Nada más llegar al poder, y tras constatar que no tenía una mayoría suficiente en el Parlamento para llevar a cabo su plan de realizar el Brexit, “caiga quien caiga”, Boris Johnson tomó la inédita decisión de cerrar la cámara legislativa durante cinco semanas (a partir del 9 de septiembre). Johnson arguyó ante la reina que, puesto que acababa de ser elegido primer ministro, necesitaba ese tiempo para configurar su nueva agenda legislativa de su ejecutivo. Pero la cercanía de la fecha de la nueva apertura de sesiones (el 14 de octubre) con la del plazo concedido por la UE para materializar el Brexit (31 de octubre), revelaba a todas luces que lejos de ser ese el verdadero motivo, lo que Boris Johnson quería era “tapar la boca” a un parlamento díscolo y que no controla, y poder manejar a su antojo su proyecto de un Brexit sin acuerdo.
Ahora, tras la decisión de la justicia británica, Johson está contra las cuerdas. No solo se ha frustrado su plan de acallar y marginar a un parlamento hostil, sino que incluso está siendo acusado de mentir a la reina y engañarla para salirse con la suya. El varapalo ha sido de tal calibre que Johnson se ha visto obligado a abandonar las sesiones de la ONU en Nueva York (donde se andaba fotografiado sonriente con su mentor Donald Trump) y regresar de urgencia a Londres, donde los principales partidos de la oposición (laboristas, liberales, nacionalistas escoceses y galeses…) ya habían comenzado a alzar la voy y a pedir la dimisión inmediata de Johnson.
Sin duda, la abrumadora decisión del Supremo británico abre un nuevo escenario en la cambiante e incierta deriva del Brexit, un proceso que dura ya tres años, ha consumido ya dos primeros ministros (y ahora podría acabar con un tercero), mantiene a la sociedad británica dividida y enfrentada y que, materializarse sin acuerdo, como quiere Johnson, podría sumir a Gran Bretaña y a Europa en una crisis sin precedentes, agravando aún más los síntomas de recesión que se multiplican ya por doquier.
En un proceso tan incierto, y que ha dado ya tantas vueltas, es imposible predecir lo que va a ocurrir. Pero una cosa es clara: el liderazgo de Johnson ha quedado seriamente tocado y su capacidad de maniobra se ha reducido. Su burda maniobra antidemocrática ha fracasado e, incluso, puede abocarle a consecuencias penales. En todo caso, ahora tendrá que seguir viéndoselas día a día con un parlamento cada vez más hostil, que se opone a su estrategia de Brexit sin acuerdo y que podría bloquear sus planes.
En este contexto, se abre de nuevo la gama de opciones: Johnson solo podría recuperar la iniciativa plenamente convocando y ganando con mayoría absoluta unas nuevas elecciones… o llegando in extremis a un nuevo acuerdo con la UE, cuyas negociaciones continúan aunque sin avanzar.
En todo caso cada vez se reducen más sus posibilidades de materializar el Brexit el 31 de octubre, su primera y principal prioridad, hasta el punto de que “prefiere morir en una cuneta que no salir de la UE el 31 de octubre”, según dijo hace unos días. Aunque quizá no llegue ni a eso, si los tribunales lo acaban sentando en el banquillo.