias, lucharon y lucharon sin desfallecer en la noche más oscura de España, hasta que conquistaron el amanecer.
Porque no hay invierno que pueda con la flor más roja de la Alpujarra. Que la Tierra te sea leve, compañera. Seguimos por la senda que trazaste.