Cuando comenzamos la lectura de Jávea nos asalta el temor de que vamos a adentrarnos en otra manida novela de autoficción, donde el autor va a explayarse en relatarnos los pormenores de su infancia y adolescencia, muy sufridos y penosos, pero al fin y al cabo superados por sus esfuerzos y méritos, hasta lograr convertirse en un proyecto ciudadano, libre ya de lidiar con aquellos inconvenientes. Esta fórmula, tan transitada por un cierto neocostumbrismo, ahora de cuño postmoderno, suele incluir su pequeña dosis de denuncia de la injusticia vivida y una muy contemporánea retahíla de quejas, para concluir en una abrumadora reconciliación con el presente, fruto de la exitosa trayectoria del tándem protagonista-escritor.
Torres Blandina (Valencia, 1976) es un escritor ya curtido en la batalla de seis novelas (la primera, Cosas que nunca ocurrirían en Tokio, publicada por Siruela en 2007, obtuvo numerosos galardones en España y Francia), un escritor al que le gusta arriesgarse e innovar, que sabe muy bien qué charcos no hay que pisar y con qué oportunismos no hay que negociar, máxime cuando uno va a construir una ficción con los delicados y escurridizos hilos de su propia biografía. Unos hilos que tienden espontáneamente a enmarañarse, y que si uno maneja con tono autojustificativo o excesiva sentimentalidad pueden conducir a un callejón sin salida o, lo que es peor, al amarillismo emocional o social.
El autor sortea con acierto todos esos riesgos con una hábil y acertada selección de unas pocas historias, familiares y personales, que se van interrumpiendo y entrecruzando, que desestructuran de partida el hilo narrativo y dinamitan el riesgo de la historia causal, de la evolución temporal, de las explicaciones causa-efecto, de los riesgos de la linealidad. El lector pierde así la posibilidad de interpretar el texto como si fuera una ecuación que, siguiendo paso a paso, y de modo codificado, nos llevara a la “solución”. Blandina nos ofrece un cúmulo desordenado pero no caótico de historias, que le lector puede seguir sin ningún problema, y a su merced queda intentar o no montar un posible puzzle lógico final.
El proyecto puede pensarse que es incoherente, pero no lo es en absoluto. Y el ejercicio de lectura desbarata ese error, pues toda la novela está inundada por un poderoso torrente narrativo que no cesa en ningún momento y que basta por sí mismo para vertebrar la novela. Esa voz que no cesa, a lo largo de las 190 páginas del libro, es en realidad el verdadero protagonista del libro, su columna vertebral, su razón de ser. Da intensidad y coherencia a todo, sin dejarlo cerrado, invitando al lector a que haga su interpretación particular del texto.
En el curso de ese fluir narrativo ininterrumpido, en las entrañas de esas historias desvertebradas, que desaparecen y reaparecen, con una ordenada secuencia, Torres Blandina va desgranando algunos de los asuntos que le ocupan y le preocupan, que quiere subrayar o matizar, cuestionar o llamar la atención. Quizá el más notorio tenga que ver con la agravada sensación de que el dinero crea constantemente barreras, abismos y fronteras, que determinan la vida de la gente, su tipo de vida, las posibilidades que tienen en la vida, lo que pueden tener y ser. De ahí el propio título de la novela, Jávea, un nombre cargado de un potente simbolismo social, pues en la villa alicantina, al borde del Mediterráneo, solían veranear, en sus chalets y apartamentos, los niños ricos, mientras los pobres tenían que quedarse en sus barrios, más o menos destartalados, en agónicos veranos, al albur de los chicos malos del barrio. Quizá la ira o el rencor del autor nace ya desde ahí, pero crece y se multiplica, se agranda conforme profundiza en las historias, y se desahoga en un clamor contra las formas ostentosas y ridículas de exhibir el triunfo social, el éxito personal, la fama o el poder.
En una reciente entrevista para la revista digital Makma, Blandina explica con meridiana claridad qué pretendía hacer escribiendo Jávea: “Mi objetivo principal no es contar mi vida, sino utilizarla como ejemplo para responder a las dos preguntas que cruzan toda la novela: cómo el dinero condiciona quién somos y por qué no somos capaces de ser felices aun teniéndolo todo. A través de experiencias propias y de mis familiares y amigos intento desarrollar estos temas. Toda la novela es un diálogo con el lector sobre la sociedad actual: el capitalismo, la meritocracia, la insatisfacción clasemediana, los condicionamientos sociales. Mi vida es solo una excusa para pensar sobre estos temas”.
En una reseña publicada en Revista de Letras, Jesús García Cívico señala a propósito de Jávea: “El autor no evita del todo la alternancia de luces y sombras dramáticas en algunos pasajes en los que quizás haya algunos excesos de sordidez (la proto-manada, el sexo grupal con la muchacha) y se eche de menos una mayor profundidad en la investigación emocional (por ejemplo, acerca de la extendida —y peligrosa— sensación de que la vida nos debe algo) o en ese compromiso social que tan bien pudo expresar el joven Albert Camus. No obstante, predomina un tono clarividente y desencantado cuya sutilidad se agradece, una inflexión que apenas decae en los pasajes más combativos”.